La opereta del brexit en el Reino Unido está haciendo saltar las notas de lo que es ya una crisis del establishment británico. Lejos de ser parte del problema, Boris Johnson maneja un partido conservador que vive el contra reflujo de la revolución thatcheriana y su gran baja marea blairista. Se respira casi un escenario de tormenta perfecta. La clase dominante y la mayoría de las empresas de Gran Bretaña quieren permanecer en la Unión Europea. Pero su instrumento social que es el Partido Conservador, es un buque en el que han tomado los mandos los brexiteers de la derecha dura. Las élites intentaron manejar la crisis buscando una salida de centro con el partido laborista. El liderazgo socialdemócrata de izquierda de Geremy Corbyn, o más bien su resistencia a todos los liquidacionistas ultra liberales en su partido, hizo imposible la operación de las élites. En medio de todo esto, la Gran Bretaña media tercia también su crisis. El ultra liberalismo de las últimas décadas y la crisis que comienza de nuevo cada mañana, ha puesto a esa media y baja Gran Bretaña a los pies de la crisis europea. Ven en la Unión Europea buena parte de sus males. Boris Johnson ha anunciado el principio del final de las políticas de austeridad. El primer saco de arena comienza el dique. Pero solo es un saco, de momento.
Johnson vive además una profunda marejada en su propio castillo. El partido tory experimenta en carne propia la sangría de los tiempos. El primer ministro británico se parece al bote salvavidas de un sistema con fugas a babor y estribor. Johnson se ha estampado en su primera puesta de largo en el parlamento, aniquilando la mayoría tory. Sus maniobras han llevado a la expulsión de 20 parlamentarios tories. En mitad de la tormenta, pretende sacar partido en unas nuevas elecciones. Se ofrecería ante la nación que se siente desfavorecida por la UE, es decir a la clase media baja y a la trabajadora: los tories son los únicos defensores de una votación democrática de salir de la UE, mientras que los rojos y los liberales son los lacayos del status quo económico que quiere subvertir la deliberación nacional.
Para Johnson todo iría sobre ruedas si las elecciones se realizasen antes del Brexit y de la próxima cumbre europea. De momento le han dado calabazas dentro de su partido y fuera de él. Para la izquierda laborista, hay un miedo mayor: la movilización social. Abandonaron un Brexit del pueblo hace tiempo, y no están dispuestos a más consultas que no estén controladas. Su proyecto es más Estado – de bienestar – y no más sociedad.
De momento, la parálisis es la mejor noticia para el establishment. La mayoría de parlamentarios contra el Brexit se ha hecho al fin evidente. La postura pro-UE de los laboristas y su oferta de un gobierno “nacional” – sería más exacto de “concentración” – es la vía que espera la élite: permanecer en la UE, alejar unas elecciones que podría ganar el rojo Corbyn, contra con un gobierno “de interés nacional”.