El 3 de mayo fue el día Mundial de la Libertad de Prensa. Hace 13 años, el mundo pudo conocer el horrendo proceder de soldados norteamericanos en Irak, y el intrincado proceso de su invasión gracias a multitud de claves filtrados del Departamento de estado norteamericano. La plataforma WikiLeaks, liderada por Julian Assange, ofreció a los principales diarios y medios de todo el mundo miles de comunicaciones secretas que desvelaban cómo el Departamento de estado estaba ocultando no solo los verdaderos motivos de la invasión, sino también los horrores cometidos por el ejército norteamericano.
Después de que decenas de medios publicaran una exigua cantidad de la información secreta, la persona que ofreció a Assange ese material, Chelsea Manning, y él mismo, serían acusados por el Departamento de Justicia norteamericano de 18 delitos, entre ellos, el de espionaje.
Después de que el escándalo por las revelaciones hiciera vender millones de periódicos y espacios de información, los medios abandonaron a su fuente, Julian Assange, como a un muñeco amortizado.
El calvario para el no exento de narcisismo líder de WkiLeaks acababa de empezar. Ha estado diez años recluido en la embajada ecuatoriana en Londres. Recientemente se ha cursado una orden de extradición a EE.UU.
El gobierno de EE.UU. no alega que Assange vendiera ningún secreto a gobiernos extranjeros, sino que recibió documentos clasificados de una fuente dentro del ejército de EE. UU., conservó esos documentos y finalmente publicó algunos de ellos. ¿Qué motivó a Julian Assange y a su fuente, Chelsea Manning, a actuar de semejante manera? Existía información que el público de todo el mundo debía conocer y que estaba siendo ocultada. Es decir, el cometido que tiene la prensa.
Por eso sorprende en este 3 de mayo pasado el escaso énfasis de la prensa no solo por la conmemoración, sino en reivindicar a Assange como víctima de la vulneración del derecho de prensa y libertad a la información.
Al comienzo de la administración Biden, el público estadounidense supo que The New York Times, The Washington Post y la cadena CNN habían sido espiados en secreto por el departamento de justicia de Trump. El presidente Biden respondió condenando lo sucedido. A los pocos días, ordenó al departamento de justicia que dejara de espiar a los periodistas bajo su administración.
El mes pasado, cuando el reportero de The Wall Street Journal, Evan Gershkovich, fue arrestado en Rusia por falsos cargos de “espionaje”, el Journal reunió sus recursos para ayudar a su colega, miles de periodistas expresaron su indignación en las redes sociales y surgieron protestas en todas partes. La Casa Blanca y el departamento de estado sintieron la presión, y pronto estuvieron al frente, prometiendo hacer todo lo posible para traer a Evan a casa.
Assange, mientras, permanece en su celda en la prisión de Belmarsh, en el Reino Unido, esperando ver si es extraditado a los Estados Unidos. Los abogados de Assange han apelado ante el tribunal más alto de Gran Bretaña. Si bien Assange pudiera recurrir al Tribunal Europeo de Derechos Humanos si pierde, sus posibilidades son cada vez menores.
Pasado el día mundial de La libertad de Prensa, entre otros muchos, parece que su existencia depende de que haya muchas personas como Julian Assange.