LOS ALARIDOS RETUMBAN como relámpagos en la noche. Piensa que son parte del sueño. Aún faltan unas horas para levantarse. Son solo las tres y media de la madrugada. Al abrir los ojos Ion Arretxe Gutiérrez se da cuenta que la realidad aún viscosa se ha colado en su sueño: la habitación está tomada por guardias civiles encapuchados pertrechados con subfusiles y chalecos antibalas. En el salón, dos guardias civiles mantienen en el suelo a su padre. Otros tantos vigilan nerviosos a sus cinco hermanos y a su madre. Otros guardias civiles registran la casa. Muebles que bailan, cosas que caen al suelo. Son solo las tres y media de la madrugada de un 26 de noviembre de 1985.
– Llevadme a mí, Llevadme a mí!!
Grita su padre. Nombre del detenido, del sospechoso, del posible terrorista: Juan Ramón. Apellidos: Arretxe Gutiérrez. Edad: 21 años. A Juan Ramón, Ion para sus colegas de Renteria, la vida se le está atravesando en el túnel del sueño más funesto. Y va a salir vivo de las próximas horas y días porque otro joven al que no conoce va a morir en su lugar, también torturado. Esta es la historia de un joven, uno de entre los más de 3.000, torturados en el País Vasco.
– El cabrón de su hijo va a acompañarnos al cuartel de Intxaurrondo a comprobar unas cosas.
El que le habla así a su madre viste de paisano. Pelo engominado azabache, bigote. Hay una niebla espesa esa madrugada sobre la calle de la Plaza de Renteria, de donde Ion sale esposado y tapado con una manta. Otra niebla, más cetrina, se va cerniendo, y de qué manera, sobre él. Niebla. Todos estos guardias civiles consideran que el desgarbado Ion, amigo de punkis, pintores callejeros, parroquianos y algún cura de Renteria, es miembro de ETA. La niebla que nada dejar ver, incluso lo más obvio; la niebla en la que los representantes buscan terroristas hasta debajo de las piedras. Hacía 24 horas que ETA había matado a dos soldados de la comandancia de Marina en el puerto en el pueblo vecino. A la noche un guardia civil cayó muerto en la misma zona.
Media docena de patrullas han tomado el centro del pueblo, la plaza Urbia. Llevándolo a un coche en volandas en un abrir y cerrar de ojos. Capucha negra sobre la cabeza y la cabeza contra las rodillas.
– No vaya a ser que te vea y se muera del susto. Te vas a cagar, hijo de la gran puta. Te vas a cagar.
– ¿Dónde están tu amiguitos del comando? Te han dejado solo.
– Te vas a cagar, puto etarra.
Comienzan los primeros golpes. Puñetazos de todos ellos. En las sienes con los nudillos. Presa fácil sin ver venir los golpes.
Me encogí todo lo que podía y cerraba los ojos con fuerza para ocupar el menor sitio posible, tratando de hacerme pequeño, muy pequeño… intentando desaparecer.
Ion, cara huesuda, pelo lacio y negro, un tirillas amigo de dos iconoclastas y un nihilista de pacotilla. Su amigo VER era el Oscar Wilde gótico de Renteria. Ion, estudiante de Bellas Artes en la facultad de Leioa, en la provincia vecina de Bizkaia. Lleva tiempo sin ir a la facultad.
Cambio de un vehículo a otro. No están cerca del cuartel de Intxaurrondo. Tendrían que haber llegado ya, calcula.
– Ahora nos vas a contar quiénes son los otros cabrones que completan tu puto comando ¿entendido? Y dónde escondéis las armas.
Suben por una pista forestal. Hay un grupo de guardias civiles esperando arriba. Lodo bajo los pies. Lo rodean entre todos embutiéndolo en dos sacos de plástico abiertos por los dos lados: el primer saco hace de faldón: el otro por arriba del cuello hasta la cintura, como una casaca. Le envuelven con cinta adhesiva.
Supuse que me abandonarían así, en la soledad del monte, hasta que me encontrasen.
– ¡ No me dejéis morir como a un perro ¡
Oye un arroyo. Es un rio. Lo arrastran.
– Tú ya sabes lo que es esto, ¿no? Pues cuando quieras hablar, sacas la cabeza.
Entre todos lo meten en el rio. Y a turnos lo sacan.
– ¿Dónde están las armas, hijo de puta?
– Yo no sé nada ¡no sé nada!
– !! Tú mataste al guardia en el puerto de pasajes !!
Otra vez al agua. Ahogo, disolución. El diapasón con la que su cuerpo se hunde es más fuerte que la voluntad. Está se apaga al de una decena de inmersiones. Al vomitar dentro del agua, un torrente de muerte líquida invade su cuerpo. Es ya el fin. En ese momento, abandonado, su cuerpo queda de nuevo asido fuera del agua. Le miran las uñas, para comprobar que no se ha asfixiado.
– ¡Yo no soy de ETA! ¡Yo no soy de ETA!
La madrugada parece haber quedado quieta, macabra, negándose a abrir los ojos. A la misma hora, otros agentes de Intxaurrondo al mando del general Rodríguez Galindo y pertenecientes a dos grupos de operaciones especiales han detenido a cuatro personas más. Piensan que son los cómplices de Ion. O Ion el cómplice de ellos. Y así, de la nada, de la niebla, y de la imaginación de los guardias civiles, los destinos de todos esos detenidos van a quedar para siempre unidos por lo que ocurrirá en las siguientes horas de esa madrugada.
Un guardia civil increpa en el cuartel a los miembros del grupo 1 que traen a Ion:Joder, ¡cómo lo traéis a este!
Me pusieron una inyección para reanimarme. Me trajeron un café de máquina pero muy rico. Recuperé las ganas de vivir y de fumar. Definitivamente yo no estaba muerto.
Suena un teléfono. Un guardia civil alto, de pelo rizado y cara caballuna, atiende la llamada. Tras colgar se acerca a Ion aún tiritando. Lo siente, pero desde el ministerio del Interior, el señor José Barrionuevo en persona había ordenado que le aplicasen la Ley Antiterrorista, le dice. Caracaballo pregunta:
– ¿Tú sabes lo que es la ley antiterrorista? Tienes derecho a no declarar contra ti mismo y a no declararte culpable… a un abogado, a un médico forense… estos son tus derechos, chaval. Mejor dicho, estos eran tus derechos. A partir de ahora no tienes ninguno.
Lo entendí a la primera
LA LEY ANTITERRORISTA aplicada en el País Vasco. Caracaballo lo ha definido en sus exactos términos. Él y cuantos van a tratar de exprimir hasta el límite a Ion son leales, aptos, entregados funcionarios. También lo pagarán caro. Siguen a rajatabla el reglamento que ha dispuesto el gobierno, apoyándose en su mayoría absoluta en el Congreso español. El objetivo de la nueva ley antiterrorista de 1984 es hacer más eficaces las leyes antiterroristas que se dictaron en el Reino de España desde los tiempos en los que aún vivía el dictador Franco. La actividad de ETA no ha cesado a comienzos de los años 80. Lejos de menguar, el apoyo social crece. En consecuencia, la represión debe ejercerse sobre un número cada mayor de personas: “el entorno” que se llamará desde entonces hasta nuestros días. Todos pueden estar relacionados con activistas de ETA en un país tan pequeño como es el País Vasco. Y ese es el cometido de los funcionarios asignados al cuartel de Intxaurrondo en Donostia, la capital de la provincia de Gipuzkoa. Renteria, donde vivía Ion era la Belfast del País Vasco. En Colombia a los sospechosos como Ion se les llama falsos positivos. Falsos positivos en Argelia, Irlanda del Norte, Argentina, Chile, Uruguay…. Guantánamo. Países como el Reino de España bajo la niebla de la ley antiterrorista.
– ¿Así que has estado vigilando a gente del cuartel?
Otro golpe.
– ¡Cuidado con este hijo de puta, que es más peligro de lo que parece!
Otro golpe, y uno más.
Los sesos bailan y parece que te vuelves loco.
No era la primera vez que le detenían. Al acabar una manifestación en Vitoria, fue cazado en una emboscada de los grises en uno de los cantones del Casco viejo. Pasó un fin de semana en la comisaría de Olaguíbel. El juez lo dejó libre retirándole la acusación de haber roto escaparates.
Sus amigos de Bellas Artes nunca tenían un chavo. Así que a RAS se le ocurrió la idea de pintar retratos con tizas de colores en el suelo. En el centro de la ciudad frente a un distinguido teatro pintaron la Gioconda. Como RAS dibujaba como Miguel Ángel, y PIN y FLO eran también habilidosos, la experiencia fue exitosa. Unos chavos cada semana. Por la casa de sus amigos pasaba gente de lo más variopinta: chavales del barrio que hacían fanzines, otros que pintaban pancartas para gestoras Pro Amnistía, otros que no hacían sino sentarse fumando un porro de hachís y una taza de café que nunca falta.
Pies descalzos sobre la baldosa fría. Firme, con la mirada fija en el suelo. Le han subido a un piso elevado del cuartel. La Torre la llaman los detenidos que han salido del cuartel para contarlo. Y le han tapado la cabeza. El primer golpe con un listín telefónico. Ha tardado en reponerse. Entra alguien en el piso. Oye pisadas. Se ha hecho un silencio ensordecedor. Pasos lentos.
– ¿Tú sabes quien soy yo?
– Sí. Usted es Galindo, el comandante Galindo.
– ¿Me estáis haciendo algún tipo de seguimiento los de tu comando?
– Le conozco porque es usted una persona famosa.
Agarrándole de los testículos, ultima:
– Ya sabes para qué te hemos traído aquí, ¿no?, para que nos cuentes cosas. No nos hagas perder el tiempo o te retorceré los huevos hasta explotártelos.
El piso que será la cárcel de Ion durante tantos días tiene lo elemental. No se hace necesario grandes muebles para interrogar a alguien hasta el extremo. Cristales tapados con papel de periódico para que nadie vea desde el exterior. La cocina sin amueblar, una mesa, un par de sillas y una fregona; en el cuarto de baño, una taza de váter, un lavabo de pie y la bañera, la famosa bañera. En el salón al que entra una luz diáfana y mortecina, hay una mancha de sangre en la esquina de una pared.
Caracaballo lanza el primer cachete. Exige nombre del comando, tortazo, jefe del comando, tortazo, actividades, tortazo, apoyos, tortazo.
– Es que no he matado a nadie.
– Ahora nos vas a decir que los policías se mueren solos.
Otro tortazo. Antes de que se dé cuenta tiene una bolsa de plástico en la cabeza. Jadea. Espirar, aspirar. Oye risas. Por encima de la bolsa que se ha roto le ponen otra. La cara empapada de sudor. Otra vez el diapasón de la muerte. Primer desmayo. Otra vez la bolsa. Otro desmayo.
Diez días a este ritmo no lo voy a soportar.
La ley antiterrorista de 1984 permitía la detención durante 10 días de cualquier sospechoso a ojos de la policía o la guardia civil. El juez debía ser informado a las 72 horas de la detención. Caracaballo ya se lo ha explicado. Otro diapasón marca el ritmo entre los muros de este piso del cuartel.
Un grupo de guardias civiles irrumpe para envolver a Ion con una manta y asirlo hasta el baño. Uno de ellos lo rodea con cinta adhesiva, igual que como hicieron en el rio. A pesar de su resistencia, entre todos consiguen hundir su cabeza en la bañera ya repleta de agua. Primera aguadilla. Eterna, ahogo. Segunda, manos hundiéndole la cabeza, fuerza. Tercera, cuarta, quinta, sexta… 15, 16, 17, 18; pausa
Un día la muerte se acercó hasta mí
Cuando me dio un beso la reconocí
Y vi que era bella, me dijo “vámonos”.
Yo no tenía fuerza y se marchó.
¿Cuántas horas, días han pasado? ¿O es todo un sueño y está durmiendo aún en su habitación? El diapasón de la muerte sigue su ritmo. Cada segundo contiene un buen número de mundos que pueden interpretar coda final en cualquier momento. El registro de “llegada” del detenido es secreto. La detención es en sí, secreta, hasta las 72 horas. Ion aún no figura siquiera como detenido por la guardia civil. Preso sin nombre, celda sin número.
La ley antiterrorista aprobada en 1984 era una ley de excepción. Se fundamentaba en el artículo 55.1 de la Constitución española que regula el estado de excepción ante calamidades públicas o de sitio, es decir, de insurrección. El artículo 55.1 otorgaba al parlamento la potestad de sancionar la siempre temporal derogación de los derechos civiles. Obligaba a las autoridades a comunicar a un juez la detención de alguien en el plazo de 24 horas. En La ley antiterrorista, serán de 72 horas. La ley antiterrorista del ministro José Barrionuevo consideraba incluso que la condena de un líder sindical o político podía dar lugar a la clausura de su organización. Como escribió el juez Manuel Bandrés en el diario El País el lunes 22 de abril de ese año de 1985, la “ley monstruo” amparaba el uso de la tortura por parte de los funcionarios del estado para la represión “contra los elementos disconformes”. Esto escribía este juez sólo siete meses y cuatro días antes de que Ion cayera en manos de los funcionarios con las manos libres.
Los guardias civiles se turnan para volver a introducir la cabeza de Ion en la bañera. Una vez más, dos… otro desmayo. Le reincorporan. ¿Quieres un cigarro? Cuando quieras hablar das una calada. Le dicen que tienen unas cartas que envió a unos amigos que estaban en la cárcel acusados de pertenecer a ETA. Tú cuenta dónde están los zulos, las armas, todo. No le piden nada en concreto; que la mosca envuelva su cuerpo con la tela de araña, mientras esta mira.
Las horas son vidas pasadas, y el cuerpo zaherido se hace a la oscuridad de la posibilidad del final. ¿Dónde está la gente que pertenecía a la vida y por qué está rodeado de estos ángeles de la muerte?
Quieren carnaza, pues se la voy a dar.
Y Ion ve una luz al final del túnel. Si está muerto ya, por qué no intentarlo. Así va inventándose acciones, trufadas con datos verdaderos –el coche de los colegas a los que escribió– ; les dice que ha participado con ellos, las carreteras que conoce, cita caminos, rutas, estradas. Le pregunta caracaballo:
– ¿Qué estrada, la primera o la segunda?
– Hasta la llegada al sauce llorón.
Les ha impresionado el detalle del sauce llorón. No sabían que hubiera un sauce llorón. Tampoco Ion.
– ¿Y quién disparó?
– ¿Quién disparó el qué?
– Hubo un disparo que alertó al guarda.
– Pues…yo.
El de la gomina saca su pistola. Le dice que la coja. Ion no tiene ni idea de coger un arma. Le cae un tortazo que es casi un gancho de derecha.
– ¡Qué vas a disparar tú en Lesaka! ¡No has cogido un arma en tu puta vida¡
Y otra vez sin fumar.
Entra alguien con un informe. Acaban de descubrir que es objetor de conciencia. Y las mofas se repiten. Cómo a un etarra como él lo han elegido en ETA por “gilipollas”.
Las voces de los torturados se quedaron en lánguidos aullidos dentro de las comisarías y cuarteles. Treinta años después, un equipo del Instituto Vasco de Criminología, a petición del Gobierno Vasco, ha documentado la existencia de la tortura en el País Vasco desde 1960 hasta 2013. En el preámbulo de su estudio recalca “apenas se fueron abriendo camino a las numerosas denuncias de torturas y solo algunas terminaron, incluso años después en sentencias judiciales firmes”. Este equipo, liderado por el prestigioso forense Paco Etxebarria, ha diseccionado la tortura como si esta fuera una gangrena extendiéndose por un cuerpo vivo. Comprenderla, aceptarla, mancharse la conciencia es hacer una biopsia del “conflicto vasco”.
La Gangrena
AL MENOS 4.000 PERSONAS han sido torturadas por la Guardia Civil, la Policía Nacional, la Policía Autonómica Vasca y las Policías Municipales del País Vasco. Existen 5.500 denuncias públicas de torturas en el País Vasco. Han sido 30.000 las personas detenidas en el País Vasco por la Policía Nacional, la Guardia Civil y la Policía Autonómica.
El forense Paco Etxebarria, espigado, de mirada azul clara marina, ha pasado de ser un inspector de la tortura a un detective colateral de la reacción social ante la tortura en el País Vasco. La suya es una definición que cuando menos levanta ampollas: “están los que no se lo pueden creer y los que no quieren creérselo” . Pero hubo aún quienes aplicaron ante las denuncias una niebla venenosa: políticos, periodistas, jueces, nos dijeron, nos dijimos que las denuncias de torturas eran una “consigna de ETA a sus detenidos”. El estudio de Paco Etxebarria y su equipo desmonta este muro. La tortura es previa a cualesquiera de las democracias, orgánicas, constitucionales. Está tan antes.Tan antes como en los tribunales de la inquisición. Quizá por eso, los demócratas no la ven, de tan naturalizada que está a las esencias del Estado paradójicamente de derecho.
En las paredes del salón está dibujado el organigrama de ETA con espacios en blanco. Los detenidos han de rellenarlo. El que lo haga se lleva “el bote”, dice su nuevo guardia civil de noche. Es un jovenzuelo niñato cuyo trabajo consiste en mantener al detenido despierto como sea. Por aquí han pasado etarras importantes, a uno le interrogaron a base de voltios, le dice.
– No veas los botes que pegaba el hijo de la gran puta. Gritaba más que tú, que ya es decir. Le tenían ahí en la cocina donde estabas tú. Saltaba casi hasta el techo. Si me lo cuentan, no lo creo.
Cuando terminan su turno, guardias civiles que no conoce pasan por el piso para insultarle o golpearle. Así sabe que el día va acabando y que comienza la eterna entrada en la noche. Hace ya milenios que se encuentra entre estas cuatro paredes. Hay tiempo, le dijo Caracaballo. Hay tiempo para todo, menos para la vida, que se va estancando. Aun así una hora más, es una hora más.
El de bigotes y gomina es el exterminador. Mano blanda. Y Temblorosa. Saca la pistola y la pone en la sien de Ion. Le va a conocer años después. Su nombre es Felipe Bayo Leal. Lo verá en la fotografías de los periódicos por ser uno de los que torturó y mató a los jóvenes refugiados Lasa y Zabala, secuestrados el 16 de octubre de 1983 en Bayona.
Quieren carnaza; les daré carnaza.
Y les dibuja perfectos croquis de los montes colindantes a Renteria donde hay imaginarios zulos con armas del comando imaginario. Flechas que indican variantes, estradas junto a un menhir. Allí salen Caracaballo y los otros con el croquis para comprobarlo. Serán unas horas de alivio. Un poco de café, unos cigarrillos en paz. Cree haber encontrado la solución: decir a todo que sí y apostillar imaginación. Así es como se añade a su declaración la ayuda a ametrallar unos camiones franceses a su paso por Renteria, a poner una bomba en un transformador de Lesaka, a atracar la Caja Postal de quién sabe dónde. Ya no le preguntaban por los guardias civiles muertos. La tela de araña se la va poniendo la mosca de la mano de la araña: la araña tiene presa y la mosca un poco más de vida.
Caracaballo entra poseído por la furia. No han encontrado zulo alguno siguiendo el croquis. No había ningún sauce llorón, ningún menhir. Arrecian los golpes, uno detrás de otro.
– ¿Tú sabes quiénes son el GAL, gilipollas? ¿Sabes quién secuestró a Lasa y Zabala? Pues yo soy Kike el del GAL, ¡ Mírame bien la jeta ¡
Como premio, le ponen de nuevo la bolsa en la cabeza. Y de nuevo el diapasón. Caracaballo es Enrique Dorado Villalobos, condenado por las torturas y asesinato de Lasa y Zabala.
– Escribe todo lo que sepas sobre Mikel, el de Alza.
Quién es Mikel, qué Mikel.
La muerte de Mikel
EN LA MISMA MADRUGADA del 26 de noviembre de 1985 se llevaron a Mikel Zabalza Garate. Y lo único cierto es que nunca regresó con vida. También se llevaron a buena parte de su familia: su primo, su compañera y dos de sus hermanos. Esa misma madrugada impregnada desde entonces de una viscosa niebla que cubre hasta hoy la muerte de Mikel. Es el Mikel por el que le pregunta Caracaballo cuando Mikel ya ha muerto.
Mikel es un joven conductor de autobuses urbanos en Donostia, la capital guipuzcoana. A ojos de la guardia civil algo ha despertado sus sospechas. En sus días libres, como su familia vive en un caserío en la frontera entre Gipuzkoa y Navarra, a Mikel, le resulta más fácil llegar allí desde la carretera de Francia.
En casa de Mikel, en el barrio donostiarra de Alza irrumpe otro grupo de operaciones de la guardia civil a las 2,35 de la mañana. Tras el registro de la casa es trasladado al cuartel de Intxaurrondo. A las 9 de la mañana la guardia civil envía un télex notificando que Mikel Zabalza Garate se ha fugado. Ocurrió, según cuatro agentes, a las 6.30 en un túnel a media hora del cuartel, donde Mikel Zabalza les habría llevado para localizar un zulo. En el túnel, Zabalza golpeó al guardia civil que le custodiaba, se lanzó por un agujero y se arrojó al rio Bidasoa aun estando esposado.
El primo de Zabalza le escuchó chillar en Intxaurrondo. La fuga de Zabalza no se sostiene. No sabía nadar. Buzos de la Cruz Roja buscaron en el rio Bidasoa durante 20 días en las inmediaciones donde la guardia civil aseguraba que había huido. El 15 de diciembre, 19 días después, fue encontrado por buzos de la guardia civil a escasos metros donde la cruz roja había buceado repetidamente. El cuerpo de Zabalza no presentaba signos de haber permanecido en el agua del rio durante tanto tiempo. Tenía, además altos índices de tretanolamina, muy superiores a los del rio Bidasoa. Los estudios forenses fueron proclives a señalar una “asfixia forzada”, tal como registró el magistrado del juzgado 1 de Donostia, Luis Enrique García Delgado en 2009 archivando el caso. Admite el juez una “apariencia delictiva”, pero “de lo que se trata en un auto de procesamiento es que tal hecho pueda ser racionalmente imputado a alguien”.
Y así entre apariencias, nieblas, hay algo cierto. Entre las 3 y las 9 de la madrugada, Mikel Zabalza Garate estaba bajo la custodia de los guardias civiles de Intxaurrondo. Su madre se presentó en el cuartel preguntando por su hijo. “Busque en objetos perdidos”, la respondieron. Es este el título del documental que pretende recuperar el caso de Mikel y abrir las conciencias de quienes en el cuartel puedan atreverse a decir lo que le ocurrió a Mikel en sus últimas 5 horas. En los sumarios se han desechado declaraciones de testigos aportadas por periodistas. Solo un testimonio directo
LE ENSEÑAN FOTOS de miembros de ETA que no conoce. Ni esta ni aquella ni a este ni a este ni al otro. Luego las de Txuri y Gorri. A estos sí. Llevan un tiempo en la cárcel. Son de su pueblo. Le hacen firmar las fotos. Esta será la prueba de cargo contra.
– En el fondo, sabes que te hacemos un favor. Si te llegamos a trincar unos meses más tarde, y te pillamos con la mierda hasta el cuello.
A los inquisidores les dolía más la tortura que a los torturados. Y estaban convencidos que ayudaban al reo a ponerlo en manos del supremo creador.
No hay más preguntas para Ion sobre el tal Mikel, del barrio de Alza. Tampoco de los atentados de los días anteriores. Ninguno de los detenidos será acusado de nada. Sin embargo, hay algo contra él, aunque sea liviano, bizarro. Lo bajan para trasladarlo a Madrid. En la Audiencia Nacional habrán de juzgar. En el patio del cuartel, unos niños juegan. Un guardia civil sin quitarle la manta, les grita a los críos:
– ¡ Mirad, este quería matar a vuestro padre ¡
Los críos se arremolinan y le propinan patadas e insultos.
– ¡¡ Cerdo, asesino, marrano !!
Desquebrajado, los insultos y golpes insignificantes pero tremendos de los niños son como los clavos de una crucifixión. A rastras lo meten en un furgón hacia Madrid.
Las detenciones e interrogatorios han sido en el País Vasco una industria de hacer detenidos y condenados. Solo hace falta ver las tablas de producción. En 1985 fueron detenidas en el País Vasco 900 personas. Es una media que se mantiene hasta la década del año 2.000. El 90% de ellas quedarían libres sin cargos, después de habérseles aplicado la ley antiterrorista. Pero para el régimen democrático, el ratio de eficacia es bueno: casi 90 condenados al año. Ocho al mes, dos a la semana.
EL FURGÓN QUE LE LLEVA A MADRID no está vacío. Van con él la novia de Mikel Zabalza y su primo. Ninguno de los tres sabe que Mikel no está con vida. Llegarán a la Audiencia Nacional en silencio. Un silencio de corderos que ven más horas de vida conforme pasa el tiempo. Se las ha prestado quien ya no goza de ellas.
En la sede de la calle Guzmán el Bueno, Ion sufrió nuevas torturas antes de ser puesto delante de un juez reticente a creer las artimañas de los guardias civiles. Antes de llevarlo ante el juez, es amenazado de que bajo ninguna circunstancia denuncie malos tratos. Pueden presentarse de nuevo cualquier día en su casa.
– ¿Y a este, porque lo han atraído aquí?
Pregunta el juez. La fiscal responde
– Por ser de la ETA
Y comienza un interrogatorio de cianuro
– ¿No es más cierto que usted conoce a alias Txuri por ser miembro de ETA?
Txuri, su amigo del pueblo, cierto. Pero a Ion se le ilumina el camino del túnel del que puede no regresar.
– ¿Por ser miembro de ETA él o yo? No conozco a Txuri ni por ser de ETA él o yo. Conozco a Txuri por ser de mi instituto….
El Juez, viejo, rechoncho parece más cansado que el propio Ion que no sabe si lleva sin dormir semanas o meses. Frente a él, el abogado de Ion, Fernando Salas, y la fiscal, de cuarenta años y voz pausada.
Ion Arretxe puso denuncias por torturas que fueron archivadas. También la compañera de Mikel Zabalza. Los jueces argumentaron que eran poco creíbles porque no fueron hechas ante los agentes ni ante el juez, sino días después de quedar definitivamente en libertad. La misma neblina viscosa de esa madrugada de noviembre de 1985 se extendió hasta 2015. Entonces Ion relató en el libro Intxaurrondo: la sombra del nogal la semana de cautiverio en Inxaurrondo.
La causa de la muerte de Mikel Zabalza sigue “sin saberse”.
Ion Arretxe murió el 17 de marzo de 2017 a los 52 años en Donostia. Del total de 5.500 denuncias por torturas, en el País Vasco se han condenado a 20 agentes todos indultados. Algunos de ellos posteriormente ascendidos o condecorados.
El nuevo jefe de Policía Nacional de Cantabria, Héctor Moreno García, fue condenado por torturas y detención ilegal en 1994. El gobierno de José María Aznar le indultó en 1998 junto a los otros cuatro policías que fueron condenados en el mismo caso. La Audiencia de Bizkaia ha absuelto en 2017 a los cuatro guardias civiles que fueron juzgados por la denuncia de torturas de Sandra Barrentxea. Los jueces destacan las contradicciones de Sandra y la ausencia de evidencias físicas, pero admiten que “no tenemos prueba indiciaria de que la denuncia sea falsa”. J. Pérez Navarrete, coronel en la reserva de la guardia civil, fue condenado por torturas en 1987 y 1992, indultado en 1993 y condecorado en 2016. J. M. De las Cuevas Carretero, condenado por torturas en 1997. Indultado en 1999, dos años más tarde representó a la Policía Judicial ante el Comité Europeo para la Prevención de la Tortura.
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Para saber más:
Intxaurrondo, la sombra del nogal. Jon Arretxe. Ediciones El Garaje, 2015.
Ion Arretxe da testimonio de su arresto y las torturas que sufrió en Intxaurrondo. Es un joven de 21 años que lo más violento que ha hecho en su vida ha sido ayudar a colocar un autobús en una manifestación contra la policía. Ion Arretxe será uno más de los 3.000 detenidos en el País Vasco durante los duros años 80. Las fuerzas de seguridad tienen vía libre durante 10 días gracias a la ley antiterrorista aprobada por el gobierno socialista para obtener «información» de sospechosos. El 90% de esos detenidos no pertenecen a ETA. Para los agentes de la policía y la guardia civil, lo importante es ofrecer «resultados»: detenciones que acaben en condenas. Así se explican que 5.500 vascos hayan denunciado torturas en el País Vasco desde 1960 hasta 2013. Y así es la tortura un elemento sustancial para comprender la larva del conflicto vasco.
En el nombre del Padre. Gerry Conlon. Ediciones B.1993.
Gerry Colon es detenido en Londres tras un atentado del IRA en Gilford, Inglaterra en 1974. Es la persona menos indicada, irlandes del norte, para estar en el lugar equivocado. Detenido, torturado bajo la ley antiterrorista británica, y obligado a firmar una implicación falsa, será condenado junto a su padre y varios de sus familiares. Tras la muerte de su padre en prisión, será restituida su inocencia y la de sus familiares en 1989. Su relato describe el sistema policial británico, la aplicación de las leyes de excepción en Irlanda del Norte y la presunción de culpabilidad a toda la comunidad de irlandeses católicos. Así mismo describe la realidad carcelaria en Gran Bretaña.
Intxaurrondo. La trama verde. Pepe Rei. Txalaparta. 1997
Novela sobre el terrorismo de estado en el País Vasco y sus participantes, muchos de ellos a las órdenes del coronel Enrique Rodríguez Galindo. En el glosario desfilan todos los protagonistas del GAL -acrónimo de la guerra sucia del estado contra ETA- adscritos a la 513 comandancia: el cuartel de Intxaurrondo. Pepe Rei fue el jefe del equipo de investigación del diario Egin, clausurado por el juez Baltasar Garzón bajo laacusación de estar vinculado al «entorno» de ETA. Al de 15 años de su cierre, se demostró que tal acusación era falsa.
Dispatches from the dark side. Gareth Peirce. Verso Books, 2010
Gareth Peirce fue la abogada que consiguió reestablecer la inocencia de Gerry Conlon, un irlandés del norte falsamente acusado por un crimen del IRA y encarcelado durante 15 años. Este libro es un compendio de ensayos en los que describe cómo la suspensión de derechos humanos por parte de los Estados ha puesto a Occidente en contra de las garantías jurídicas y los derechos humanos conseguidos tan arduamente. La aplicación de la presunción de culpabilidad a los irlandeses del norte a principios de los 70, ahora se traslada, a partir del 11-S, a la de los musulmanes. La tortura en las cárceles de Argelia o Irlanda del Norte llega hasta Guantánamo.