Siempre es interesante recorrer los extremos como experiencia vital que resalta lo más intenso, elevado y activo de cualquier cosa. En los extremos también habita lo excesivo y lo exagerado, lo distante, lo desemejante. Para recorrer estos dos puntos se necesita ser especial, además de valiente y osado. Hoy, donde el centro es el signo que manda (estoy cansado de oír que el centro es premisa ineludible de los partidos políticos para ganar las elecciones), pese a ser un lugar geométrico tan pequeño, y donde los panegíricos (no sin razón) los sitúan en su condición de mediador, de puente entre los odiados extremos para aglutinar todas las virtudes, hay pocos que huyen de la tibieza de este lugar común.
Sylvain Tesson lo hace. Este francés nacido en Paris en 1972, geólogo de formación, desde muy joven protagonizó diversas aventuras (dar la vuelta al mundo en bicicleta, recorrer a pie el Himalaya, o seguir los oleoductos que desde Asia surten a Europa), se había prometido vivir como ermitaño en el fondo de los bosques, antes de cumplir los 40 años. Se instaló durante seis meses en una cabaña siberiana a orillas del lago Baikal. Tenía el pueblo más cercano a 120 km, ningún vecino, ni rutas de acceso. A veces, una visita. En invierno, temperatura de 30 grados bajo cero. En verano, osos en la ribera.
Este hombre nos cuenta que la inmovilidad le dio lo que ya no le daba el viaje. Todos los días escribía su pensamiento en un cuaderno. Este diario es lo que he tenido en mis manos. Entre el material necesario para sobrevivir seis meses en un bosque, lleva vodka, y una caja repleta de libros, unos 60: “cuando uno desconfía de la pobreza de su vida interior, hay que llevar buenos libros, con ellos se podrá llenar el vacío”, dice. En uno de ellos psicoanálisis del fuego, “Bachelard imagina que la idea de frotar dos palitos para encender la estopa la inspiraron las fricciones del amor. Acoplándose, el hombre había tenido la intuición del fuego”. Es bueno saberlo, quizás por eso nos quedamos como tontos mirando las fogatas o las chimeneas de los salones. Así que, en la quietud del apartamiento, el pensamiento se vuelve lento y el exceso de ruidos y estímulos que ocupan el espacio moderno deja huecos donde ponen sus huevos las reflexiones, esas que no se limitan a repetir lo que escuchamos o leemos en los medios que consumimos, sino que meditadas tienen chispas personales de lucidez y alumbramiento: “el frío, el silencio y la soledad son estados que en el futuro serán más preciosos que el oro. En una tierra superpoblada, recalentada, ruidosa”. Ya sé que para algunos el cambio climático es una conspiración de casi toda la totalidad de los científicos del mundo, y que los escépticos de cambio de modelo económico nos preguntamos: ¿cómo va a ser el nuevo mañana de la codicia capitalista? Por lo que ese futuro que apunta Tesson es el que pienso más verosímil.
Aquí el autor entronca con el pensamiento ecológico de pasar por la tierra dejando la menor huella posible, de la simplificación, del decrecimiento, donde es posible que todo esta sea una regresión, ¿pero no habrá progreso en esa regresión?
Sylvain Tesson se ve como uno de los Padres de Desierto que en el siglo IV se volvían adictos a la soledad, se dedicaban a un mundo vacío de semejantes. Y aquí puede estar la trampa literaria de este hombre que tiene ordenador y teléfono satelital, que recibe visitas de cazadores y pescadores y que puede acercarse a un vecino a 15 km de distancia o a 5 horas de viaje.
No obstante el mensaje de fondo es transgresor al opinar y llevar a la práctica una vida más lenta, simplificándola y disminuyendo las exigencias: “son cambios que se pueden aceptar voluntariamente. Mañana las crisis económicas nos los impondrán”. Por eso es interesante el ejercicio que hace sobre la respuesta de religiones y escuelas filosóficas al hecho de que estuviera nevando (pero bien puede ser sobre la crisis actual que nos atenaza). El budista se dice: “no esperemos nada distinto”; el cristiano: “mañana estará mejor”; el estoico: “ya veremos qué pasa”; el nihilista: “que se entierre todo”.
Su tesis es que el retiro es rebelión. El que se retira no envía más huellas digitales, ni señales telefónicas, ni pulsos bancarios. El ascetismo revolucionario puede practicarse en ambiente urbano. La vida es una oscilación entre dos tentaciones: moverse y estarse quieto. Este libro-diario es el péndulo que alguien que ha estado en las dos.