Madrid ciudad. Esta es una operación urbana de más de dos millones setecientos mil metros cuadros. Es la conocida operación Chamartín. Son más de 10.000 viviendas a construir. Las alarmas tronaron cuando el plan estaba desarrollado y aprobado por el pleno del ayuntamiento de Madrid. El gran beneficiario será el BBVA, propietario desde 1993 de los terrenos que antes eran del ente público Adif. Esta es la operación urbanística que evidencia la recuperación de la cultura del pelotazo inmobiliario en España. Pero algo ha cambiado frente a los años del boom y la falsa riqueza de 41 millones de todopoderosos compradores y vendedores de vivienda. La operación Chamartín ha levantado una crisis política poco imaginable hace apenas diez años en España. Miembros de los partidos Podemos e izquierda Unida en Madrid han puesto una denuncia contra 28 cargos públicos y responsables de la operación. Aseguran que el pelotazo es una fraudulenta entrega de suelo público a un ente bancario para alcanzar plusvalías con la reventa del inmenso solar. La misma denuncia no está exenta de polémica. Podemos e izquierda Unida han sido los partidos que en los últimos cuatro años han apoyado a la alcaldesa Manuela Carmena. Ha sido su equipo al frente de la concejalía de desarrollo sostenible quien ha ejecutado la tramitación y revisión del plan Chamartín.
En una aparente pugna a posteriori, lo cierto es que todos los partidos del espectro político en Madrid han dado en su debido momento luz verde al gigantesco pelotazo de Chamartín. Desde el PSOE a principios de los años 90, pasando por el PP de varias alcaldías – Álvarez del Manzano, Ruiz Gallardón y Ana Botella -, llegando Podemos con Manuela Carmena, hasta finalizar con VOX y Ciudadanos, que dieron su voto a favor en el primer pleno de la nueva legislatura municipal de Madrid. Las derechas tienen sus motivos para aprobar este plan; las izquierdas los suyos. Los detalles de unas y otras pueden no dejarnos ver el punto de encuentro de ambas: el pelotazo de Chamartín es progreso. Progreso con sus beneficios de toda la vida, defienden unos; progreso con marcados matices en otro sentido social también aseveran los otros. A este grado de consenso han llegado todas las partes en apariencia distanciadas por intereses solo en apariencia antagónicos. El BBVA ha aceptado en los últimos cuatro años rebajar la edificabilidad del proyecto, presionado por el ayuntamiento en manos de Podemos e IU. Podemos e IU han accedido a comprender que toda iniciativa urbana en la capital tiene que tener promoción privada que la lidere, negociando beneficios y plusvalías a cambio de ciertos resultados sociales. El acuerdo está a la vista de todos, a excepción de los díscolos “de siempre” o “de última hora”. El progreso es el gran ganador. La ciudad progresa, los beneficios progresan, las propiedades privadas de clase media progresan, los pisos menos caros progresan a la luz del propio progreso, la economía no va a la zaga de las conquistas, el ayuntamiento tiene 20.000 nuevos impuestos.
Los díscolos “de siempre” dan la vuelta a la piel de cordero del progreso en esta operación Chamartín. Desde las voces más equidistantes y moderadas en la crítica, como la de miembros oficiales de organizaciones ecologistas hasta la contumaz de alguna asociación de vecinos o la de francotiradores acusados de anti desarrollistas. Los moderados advierten del cálculo de desplazamientos que conllevará levantar una barriada- ciudad del tamaño de Chamartín con casi cuarenta mil desplazamientos de coche diarios. Ponen en solfa la dimensión de la operación. El suyo es un pecado venial. A ojos de gestores, funcionarios y políticos, las críticas son infantiles. El progreso no tiene proporción sino es geométrica y su ánimo tiene solo un modo, pantagruélico. Los críticos más secuaces ven ausencia de metros cuadrados destinados a parques y sistemas libres verdes. El plan contempla un parque o lo que puede asemejarse a un parque según cada cual considere lo que es un parque. Lo cierto es que en la lógica del arduo consenso conseguido entre propietarios de suelo y ayuntamiento, construir más parque desbarataría el equilibrio de logros políticos que han obtenido las partes en la negociación. Si alguna de ambas perdería solo un poco, perderían mucho las dos. Y una vez definido el plan, quien tiene más que perder es el propio ayuntamiento. Es este quien tiene interés político en que el plan se ejecute; el BBVA no tiene interés alguno en promover – a pesar de haberse convertido en promotora -, sino en obtener plusvalías de la venta de los terrenos a terceros promotores.
En el juego de marionetas que ha cerrado la operación Chamartín, no han escaseado los ingredientes morbosos. Un directivo del BBVA, Antonio Béjar, ex responsable del Área de Riesgos y Recuperaciones Inmobiliarias del BBVA que tiene por toda España y presidente de la promotora de Chamartín – 75% propiedad del BBVA- , tuvo que dimitir al verse implicado en la red de espionaje extorsión y chantaje del comisario Villarejo. El progreso también se defiende en las cloacas del Estado.
Que el pelotazo de Chamartín es una prioridad “mayoritaria” lo demuestra que haya sido lo primero que han aprobado todos los partidos con representación en el ayuntamiento de Madrid en el primer pleno de la legislatura 2019-2013. Serán dentro de unos años diez mil nuevas familias las que vivan según sus posibilidades unas, malvivan la mayoría y sobrevivan por encima las menos. Todas tendrán un techo que será deuda, el patrón oro del progreso. Algunas familias, las menos, salvarán esta deuda en poco tiempo; las más, tardarán toda su vida, sino las de sus herederos. Nada nuevo que no se viva, ni vivan hoy quienes mañana habiten las viviendas de la hoy estación de Chamartín. La vida para todas ellas seguirá siendo administrada: desde el techo que las cubre hasta el ocio en cercanas grandes superficies que disfrutan es el resultado de un complejo trámite administrativo y político. Acotado y delimitado. No hay margen para cualquier autonomía personal que pueda generar actos colectivos extravagantes.
El orden constituido es un plusvalioso intercambio de mercancías: viviendas almenadas de productores de cuello blanco, negro o rojo que duermen y reponen fuerzas en ellas tras jornadas de maratón meritorio; un orden de cadena perfecta tayloriana se repite con la precisión de un reloj. El reto en tres décadas será cómo los administradores de cuello blanco, negro o rojo del progreso van a lidiar en encontrar suelo que vierta a los hijos administrados de las parejas y matrimonios que vayan a vivir mañana en Chamartín. Aún no ha nacido esta mega urbe desproporcionada y el progreso ya planea dónde verter a los vástagos administrados de esta generación. Las izquierdas y las derechas ya piensan en ello. Y el progreso eructa tranquilo.