
En los mentideros de la capital de España sonaba su nombre como sucesor del presidente José María Aznar. Pero este se decidió por Mariano Rajoy. Esto ocurria en 2003. Quince largos años. Lejos de tomárselo a despecho, Don Eduardo Zaplana siguió mostrando su sonrisa de clown allá donde fuera. Y donde fuera iba a ser siempre donde hubiera dinero. Un once de febrero de 1990 comentaba con el concejal de Valencia de su mismo partido, Salvador Palop, el modo de conseguir “rascar algo” de un empresario.
Zaplana: Me voy a que me lo expliques. A ver cómo puedo… Voy con un planteamiento fácil. Me sentaré a comer con él y le diré a ver cómo puedo rascar yo aquí.
Palop: Claro.
Z.: Así, pura y simplemente, ¿eh? Que me dé diversas opciones y me qu edo con la más fácil. Pero me tengo que hacer rico porque estoy arruinado, Boro.
P.: ¿Sí? ¿Cómo ha sido eso? Estás trabajando como un cabrón.
Z.: Estoy trabajando mucho, pero estoy arruinado.
P.: ¿Y eso?
Z.: Me lo gasto todo en política. No ves que no tengo sueldo como tú. Que cobras de lo que trabajamos todos los españoles.
P.: Claro.
Z.: Pues eso es lo que pasa. Ay, tengo que ganar mucho dinero, me hace falta mucho dinero para vivir. Ahora me tengo que comprar un coche. ¿Te gusta el Vectra 16 válvulas?
Las cosas a Eduardo le fueron bien desde aquel día. Seis años después ya había dado el salto de Alicante a ministro de aquel primer gobierno de José María Aznar en 1996. Aunque la máxima de necesitar mucho dinero para vivir continuó siendo para él no solo un mantra sino un perentorio modo de vida. Don Alberto no era el único, sino uno más de la especie bacteriana que crea el bacilo de la política organizada en entes políticos. En la política española urdir y conseguir son dos verbos paradójicamente intransitivos, a diferencia de lo que son en la lengua castellana. Es el conseguidor político quien se convierte en verbo y gracia de un sistema que acaba funcionando como un reloj suizo. Eduardo Zaplana era un lazarillo más en la picaresca española. Otros compañeros de Eduardo en el gobierno de Jose María Aznar han acabado o están a punto de acabar con sus huesos en la cárcel.
Eduardo cumplió su máxima. Era, como muchos otros, un hombre hecho a sí mismo. O dicho de la manera inversa y real, un hombre que se subió a un tren por el que hubo de invertir previamente bastante dinero. Después hubo de conseguir el vagón de primera. Tras la escabechina de la sucesión de Aznar, Eduardo hizo suya la máxima de que las peores circunstancias son las mejores circunstancias. Alternando pasos por consejos de administración en los que aprovecharía su aún relativa influencia en las altas esferas de la contratación, desembarcó en la Generalitat de Valencia. Era la California de la corrupción española. Una tierra de oportunidades para la fiebre del cohecho que aún reina: la ciudad de las ciencias y las artes en Valencia, concesiones turísticas, ferias de turismo, campeonatos de fórmula uno, visitas del Papa, planes de ordenación urbanística, planes eólicos, ITV, regeneraciones urbanas y paisajísticas.Y Don Eduardo siguió sonriendo.
El modo en que Don Eduardo ha caído tiene los mismos tintes de vodevil con lo que aderezó su fulgurante carrera. Vendió un piso por el que sacó una plusvalía moderada a un comprador sirio que circunstancialmente era imán de una mezquita en Valencia. El comprador desconocía que iba a encontrarse en un mueble ocultos unos folios manuscritos del mismísimo Eduardo. Allí estaban descritas con la letra eduardiana las mordidas en adjudicaciones, bufetes encargados del blanqueo de dinero. El imán sirio entregó en aún desconocidas circuntancias los folios manuscritos a Marcos Benavent, alto cargo del Partido Popular que se dedicaba al cobro del 3% de obra pública. Conocido como «el yonqui del dinero», de las manos de Benavent, los folios manuscritos acabaron en manos de la Guardia Civil que puso las esposas a Zaplana cuando intentaba introducir más de diez millones de euros de Latinoamérica.
Don Eduardo era muy meticuloso. Le viene de carrera. Esos cuatro folios son todo un doctorado de contabilidad. Figuran las adjudicaciones de Sedesa, la empresa vinculada a la familia de Juan Cotino, director general de la policía del primer gobierno Aznar; sobornos detallados en el Plan Eólico Valenciano, la adjudicación de las ITV en las que pudieron ser beneficiados de nuevo la familia Cotino.
Pero Eduardo Zaplana sigue riendo. Justo el mismo día en que el tesorero del Partido Popular, Luis Bárcenas, era condenado por la trama Gürtel, junto a su mujer, el conseguidor Correa y el propio Partido Popular a «título lucrativo».