Somos jóvenes. Sí, somos jóvenes. Tú también, tú que tienes cincuenta años. Estás en la flor de la vida. Acabas de traspasar la línea de los cincuenta, tienes medio siglo y estás hecho un chaval. Acabas de salir de la adolescencia, acabas de salir del horno, recién hecho, moldeado y caliente.
Hace unos años, los de cincuenta eran ya unos señores. Se encontraban al borde de terminar sus empleos para el tan deseado descanso, la jubilación. Un descanso merecido después de llevar casi toda una vida trabajando. Disfrutar de las horas muertas, de aquellos libros que no pudiste leer porque tenías que dejar terminado el trabajo. Poder relajarte con aquel disco de Bob Dylan que tanto te gustaba y hace tanto que no escuchas… De esos paseos con tu señora por el parque, de poder echarte la siesta todos los días, de viajar y de ir al cine para ver la última de Woddy Allen (que detestas, pero le encanta a tu mujer). En definitiva, disfrutar de la vida. Disfrutar de tus merecidísimas vacaciones.
Pero ahora, ya no. Los tiempos han cambiado, y se han alterado para todos. En la actualidad ya no sales de casa a la edad que los jóvenes solían independizarse. En cuestión de unos pocos años la vida se ha transformado de forma brutal. No sales de casa con veinte ó veintipocos años. Ahora se sale de casa de los padres a los cincuenta. Poco a poco (con la ayuda indefectible del gobierno) has ido demorando la emancipación. Tras la carrera, el máster y siete años en prácticas ya eres todo un hombretón. Ya puedes salir.
El hambre agudiza el ingenio. Puedes vivir en la casa de tus padres mientras ellos te alimentan, te pagan el transporte, el móvil y el cine. A la vez, todo lo que ganes (para esto hace falta tener trabajo) lo inviertes en tu hipoteca, todo el sueldo, íntegro. Que se note que quieres acabar con la deuda que tienes con el banco, que no se diga que te retrasas en tus pagos. Paga. Es lo importante.
Si has cumplido el objetivo anterior eres un gran afortunado, ya que has logrado encontrar trabajo y lo has podido mantener (cosa muy difícil). En caso de que no hayas sido tocado por la gracia del empleo o por la virgen del Rocío, sólo espera a heredar la casa de tus padres y vender la plaza de garaje para poder pagar la luz un par de meses.
Tienes más de cincuenta años, has pagado tu hipoteca al banco y decides irte a tu pequeño nido de amor con tu pareja. Los cincuenta de antes son los nuevos treinta, así que decides tener un crío. Quieres darle un nieto a tus padres. Nueve meses después nace una hermosa bolita de pelo rubio. Los bebés de ahora no vienen con una barra de pan (¡esos eran los de antes!), ahora vienen cargados de facturas. Los pañales y los potitos se han convertido en artículos de lujo, por no hablar de las guarderías. Estas universidades para bebés también hacen selección de alumnos, y como en los nuevos centros, sólo entran los que más tienen.
Durante la época de formación obligatoria de tu hijo decides hacerle otro agujero al cinturón para poder ofrecerle oportunidades y experiencias que, como todo, cuestan dinero. Gastas lo justo y necesario, pareces un detective buscando las mayores rebajas y precios más bajos para no tener que ahorcarte en el salón. Sabes que tienes que ahorrar y no gastar, te lo dice la televisión y la prensa. No vivas por encima de tus posibilidades como tus padres (¡vaya derrochadores!, piensas mentalmente), ahorra. Ahorra porque ha salido el presidente del Gobierno en su propio canal, «Rajoy TV» y ha dicho que este viernes sí hay impuestos y tasas, y claro no somos unos morosos de esos que salen en la tele. Nosotros sí que pagamos. Hay que defender la marca España. No somos Grecia. ¡Faltaría más!
Años después, tu hijo consigue su primer trabajo (sin ver un euro) pero aun así estás orgulloso de él. Ha seguido tu ejemplo, después de años en prácticas, trabajos sin remuneración, trabajos con algo de remuneración, ha conseguido un trabajo fijo. ¡Qué feliz eres! ¡Funciona el sistema!
Ya con los ochenta (los nuevos sesenta) te ves más ligero de las obligaciones, menos responsabilidades, le has dado a tu hijo todo lo que le podías ofrecer. Has cumplido como ciudadano, como padre y como contribuyente. Puedes estar orgulloso.
Unos años más tarde consigues jubilarte, las pensiones están congeladas pero es igual. Vas a descansar. Es tu tiempo. Ahora que eres libre de toda deuda puedes disfrutar de tu libertad, sin horarios, ni jefes, ni horas extras, nada. En tus primeras horas como jubilado decides dar un pequeño paseo y hacer tu particular cuento de la lechera. Te irás con tu señora a París, a celebrar la luna de miel ya que cuando eras adolescente no pudiste. En un hotel bonito, con rutas y buenas comidas. Un regalo a toda una vida. En resumen, podrás disfrutar de tu vida… De repente te viene una imagen a la cabeza, no sabes lo que es pero te mosquea… Entonces, caes, te quedas en blanco. Piensas patidifuso. Cierras los ojos y recuerdas que tu hijo vuelve a casa, que quiere comprarse una casa…