Al de una semana de publicarse El Cuchillo, de Salman Rushide, un joven de 23 años murió acuchillado en el pueblo de Getxo el 25 de mayo bajo la luz de fuego azul gaseoso de las once y veinte de la noche. En el provinciano hedonismo del pueblo y su autosuficiencia genealógica el último libro de Rushide resuena con la lejanía de la existencia de quarks en exo galaxias. Rushide relata cómo un hombre trató de acabar con su vida asestándole varias cuchilladas con manifiesta torpeza. Ese instante, fragmentado en edades en los que sintió una cercanía infinita de su frustrado asesino y las incisiones en su cuerpo crearon, escribe, crearon una insondable comunión. Esa materialidad, viscosa, extraña y brutal, es la que explora Rushide en El Cuchillo. En la crónica, trémula como veremos, de la muerte del joven Felipe de 23 años, los ingredientes tienen una macabra liviandad. A ella acuden el prejuicio, la elipsis interesada, y una escenografía teatral de periodistas autoconvencidos que son los Chejov de la decadencia del periodismo más procaz.
La versión de los hechos viene de tres fuentes. Es necesario recorrer la manufactura del relato. El periodista Luis Calabor, de El Correo capta el aviso de la Policía del homicidio en tiempo real. Suya es la fotografía en la que los sanitarios tratan de reanimar al joven Felipe, acuchillado minutos antes de las 11.20 de la noche. Las agencias armarán después con lo recabado de policías locales y ertzainas la primera hipótesis: una riña entre grupos en la plaza Satistegi. Luego, más concreción en la que intervienen los amigos del fallecido. El joven discutiría con un par de personas, una de ellas mujer, y sería apuñalado por la espalda. Según esta versión, la policía habría encontrado a unos 200 metros del lugar, en una papelera en el fosterito de la estación de Metro dos navajas ensangrentadas. En los alrededores, agentes de la Ertzaintza habrían detenido a cinco menores relacionados con la muerte de Felipe. La versión más o menos oficial es difundida por El Correo a primeras horas del domingo 26 de mayo.
El relato de lo ocurrido es elíptico. Tiene saltos y lagunas. Pero para primera hora del domingo casi nadie reclama completar el cromosoma de los hechos y sus actores. Unos tratan de saber la nacionalidad de los detenidos para ratificar teorías. Durante horas en las redes sociales se difundiría que los menores detenidos eran marroquíes. Para momentánea fatalidad de los defensores de la tesis delincuencia-inmigración, se hace público que el asesinado joven es latinoamericano. Colombia. Para las 11:00 horas del domingo, es decir, doce horas después del asesinato, poco se sabe más allá de quién es el fallecido y el número de detenidos. Nada del cómo, para qué, dónde. Si fue acuchillado por una persona, como establece el canon oficial, ¿por qué la policía ha encontrado dos cuchillos ensangrentados?
No es la prioridad para El Correo y EITB concretar los hechos – ¿alguien se acuerda de que eso es una crónica? –. Sus reporteros van a personarse en el lugar del crimen. Las huellas de sangre aún permanecen en el rescoldo de la Plaza donde quedó tendido Felipe. Y los periodistas tienen un as en la manga para hacer los diferentes directos y las siguientes “crónicas” del domingo y la semana. Ese as son los amigos del fallecido. Los periodistas han quedado con ellos casi a las 13:00h del mediodía. Pantalones de chándal oscuros, playeras oscuras y nickis grises cortos. Han accedido a hablar porque quieren dominar el relato frente a otras posibilidades. Iban a celebrar un cumpleaños con Felipe y en una discusión de la víctima con varias personas recibió varias puñaladas por la espalda. Quieren salir al paso de la teoría de una pelea colectiva. Sigue siendo la suya una versión elíptica. Pero los periodistas no están interesados en resolver el relato, sus ángulos inertes o la secuencia de hechos. Es posible que hayan conseguido convencer a los jóvenes amigos del fallecido en que salir fotografiados y ofreciendo su versión puede salvar la imagen de su amigo. Esa cuadrilla de jóvenes sentados frente a un fotógrafo, un cámara y dos periodistas con un rictus de escondida satisfacción, son la carnaza amarilla del material escabroso del día. Y no saben hasta qué punto.
El periodista de El Correo, después de escribir lo esencial de la hemoglobínica crónica en su pequeña libreta de hojas blancas, abre así su pieza a las 13:53 colgada todo el día en la edición digital del diario: “Aritz, Jaime, Hamza, y otro Aritz lloran junto a la sangre seca de Felipe”. El periodismo debe competir con la necro realidad. Quién sabe si se presentarán Tele 5 o La Sexta. Y el fotógrafo y el cámara, con la deliberada ausencia de los periodistas, han convencido a los jóvenes para rodar una escena. Estos han traído de un bar cercano una fregona y ante las cámaras friegan los restos de sangre de su amigo. Una primicia. Un hito del periodismo de la radiotelevisión pública vasca y del principal diario en información local. Los fotogramas de esa escena ya han sido publicados en El Correo. El Pulitzer vasco. El necro Pulitzer vasco.
El debate político se cuartea, cínico, al mismo tiempo que la información se gangrena de amarillismo. La alcaldesa de Getxo, Amaia Agirre irrumpe increíble amenazando con no tolerar lo que viene ocurriendo en su propio municipio. Las oposiciones duras juegan a encontrar, como Jack London en sus relatos del oro, la náusea sobre la que volcar todos los males y conseguir votos. Nadie se pregunta cómo es que unos menores salgan de casa armados con cuchillos o por qué dilucidan sus conflictos con osadía homicida. ¿Es nuestra sociedad capaz de dirimir sus conflictos mediante el debate o las nuevas generaciones tienen cada vez menos herramientas? Con una prensa necrófila y depauperada que vive para ser líder de llamar a la emoción más primaria de sus lectores, ¿Hay atisbos de esperanza para que los miembros de la sociedad no resuelvan sus conflictos sino a través de las reacciones más primarias?
La radio televisión vasca, EITB, goza desde hace décadas de una decadencia profesional muy considerable. La inmersión deontológica le permite con la cobertura en carmín intenso de la muerte del colombiano de 23 años conquistar niveles de bajeza perniciosa. La sociedad vasca tampoco está para otros menesteres que tirar de emoción y agallas.