El artículo que Pablo Iglesias firmó en El País o viceversa y que tanta sorpresa ha causado por la autorefencialidad al equiparar al nuevo lider laborista Corbyn consigo mismo y no al revés, ha dejado sin embargo ensombrecido el leiv motiv del nuevo argumentario de Podemos. Parece que al lider podemita le asiste la suerte de la adaptación camaleónica que Woody Allen reflejara en Zelig. Veámosle de laborista originario, de laudador de un Tsipras complaciente con gestionar la miseria y la exclavitud, de vendedor con gabardina de sus excelencias de «centro» en una emisora propiedad de la Conferencia Episcopal. El dedo es todo eso, pero señala a la luna que quizá nadie vea: la clase media de la metrópoli media española. Esa es la isla hacia donde viaja el Caronte de la política española.
Inglaterra 2015. En la obsolescencia del aire que antes llenaba el pesado aroma gaseoso del carbón, ni las ventanas ni los tejados ni las aceras se ven ahora cercenados por el hollín; ni los trabajadores, ni las mujeres, ni los niños inhalan aquel moho diario mimetizado con el aire, a cambio de la subsistencia de cada mes. En este barrio no hay trabajadores, sí mujeres, niños y hombres de la nueva clase media cuyas casas adosadas suplantaron hace 20 años las destartaladas casas de protección oficial en las que vivían los proletas. Hace 20 años, el laborismo sacó de la chistera un invento nada inocente: que cada proleta aspirara a ser miembro de la clase media:
«La Gran Bretaña de las élites
se ha acabado.
La nueva Gran Bretaña es
una meritocracia».
Tony Blair, 1997
Audaz como el té negro con naranja. Disputaba al conservadurismo tatcheriano el mismo espacio ideológico, pero incorporaba a los hijos de los mineros, metalúrgicos, a la nueva arcadia de la propiedad de la clase media. ¿Cómo? Superándose, integrándose en el nuevo sistema de revalorización laboral y urbana que implantara Missis Maggie. La meritocracia era la gasolina que carburaría una economía especulativa y financiera, de servicios. Fue así como el partido laborista alistó a las clases poseedoras, y rompió definitivamente con la clase trabajadora y sindicalizada. El bipartidismo a lo british fue reflejo de los nuevos tiempos, pero al mismo tiempo provocó que los viejos no volvieran, y con ellos quedaron olvidadas las clases trabajadoras, y los excluídos. Pero ¿quién demonios es de clase media? Parece un término que contiene en sí mismo la trampra. Owen Jones en su imprescindible Chavs, lo resume: es aquella a la que gusta consumir cosas, poder hacerlo, tener más y más. Merece hacerlo por méritos propios, pues ha accedido al «mercado» en el que se cotiza muy alto y gusta, en consonancia, identificarse con objetos de alta cotización. Convertida en la clase con poder adquisitivo e influencia política, pues el bipartidismo cala en sus aguas y echa las redes, recibe a cambio la gratificación política del status quo. Así en Londres, Birmingham, Mieres, Madrid o Detroit. Lo curioso es: al votar cada vez más la clase media, parece que, por los votos, sólo hay clase media en los países con democracia. De ahí que la clase media considere, sincera o cínicamente o a intervalos, que el 99% es ella. La crisis sacudió a todas las clases, pero a la media alta la propinó un correctivo severo que la hizo perder abruptamente el status, mientras que la baja, acostumbrada a la precariedad tuvo que asumir más de lo mismo. Pero, Owen Jones señala refiriéndose a Gran Bretaña, que en realidad la inmensa mayoría de la gente con empleo es trabajadora, en el sector servicios, en telemarketing, en restaurantes, en la construcción, la hostelería, o servicios asitenciales. Es decir, gente trabajadora, aunque no enarbole bandera alguna.
Su desmoronamiento agudizó los oídos de esa clase media de profesionales liberales, altos cargos, emprendedores, agentes financieros, altos funcionarios. Los recortes, la corrupción antes comprendida como inevitable mordida pero ahora vista como hurto insultante, la falta de inyección pública en los negocios privados, fueron las cornadas que recibió esa clase media del bipartidismo político. Hasta que vino el audaz flautista de Hamelín. Hincapié dejó plasmado el mensaje que la cúpula de Podemos lanzó a esa clase media «zarandeada» el histórico 31 de enero de 2015 en la plaza Sol de Madrid. Su discurso «centrado» permitía ver la manivela que Pablo Iglesias abría. Todo ha sido un peregrinaje de espacios y públicos desde entonces, catalogado a veces desde las filas de Podemos como la búsqueda de «unidad popular» cuando tocó afrontar el inevitable espacio ideológico y el electorado por el que «compiten» Podemos e IU.
La meta
Que el objetivo político de Podemos es el poder no puede sorprender. Si se mira a trasluz, el poder al que aspira configura el propio ejercicio político en sí mismo. Para Podemos, la política es gobernar el poder, pues sin el acceso al poder no hay política. Sin duda, fue un alivio para la necesitada clase media observar este fundamento proteico, recelosa siempre de los cambios bruscos o alternativas. Tampoco es que la clase trabajadora española esté, al parecer, por la labor de aventuras utópicas. Sin que se haya abierto el cuestionamiento del orden de cosas, para buena parte de esas clases, es preferible volver a buscar instituciones que la protejan de otras instituciones – el gobierno frente a la Troika, una fiscalía contra el poder ejecutivo, un tribunal de la competencia contra el oligopolio…. -. Podemos pone espejo a esa ilusión. Su camino parece emprendido hace tiempo por generaciones de siglas: volver a los viejos tiempos de un Estado de bienestar, plural, pacificado en la incuestionable ley de la oferta y la demanda.
A piñón fijo por crear el hueco dialéctico entre un liberalismo bipartidista de dos caras, Podemos corre el riesgo de convertirse en su propia meta. Para muchos, es el menor de sus males, pues su mayor riesgo puede estar en el poder mismo que a día de hoy se antoja complicado. Está claro que la formación de Pablo Iglesias ha pasado de ser un síntoma, a reflejar con autoridad las carencias del progresismo español. Su dificultad para afrontar las nacionalidades en España y la propia patria española, junto con el debate del fín de ciclo desarrollista que planes a lo New Deal nunca podrán traer, han hecho crujir no pocas de las costuras de Podemos. Parece que fue hace 20 años, pero la meta se ha puesto ahora en diciembre de 2015.