Mohamed a sus 22 años es un extraño superviviente en una tierra, la suya, la de sus ancestros, que sufre día a día los seismos de la crueldad del asedio y el sometimiento. En el televisor de un tugurio en la arenosa calle cercana a su casa en Gaza ha visto que un seismo en Nepal ha causado miles de muertos. No surge de su adusto rostro, casi del color del cuero y redondeado como el sol, una expresión siquiera. ¿Qué son 4.000 muertos para él? – esa era la cifra cuando hablé con él -. Los vecinos, amigos, familiares que fallecieron en el último terremoto que organizó el ejército israelí superan con creces esa cifra. Y antes que este, miles y miles y miles y miles. «Al menos muchos de esos nepalíes han muerto en su tierra», me escribe Mohamed. La casa de la familia de Mohamed, a decenas de kilómetros, permanece. La ocupan desde hace décadas ciudadanos israelíes: los naranjos en los que el padre de Mohamed recogía con su tío y su abuelo, hoy son propiedad de una sociedad israelí gestionada por colonos. «Esos naranjos lloran como yo», dice Mohamed. El abuelo, el padre, que entonces era un crio y la familia de Mohamed huyeron con el pavor del ataque en 1948. Dejaron la tierra que se convirtió desde entonces en un espectro de sombras. Se libra en los hacinados campos llamados eufimísticamente de refugiados una batalla sin igual día a día. Es el holocausto del olvido que vive con otro peor: el de la rutina. Pero eso tengo que darle una buena noticia a Mohamed: la campaña inicada en un lejano noviembre de 2008 en una ciudad cercana a donde vivo, Bilbao, de boicot a las empresas que colaboran con los «asentamientos» de Israel en Palestina, en concreto a Veolia, ha dado su primer gran fruto. El gigante francés Veolia, que se había hecho con el servicio de transporte en la capital bilbaína, ha declinado su participación en diferentes proyectos que venía ajecutando en asentamientos. Desde el noviembre bilbaíno de 2008, Veolia ha perdido millonarios concursos en Londres, Estocolmo y Boston entre otras ciudades.
Se alegra Mohamed. Es probable que en Gaza y otros lugares de Palestina no sea esta noticia la que se reciba con más alegría, sino el saber que al otro lado del muro hay un mundo que palpita por el derecho de su gente. Hablarán de nuevo y esta tórrida noche de Mayo Mohamed y su familia, extensísima a pesar de los fallecidos, detenidos y desaparecidos, comentarán las nuevas sobre Veolia y el nuevo traspiés para el apartheid. Se despide Mohamed deseando que estuviera con ellos como hace 4 años, degustando dátiles, mi debilidad.
Dátiles. Me voy al barrio chino bilbaíno, pues allí encuentro lo más cercano al entrañable ambiente acogedor y destartalado que viví en Gaza en mi segunda visita. En Bilbao comenzó la campaña contra Veolia por su participación en el apartheid en palestina. Desde entonces algunas de las personas con las que compartí momentos inolvidables en Gaza han fallecido bajo las bombas del ejército israelí en la última ofensiva; Pero Mohamed vive. Supe nada más verle por primera vez, hace seis años, que era un superviviente nato. Es el fiel reflejo, creo, del pueblo palestino: vivaz, caótico en todo excepto a la nucleica unión a la familia, su honor. «Occidente no comprende el lazo de tribu que auna a este y otros grandes pueblos de oriente medio. Su democratización obvia esta realidad. Quizá por eso, la «paz» en oriente nunca tendrá lugar de la mano occidental», me comenta Francisco, voluntario bilbaíno en Palestina durante años que prevé acudir de nuevo como escudo humano.
Así que cuando recorro la calle San Francisco en el antaño barrio chino bilbaíno, busco dátiles de Irán, como los que desgusté con Mohamed y su familia en Gaza hace 4 años. Un marroquí me dice en una frutería que tiene «de Israel». Me quedo sorprendida. Declino y compro los que vienen en cajas de Tunez. Me acuerdo de los naranjos que lloran que me dice Mohamed. Quizá los dátiles que me ofrece el tendero provenientes de Israel también lloren.
Repaso en los días siguientes al terremoto en Nepal los titulares de prensa. Como si la prensa fuera también una hecatombe, encuentro entre sus escombros titulares que me abren a una realidad desconocida:
«25 bebés nacidos de madres de alquiler en Nepal han sido rescatados in extremis en la gigantesca misión de ayuda y rescate de Israel en Nepal».
«Más de 230 israelíes llegaron a Israel, incluidos 15 bebés«
No quiero comentar nada de esto con Mohamed. Quiero huir del enfrentamiento entre gentes, ese tópico, aunque haya sido en décadas y en la propia realidad cotidiana el objetivo en lo que es Palestina, hoy denominado Israel. Los homosexuales israelíes eligen Nepal como lugar donde hacerse con un bebé. Los derechos del colectivo homosexual en Israel son muy restrictivos en lo referente a la paternidad. Otros israelíes lo eligen como lugar de descanso, alejado de la hostilidad que cualquier destino de turismo supone para la comunidad israelí. En la última operación militar sobre Gaza, la masacre de menores y bebés aún no tiene cifras determinantes. Según Amnistía Internacional de las 2.500 víctimas mortales, 539 eran niños.
Hoy primer domingo de Mayo me dispongo a hablar con Mohamed. En la prensa española se destaca la inauguración hoy del documental Voces censuradas (Censored voices) en el festival Documenta Madrid. Son las entrevistas en su día censuradas de dos soldados israelíes que entrevistaron a sus compañeros de armas durante los 15 días siguientes a la batalla de los seis días en 1967. Sus nombres Abraham Shapira y Amos Oz. Leo en elpais.com algunos de los testimonios grabados por Shapira y Oz:
“Descubrí que aquello no eran solo piedras, que allí vivía gente, árabes a quienes echamos y humillamos”.
“Todos nosotros no éramos criminales. En la guerra nos convirtieron en asesinos”
“Vi a los refugiados árabes saliendo de Jericó y me identifiqué con ellos, con aquellos padres llevando en brazos a sus hijos. Los árabes habían tenido experiencias similares a las nuestras en la Segunda Guerra Mundial. Me vi haciendo algo no muy distinto a lo que nos hicieron los nazis”.
Tampoco hablaré de esto con Mohamed. Prefiero percibir el pálpito de vida suyo y el de su gente; la superación de las adversidades más crueles con esa sonrisa de medio sol de día y media luna de noche que me hace creer en el porvenir de este pueblo no olvidado.