
De entre las grandes fotografías que los medios exhiben estos días como corolario de lo que ha sido 2018, la que hizo Mohamed Salem para Reuters el 15 de mayo, podría titularse «El dolor de oriente medio». Laila Anwar al-Ghandour siempre tendrá dos edades. Una es la que tienen todos los palestinos a cuestas, la edad en que sus familias fueron desterradas y hacinadas a la fuerza en 1948; la otra edad es la de la más inmediata vida. Para Laila esta última era de ocho meses. Murió ese día 15 de mayo tras inhalar gas lacrimógeno lanzado por el ejército israelí en el distrito de al-Shati, conocido como Beach Camp, en el oeste de Gaza. Leila llevará por siempre un número. Es la víctima 59, desde que el 30 de mayo miles de palestinos desarmados iniciaran una ola de protestas en contra del traslado de la embajada de Estados Unidos a Jerusalén. La marcha de decenas de miles de palestinos en el límite de la franja con Israel se cobró la vida de 58 personas, hasta la muerte de Leila. Más de dos mil personas recibieron disparos del ejército. Las protestas conmemoraban el 70 aniversario de la Nakba del 15 de mayo de 1948.
El ejército israelí impuso un bloqueo por tierra, mar y aire en la Franja de Gaza. El titular de Reuters no podía ser menos apropiado. El ejército israelí nunca ha dejado de imponer un bloqueo sin igual en la franja de Gaza. Esta ciudad se ha convertido en la mayor cárcel a cielo abierto del mundo. El cerco desde hace más de una década provoca cortes de luz, racionamiento de agua, hospitales colapsados, escuelas derruidas. Un laberinto de vallas, controles militar, toques de queda de todo un día, celdas de prisioneros. Todo ello aderezado cotidianamente de bombas, soldados, carros de combate y asesinatos rutinarios de un modo que el fotoperiodismo no puede recojer. Este soez y pérfido apartheid, puede, sin embargo presumir de igualitario. La familia de Leila es igualmente pobre a la totalidad de todos gazatíes. Y todos son iguales ante la arbitraria muerte que oende sobre su cotidiana vida.
Mientras Leila perdía la vida, la hija del presidente Donald Trump, Ivanka, y su yerno, Jared Kushner, se unían al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, para inaugurar la embajada de Estados Unidos en Jerusalén. Hay un presagio maligno en cada aparición pomposamente preparada de algún alto cargo israelí. «El hospital huele a sangre, hay sangre por todas partes», contaba Maram Humaid a Al Jazeera desde el Hospital de Indonesia en el norte de Gaza. «Los heridos yacen en el suelo, no hay más camas para acomodarlos. Los hospitales están desbordados». Los hospitales siempre están desbordados en Gaza.
Leila es el rostro de lo que eufemísticamente se llama «cuestión palestina». Como asegura Mohamed Safa, la ocupación israelí de Palestina es el nudo gordiano sin cuya solución será imposible solventar los conflictos del mundo árabe. Este año de 2019 ¿cuántas Laila Anwar al-Ghandour más van a optar al premio a la mejor fotografía en Occidente?