Un lugar, Zamora, para la Comuna antinacionalista Zamorana de Agustín García Calvo, fundada en 1969 no se supo nunca qué era, ni cuántos fueron. La misma ciudad, Zamora, celebra estos días las Jornadas Internacionales de Magia.
La magia en la calle. La magia, esa manera de experimentar lo imposible, la anarquía del profesor expulsado, aquella que respondía al mismo llamado para incapacitar la realidad con ideas y pensamientos activos; esa que atrajo y encantó a las masas en periodos del país España, aquella que sirvió de soporte de los sueños con realidades prontamente capadas.
Tomemos otro nombre, Harri Houdini, gran ilusionista, escapista, que se liberaba de ataduras, cuerdas, cadenas, camisas de fuerza, que se escapaba de cajas de caudales selladas con claves imposibles, de baúles y ataúdes. Sus actuaciones tenían truco, y la magia tiene trampa, explota lagunas cognitivas, el mago hace que las personas no vean el truco, que se distraigan para que su atención vaya a otra parte. La anarquía tiene un error: la esperanza de creer demasiado en la capacidad del ser humano para organizarse justa e igualitariamente al margen de Estados.
Esta concepción positiva de la naturaleza humana para gobernarse a sí mismos de manera productiva, pacífica y cooperativa choca, salvo pequeñas excepciones, con el curso de la historia, donde las posturas anarquistas variaron desde el anarquismo individualista radical de Max Stirner, al comunismo libertario de Kropotkin y las posiciones intermedias de Proudhon y Bakunin.
¿Quién es Agustín García Calvo? Alguien que conducía “la tertulia política” en el café La Boule D´or, en el barrio Latino y más tarde en el Ateneo de Madrid. García Clavo fue otro de esos ilustres yayoflautas que acompañaron durante el 15-M a la juventud precaria y sin futuro, de ahí surgió Podemos. “El movimiento iba ganando espacio en las instituciones y se hacía con cierto poder, mientras que, inversamente, al mismo tiempo se hacían poder y Estado, y empezaban a formar parte del nuevo Statu Quo post 15-M”
Agustín fue un catedrático expulsado de la Universidad de Madrid por su carácter anti o contra pedagógico. Contrario a los exámenes, entre otras cosas. También fue aquel que repitió sin cesar que resultaba totalmente vano intentar volver las armas del enemigo en su contra.
Y afirmando la relación de todas estas y más identidades, fue otro que derribaba toda idea que pretende ponerse en pie y dominar la vida.
El subtítulo del libro de Jordi Carmona Hurtado es “la filosofía de la Contracultura”. Aquí aparece otra gente que abarcó todo el ciclo de la transición: Chicho Sánchez Ferlosio, Leopoldo María Panero, Aníbal Núñez, Eugenio trías, Fernando Savater, Miguel Amorós, Luis Racionero. Todos estaban cerca o pertenecían a la misma tendencia de la izquierda libertaria, de hecho, a la Contracultura transicional española y su política, porque “la acracia es el pensamiento del antifascismo. Pero se trata de un antifascismo muy singular, pues el franquismo tampoco fue un fascismo cualquiera. En Europa, los fascismos fueron derrotados. El franquismo, esa rara avis, fue un fascismo victorioso, que hizo orden, se hizo normalidad y se hizo Estado. Un Estado que solo murió de muerte natural, si es que murió, sino que simplemente se transmutó”.
Por eso, de la misma manera que el enemigo más insidioso para la acracia era el “franquismo en mí: que determina mi forma de pensar y de vivir, que se aloja en mis gustos, en mis deseos (…), la democracia liberal y representativa ocupa el mismo lugar de ósmosis”.
García Calvo no era un teórico. Para él lo que importa no es lo que un texto dice, sino lo que hace. El pensamiento es un tipo de acción, es una manera de hablar o escribir que produce ciertos efectos: la idea no es la causa primera, ni la segunda, tampoco la causa final, es la causa eficiente de la cualidad, del movimiento, de la pluralidad. El pensamiento ácrata no es solo crítica de la dominación, sino también crítica de la rebelión, o de la revolución, porque igual que en religión el mito se transforma en Teología, el mito revolucionario alcanza un valor enfático hasta la institucionalización de un poder por él destituido.
Contra el estereotipo del anarquismo de la bomba y la destrucción, la ruptura violenta resulta rechazada por García Calvo. La violencia es el arma por excelencia del enemigo, dice, resulta completamente vano usarla en su contra. Por eso hay que buscarse o crear costumbre o fabricarse otras armas «que practiquen la rebelión discreta, terca, paciente, y de perseverancia infinita del asno”. ¿Cómo no pensar en el viejo topo, ese símbolo de la revolución que Marx tomó de Shakespeare y Hegel para relanzarlo tras las ardientes derrotas? Miope y frágil, paciente y obstinado, el topo da vueltas y continúa con sus idas y venidas, vuelve y comienza, no desea, solo se vuelve invisible allá abajo. parece de nuevo incansable, solo se vuelve invisible, allá abajo.
La doctrina de García Calvo pretendió “contribuir a crear costumbre, en lugar de historia, a crear vida en lugar de cultura; a crear Pueblo, en lugar de Estado”. Su coherencia en ser y vivir como si siempre llevara una asamblea libre consigo, se inició en 1965 con el movimiento ácrata en la Universidad Complutense. Ser estudiante para García calvo ya es algo revolucionario de por sí. Salvador Allende dijo algo similar: ser joven y no ser revolucionario es una contradicción incluso biológica. Este “de por sí” es tan falaz como identificar la égloga con el ego. Hay mucho de sui generis en este ácrata que siempre rechazó definirse a sí mismo como anarquista, y que se afirmaba como ácrata por su constante esfuerzo para acabar con las señales y las fronteras que supuestamente sirven para encauzar la existencia de un individuo.
Cómo matar la muerte. Agustín García Calvo y la filosofía de la contracultura. Jordi Carmona Hurtado. La Oveja Roja, 2022. 288 páginas. 17 euros