
El grisáceo silencio de la calle Concepción Arenal quedó mordido por las palabras salidas de una radio o la televisión exhaladas desde una ventana baja en el portal número dos.
– Señorías, los acuerdos que permitirán este nuevo gobierno reflejan la pluralidad nacional. El acuerdo permitirá, y yo me comprometo como presidente, ante toda la ciudadanía a mejorar su nivel de vida, de libertad. Es este un momento histórico.
A pocos metros, en el vértice con la calle Emilia Pardo Bazán, de la guardería de la Caja de Ahorros salían como greguerías las párvulas risas de los inocentes.
Otras noticias del día: la economía creció en el último mes un 1,8 por ciento y el Producto Interior Bruto también. El país, ha asegurado el ministro en funciones, lidera el espíritu de transición económica, sin traumas ni traumatismos.
Y los niños, alborotados, gritaban ahora como una fanfarria en carnaval. Un barrendero, envuelto en un anorak fosforita y raído encallaba la pala en los bordes de la empinada acera. Marcial y huidizo, extraño como un prófugo o un recién exiliado, nada parecía escuchar. La hojarasca marchita, los pliegues levantados de las aceras también marchitas, las papeleras obesas de materia desechable. El grisáceo espasmo de luz de las casas bajas en la calle Miguel Cervantes caía sobre el hormigón de las aceras y los parterres mustios pero aún verduzcos.
Más arriba en la esquina de la Avenida mayor con Pardo Bazán, el colectivo 3133 se ha llevado a las decenas de personas que con grises trajes y gabardinas deslavadas enfilan la jornada a la capital. Las empleadas de hogar sus mochilas con las batas blancas o azules en las mochilas que son en realidad de alguno de sus hijos, también se suben al colectivo para coger en la parada 22 el colectivo 3135 que lleva a las urbanizaciones de Cerro llano. No será hasta dentro de diez horas que todos ellos vuelvan, como un ejército vacilento y cansado de soldados hijos y tataranietos de soldados al alba.