¿Puede un rio seco tronar? Existen ocho horas donde el tiempo es aún más líquido que el agua y el agua más pesada que los cantos rodados del lecho? Las campanadas por la civilización las dan los estruendosos graznidos de águilas y cuervos esperando al fatuo hombre descuidarse cerca del milenario templo templario.
Cañón del rio Lobos. Soria.
Desde las colinas que se entreabren al amanecer por la sierra de La Demanda, un amarillento resplandor cae desplomado sobre las aguas del rio Najerilla. Aún en los confines arbóreos de La Rioja. Un frío sombrío se desliza por estas primeras horas como un gato montés. En Venta de Goyo paramos a tomar un café que será más bien achicoria. No hay prisa por servirlo, ni por tomarlo. La prisa la lleva solo el rio que va al Ebro. La prisa se nos quita de encima cuando enfilamos el pantano de Mansilla donde las vacas se hacen dueñas de la abrupta y desangelada carretera. No sabíamos que era por este lugar, pero queríamos pasar por aquí. Vinimos a encontrar el silencio donde difícil llega la urbe: estos pasos abruptos, tortuosos para el sibarita, resultado del hielo orador y la nieve erosionante de los inviernos inclementes.
Cañón del rio Lobos. La senda sumerge, a golpe de gravilla, ora arenisca, allá caliza, desde el desolado pueblo de Hontoria a primeras horas. Rio seco. Cantos rodados. Tremolina de sendero vaguando el curso del rio inerte. Pinos silvestres, alicaídos bajo los macizos. En nuestras ocho horas de peregrinaje nos encontraremos a siete humanos. El arte de caminar orada nuestro pensamiento y Thoreau nos observa fumándose una pipa entre los pinos que se suspenden a este y noroeste. No es esta la naturaleza, puesto que, como parque natural ha sido tratado y adecentado. Pero es, sin duda, un enigmático lugar del que el hombre poco a poco va perdiendo su usura. Las rapaces balancean sus territoriales graznidos en los inmensos recodos calcáreos. Nuestro paso se atemoriza. Dos metros de ala sobrevolando nuestras cabezas.
Nenúfares sobre los riachuelos que subterrános han aflorado con brio a la superficie. Sobre ellos, ranas croando replicando los graznidos de los buitres leonados en lo alto. Si el sol acecha, la sombra refugia con un frescor mentolado. En ese fragor recorremos ya livianos los 25 kilómetros de senda; su gracia nos permitirá a duras penas realizar los idénticos que no guales kilómetros de vuelta. En la hoy ermita antaño templo templario nos tumbamos. Los cuervos giran en ondas, los buitres leonados observan, calculan. Venid a por nosotros. Vinieron. Están dentro, viven, graznan. Rio seco del Cañón de Lobos.
Regresamos exhaustos a Hontaria. En uno de los dos bares del pueblo, a final de jornada y en una calma parecida a la del Cañón, se prestaban los vecinos al envite de la selección española contra la de Chile. Jamás nos reconfortaron tanto el agua fría y los cacahuetes de cortesía. Dejamos a los vecinos frente al fiasco futbolístico, mientras comenzábamos rumbo a Burgos el camino de nuestro peregrinaje de vuelta. La llanada seca, trigera, con un sol irredento a las nueve de la noche que parecía un amanecer repentino. No somos los mismos cuando volvemos. Anidan en nosotros los cuervos y los buitres que contemplaron acecharnos y nos devoraron.