
El ex juez Baltasar Garzón fue una estrella tintineante en la España en la que brillaban los grandes arribistas de levita. Personajes como Jesús de Polanco, Mario Conde, Javier de la Rosa o Manuel Prado y Colón de Carvajal, junto al ex juez Garzón coparon un poder en el que lejos de existir separación y respeto a la ley, reinaba una viscosa urdimbre entre la política, el dinero, la judicatura, la banca y la corona. Baltasar Garzón Leal quiso ser un Savonarola en un gobierno socialista, primero, después un juez redentor blasfemo con el principio de justicia, y por último, un malogrado aspirante a premio Nobel. Sus causas tuvieron un exorbitante carácter partidista. Sus instrucciones, torpes y abruptas, fueron una sucesión de escandalosos fracasos. Desde operaciones antidroga donde excepto droga había un alijo espectacular de encarcelamientos luego revocados, hasta el cierre de dos medios de comunicación – los únicos dictados por un juez en la democracia española – bajo la sospecha de connivencia con el terrorismo que se demostró falsa. Su rutilante paso de Caronte a la política, le llevó a formar parte de un gobierno al que había investigado por crímenes de estado. De vuelta en la orilla, investigaría a ese gobierno del que salió por la puerta pequeña tras no poder ser el triministro de Interior, Justicia y Hacienda que deseaba. Inhabilitado como juez por vulnerar la tutela judicial, grababa a acusados y sus abogados e incluía en los sumarios como prueba indiciaria sin explicar, datos o conclusiones incriminatorias contra los encausados.
Baltasar Garzón Leal está acostumbrado al optimismo “de sí mismo”. El Comité de Derechos de las Naciones Unidas emitió un informe el miércoles 25 de Agosto considerando irregular la condena que le inhabilitó por prevaricación en 2012, reclamando “una compensación adecuada por el daño sufrido”. Baltasar Garzón Leal, como elaborando de nuevo una de sus retorcidas instancias, interpreta que esto significa otra cosa: que el Consejo General del Poder Judicial deberá devolverle el sillón que ocupó oscuramente en el juzgado de instrucción 5 de la Audiencia Nacional.
Fue así como por un momento o unas horas en las catacumbas de los pasillos de la alta judicatura en Madrid, en pleno y tórrido mes de agosto, el aire se congeló sin aviso.
Apenas unas horas después de hacerse público el dictamen, el Tribunal Supremo echaba un jarro de agua fría a las pretensiones del optimista Garzón. Solo las sentencias del Tribunal de Derechos Humanos en Estrasburgo son de obligado acato para la justicia española. En 2015, Baltasar Garzón Leal recurrió su sentencia ante el Tribunal de Derechos Humanos en Estrasburgo. Pero obtuvo de este un severo varapalo, pues fue declarado “claramente inadmisible”.
El resplandor que pudiera llevar el testimonial dictamen a su favor, supone un fuego de artificio más en los muchos que tiene el juez estrella. No por ello, el diario El País, ha iniciado una campaña igual de artificial en favor del ex juez. El grupo propietario del diario, Prisa, debe mucho a Garzón. El juez ayudó a defenestrar a otro juez, Javier Gómez de Liaño, que se atrevió a investigar al poderoso grupo por un posible fraude mercantil.
La figura de Garzón se asemeja a la de Prometeo, a quien la astucia no salvó del castigo por los embustes del pasado. Es al mismo tiempo un hijo de la fragilidad con la que la Transición fraguó la separación de poderes. También el fracaso de la correcta fiscalización de cada poder frente al abuso y del abuso de los pasillos comunicantes y concomitantes entre poderes. Montesquieu sería hoy un proscrito encausado quizá en el juzgado desde el que instruyó durante años Garzón en la Audiencia Nacional.
El efecto Garzón coletea en pleno debate sobre el órgano que dirige a los jueces y designa los tribunales en España, el Consejo General del Poder Judicial y el máximo tribunal, el Tribunal Supremo. El gobierno quiere tener en este órgano jueces comprensivos con sus decisiones políticas a medio plazo. El Tribunal Supremo está compuesto, pendiente su renovación, por jueces poco proclives al actual ejecutivo.
En esta portentosa tormenta aflora la cuestión de si los partidos políticos pueden controlar a través de su Consejo a los propios jueces que habrán de juzgar los crecientes casos de corrupción política en España. Baltasar Garzón Leal fue político y juez al mismo tiempo, y brilló por moverse en los anegados lodos que han traído este barro de la falta de independencia en los poderes de la democracia española. Quiere volver.
Para saber más:

El libro de José Díaz Herrera es la biografía crítica del juez Garzón. Frente a la aureola de juez humanista y democrático que le ponen ciertos círculos, el proceder en cada una de sus instrucciones desbarata tal imagen. Deja un personaje con más ansia de notoriedad y poder que de justicia. El paso de la judicatura al gobierno y su abrupto retorno, marcarían también sus posteriores decisiones. El tiempo político y la lucha en el seno del gran poder inclinaron a un lado u otro las decisiones que tomó Baltasar Garzón. La lista de damnificados es extensa. La primera víctima sería la necesaria tutela judicial que garantiza a los acusados las mínimas garantías y el amparo en un estado de derecho. Después vendrían los numerosos afectados que, tras periodos gratuitos de cárcel preventiva pero utilitarios para el juez, serían declarados años después inocentes.
Garzón. Juez o parte. José Díaz Herrera. La Esfera de los libros, 2007. 887 páginas. 26 euros.