De los babilónicos tejados de los apartamentos del Bronx a los bosques de la mente más profunda, la exultante poesía de Allen Ginsberg viaja por las aureolas del pensamiento más revolucionario. El Ginsberg banal y el Allen pleno de desapego; el Allen descendiente elegiaco de Walt Whitman y el Ginsberg beatnik de las flores y los sutras milenarios, poeta del LSD y la marihuana; el Ginsberg y el Allen lanzando una llamarada libertaria de jazz en la noche oscura de la América de la dominación y la policía del pensamiento. La editorial Anagrama publica Ginsberg esencial, antología de poemas, ensayos, canciones, cartas y entrevistas aprovechando las efemérides de 1968. El poeta y traductor Nacho Fernández parafrasea a Juan Carlos Mestre al decir que de la poesía de Allen Ginsberg «no se sale de su lectura de la misma manera en la que se entra».
El gran Kenneth Rexroth resaltaba de Ginsberg, a diferencia de Kerouac o Burroughs, la brillantez vital y clarividente, alejada de la oscura misoginia y de la autodestrucción sexual de aquellos. Y sin embargo la paradoja en Ginsberg es constante: cita a Kerouac y Burroughs como si fueran un mantra cantado al atardecer. La poesía de Ginsberg coge otros muchos caminos de la paradoja. En ella combaten como en el Bagavad Ghita las fuerzas de un poeta y las de un divo público con rol de gurú poético. Hay una huída espiritual y un compromiso político frente al poder. Hay una transgresión continua cuyos pies están puestos en la tradición subversiva, Walt Whitman y William Blake.
Hay una lucha interestelar entre eros y tánatos en la psicótica megápolis americana. Esa batalla que ha dejado tantos cadáveres atraviesa generaciones, décadas, continentes. La poesía de Ginsberg es una piedra de lluvia arrojada en el desierto del estatus quo.
La antología editada por Anagrama, con la traducción de Andrés Barba y Rodrigo Olavarría permite leer a un poeta mucho más ductil que el del cliché «poetade las flores». Se publican materiales inéditos en España. A pesar de su extensión, la antología deja un sabor a querer leer más. Y otras cosas, como por ejemplo algo acerca de todos los poetas, ellos y ellas, coetáneos, referentes, no mencionados por Ginsberg en ninguna de sus cartas o ensayos. Pienso en Rexroth, Denise Levertov, Joanne Kyger y otros de los que Ginsberg o cita de pasada o no cita en absoluto. La generación beat fue solo una parte y pequeña del archipiélago artístico que se extendió en el San Francisco de mediados de los cincuenta en adelante.
El arte y la subversión. O la poesía como arte insurgente, que diría el poeta y editor de Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti. Vivimos en países donde las fronteras geográficas también o casi en su totalidad mentales: La censura en todas sus refinadas formas, entre ellas la de la corrección política; el academicismo petulante; el orden de la vida cotidiana sometida a los «expertos», la paz moral a la policía; el lenguaje vulgar es una copia en vinilo de la terminología del poder; vivir es el resto con pluslvalías en B de la producción laboral. En las lápidas se lee ya «P.I.B. in Pace». Por eso la poesía de Ginsberg es una bofetada directa a nuestra boca cerrada y nuestra mente necesitada.