La profa Piruja puso a todos sus alumnos en fila, mirando a la pared. El silencio era absoluto. Entonces la bruja Piruja, con voz de trueno, preguntó: “¿Quién no domina la tabla del siete?” y los que levantaron la mano se desvanecieron con un chasquido en el aire, como fulminados por un rayo.
Había varios huecos en la fila de niños, pero la profa Piruja tenía preguntas para rato. No había sitio para tanto niño, para tanto niño malo, en el curso siguiente “¿Quién no se sabe la tabla del uno?”, aulló entonces la bruja piruja. Pero antes de que nadie tuviera tiempo de levantar la mano, Jesusito-de-mi-vida-eres-niño-como-yo, el único que –clavado en la pared miraba a la profe bruja- la apuntó con el pene y bramó: “¡Usted!”.
Y la bruja Piruja se desvanecióen el aire dejando tras de sí un olor a azufre. Los niños ventilaron el aula y se fueron al patio, a darle patadas a un balón.
Por los caídos, por los cáidos, por los caidós. Nunca me enseñaron lo de los acentos.
Moraleja: “Basta con que uno mire al miedo de frente y lo niegue para que se desvanezca.”