La nuestra es la era del recuento de la destrucción. No parece haber enmienda declarada, sino que los científicos notifican la destrucción misma – de libertades, de vida propia, de tantas y tantas cosas – con cifras, estadísticas de encarcelamientos, de juicios sumarísimos, de condenas, de censuras propias o por decreto. La prensa incluye al libro Fariña, del periodista Nacho Carreteroy editado por Libros del K.O., como uno más de los libros secuestrados por oreden suprajudicial en la edad postmoderna. Uno más. En los recientes días en España se ha sabido que dos raperos han sido condenados por sendas letras de canciones y una bloguera, excepcional casualidad, exonerada de pena por un chiste sobre Carrero Blanco. Sale el sol de la Restauración. No es que las décadas anteriores fueran un vergel de libertades. Es solo que la época actual las han convertido en tal. Sol de la restauración. Península ibérica. Una monarquía despunta por sus fueros. Una corte de jueces pone proa a las caenas. Unos cortesanos medios dan fe de las «reglas». Una plebe tiene suficiente con malvivir no ya a fín de mes sino de cada día. Y los editores son parte del partido de los subterráneos proscritos. Tiempos interesantes. O se salva o se pierde la cabeza.
En las páginas de diarios, semanarios y medios de ley se proclama de una parte la corrección política. Es la antesala oscura al salón de los espejos del palacio cortesano. Se discute en los cenáculos progresistas si es producente hoy publicar Lolita de Nabokov. Los más moderados reclaman prologar las ediciones futuras con un manual de cómo no leer el libro. En los cenáculos radicales no se puede estar más de acuerdo. Y en los despachos dieciochoescos del poder se aplaude con entusiasmo de época. Orwell lo advertía. En la noche de hoy suenan tímidas las imprentas que darán a luz a los libelos de mañana.