Escalonadas, este año tendremos tres elecciones. Tenemos que elegir, por voluntad de la mayoría democrática, a la chusma de ladrones, caraduras, extorsionadores, encubridores, coautores, inductores, defraudadores, estafadores, difamadores, y otras combinaciones diferentes que se realizan en el patio trasero del spot de las candidaturas, representantes de la masa votante que cada vez bota más como pelotas desinfladas a los elegidos en la carrera político-delictiva.
¿Tenemos los políticos que nos merecemos? ¿piensan los políticos que tienen a la chusma que se merecen? ¿son todos los políticos iguales, o es esta una excusa para no discernir y seguir con el juicio que se ajusta más a nuestra comodidad? ¿se puede hacer política sin partidos?
En estos días en los que nos hemos agarrado a la pertenencia de un club de fútbol como pegamento que une o como la manada habitada por una pulsión primaria, la mayoría desempeñamos un papel pasivo, contenido, incluso apático en esto del polisíndeton del politicón. Pero por detrás del espectáculo del juego electoral, la política en realidad se decide a puerta cerrada en un pacto entre los gobiernos elegidos y las élites que representan principalmente los grandes intereses financieros. Dice el francés Jacques Rancine que no hay una crisis ni un malestar de la democracia, lo que hay es la evidencia de la distancia entre lo que esta significa y a lo que la quieren reducir. En fin. Para llegar a un fin, sabiendo que las relaciones de poder y su circulación son difíciles de detectar, y que la realidad depende de las experiencias de cada cual y del punto desde el que se mira (cómo me suena esto a repetir palabras ajenas, a ser Eco al que Hera dicta lo puesto), voy a seguir con mi inclinación a mirar el techo de donde me hallo. A ver si veo a Júpiter, Saturno y Urano. Esos planetas exteriores del sistema solar. Si por casualidad esto supone alcanzar demasiada altitud, me dedicaré a pensar alguna chorrada para mi voto nulo.