¿Cómo de jodido está el Perú? Al país se le han ido los colores. Pero en algunos lugares el aspecto es apocalíptico, casi lunar. Challahuacho, a 4.300 metros de altitud, respira el polvo abrasador que sale de la mina. Ese polvo denso y cobaltoso impide que nada pueda cultivarse en esta tierra más cerca del cielo que del propio Perú. Son doscientos los camiones que cada día llevan del útero abierto de la mina quinientas toneladas de concentrado de cobre y molibdeno hasta el puerto de Matarani, en el Pacífico, a casi seiscientos sesenta kilómetros de aquí. El rio de Challahueaco baja con el color muerto del cobre. Las tierras están infectadas y el agua que beben los habitantes, proveniente de sus manantiales, es insalubre. Los campesinos, como en otros lugares del altiplano donde se explotan minas, o han sido envenenados o cohercionados para vender sus tierras a las empresas mineras. En los alrededores de la mina Las Bambas la multinacional china NMG ofrecía a los campesinos veinte céntimos de dólar por cada hectárea de tierra. Las Bambas pertenecían a la multinacional suiza Glencore Xsrata hasta que esta vendió a la china por 6.000 millones de euros. Algunos campesinos han pagado con su vida la defensa a ultranza de sus hogares y cultivos.
Los 15.000 habitantes de Challahuacho miran con una resignada elevación lo que ocurre en el país, ese «allá abajo» a cuatro mil metros. Muchos han votado por Pedro Castillo, un profesor de 51 años de origen campesino, conservador y pobre como ellos. Castillo ha ganado las elecciones, para sorpresa de las dos únicas clases que quedan en el Perú, los establecidos que llaman de clase media que viven en barrios protegidos de LIma y el resto empobrecido del país. Ha sido también una victoria pobre la de Castillo, apenas 44.000 votos de diferencia frente a Keiko Fujimori, un espectro del pasado. El miedo atávico a que un pobre pueda gobernar el Perú ha levantado un ruido metálico en los cuarteles del país. Ha sido un grito de ultratumba, en el que incluso los muertos se han pronunciado. Una carta firmada por varios cientos de oficiales retirados arengaba a los militares en activo a la asonada contra el recién electo presidente. Varios de los firmantes llevan muertos varios años. Es como si el Perú se reconociera en el camposanto de su ideosincrasia.
En el impás de los próximos días, puede que el maestro Castillo ocupe el palacio presidencial en Lima que lleva el nombre del conquistador Pizarro. O puede que entre con los pies por delante en la morgue principal. A miles de kilómetros del palacio presidencial y de la morgue en Lima hay hombres que desconocen incluso que el Perú sea un país. Son los mascho que habitan la cuenca espesa amazónica del rio Madre de Dios. El Perú les está robando, unas veces por las buenas, y otras por las malas, dos únicas cosas a los mascho: sus vidas y su futuro.
Como otras tribus en la espesa y universal selva amazónica, cerca de cien tribus, de pocos miembros ya cada una, reculan sus asentamientos ante el avance de los misioneros del progreso peruano, los taladores ilegales, mineros y narcotraficantes. En las últimas dos décadas, el país ha vivido un auge económico gracias a la explotación de sus recursos naturales. La explotación de la selva ha permitido al Perú ser uno de los principales productores de oro, y el segundo de cocaína del mundo. La explotación de gas de Casimea, al norte del Parque Nacional Manú, genera la mitad de la energía del país. John Lee Anderson dice que los políticos » se lo piensan dos veces antes de estorbar a la industria». Quién sabe si el señor Castillo, a partir de ahora, también. El periodista Andy Robinson recuerda que desde Bolivia a Brasil, pasando por Ecuador y venezuela, los gobiernos de izquierdas de la región también cayeron en la tentación de aprovechar los precios altos de la minería y la energía para extraer todo lo que pudieron de las selvas y los altiplanos. Después vino el desplome en el mercado mundial del valor de los minerales y el petróleo. Y una vez más vino la pobreza. Pero esta vez con una furia mayor: un país envuelto en polvo mineral irrespirable, con sus rios contaminados por el cobre, con sus cultivos desaparecidos, con sus desheredados sin tierras que labrar.
El Perú quizá necesite un maestro a quien preguntar cuándo empezó a joderse el Perú. Y puede que el profesor responda que es preciso volver a andar el mismo camino rezando a San Progreso.
El periodista Andy Robinson hace en este Oro, petróleo y aguacates un agudo repaso al saqueo económico que la apuesta por la economía de extracción está provocando en casi todos los países de Suramérica. Se trata de una apuesta por la que los gobiernos de izquierda de las últimas décadas se han decantado con consecuencias materiales más que dudosas. El supuesto reparto social de los beneficios de la extracción de materias primas, se vino abajo cuando el precio mundial cayó. Y los desastres ambientales y de pobreza que había conllevado la extracción se vieron en toda su crueldad.
Oro, Petróleo y aguacates. Andy Robinson. Editorial arpa 2021. 316 páginas. 19,90 euros.
Las crónicas recopiladas en este volumen reflejan los cambios acaecidos en América latina en los últimos diez años. El legendario periodista John Lee Anderson refleja el derrumbe de los gobiernos de izquierda y el auge del populismo de derechas, asi como la devastación ambiental en paises como Perú. Anderson recorre extensamente el continente sudamericano, desde la selva amazónica, pasando por campamentos guerrilleros, palacios presidenciales, poblados chabolistas, presidentes o campesinos e indígenas. Todo ello supone el un caleidoscopio de la crónica latinoamérica.
Los años de la espiral. John Lee Anderson. Traducción de Daniel Saldaña París. Editorial Sexto piso. 2021. 707 paginas. 29,90 euros.