Revista Hincapie
Inicio › Sin categoría › Intelectuales y no

Intelectuales y no

Juanma Agulles 29 marzo, 2015     Comment Closed    

intelectual2

1

Me ha sorprendido en ocasiones que alguien me tratase de intelectual. Y no por el adjetivo en sí, al que a priori no concedo ninguna carga negativa ―más bien me parece que pensamos bastante menos de lo que debiéramos y que verdaderos intelectuales hay muy pocos―; lo que me ha preocupado sinceramente ha sido el tono de desprecio y superioridad moral con que muchas veces se decía.

Mi padre ha trabajado toda su vida como albañil, y en mi casa si se compraban libros era porque mi madre se empeñaba en conseguir que mi hermana y yo no estuviésemos mucho tiempo delante de la televisión. Una colección de Julio Verne comprada a plazos tuvo bastante éxito en ese menester. Eso sí, antes que la cultura había otros gastos que afrontar en casa con urgencia, como pagar las facturas y llenar la nevera a principio de mes, lo que no siempre se conseguía. La carencia y la pobreza no son ideas que haya leído en los libros ―que también―: las he vivido desde que tengo uso de razón.

Cuando cumplí los trece años, por una carambola del destino, mis padres se hicieron con una pequeña biblioteca de Clásicos Universales, donde pude leer a Tolstoi, Melville, Stendhal, Dante, Bocaccio, Dostoievski, Baudelaire y Chéjov entre otros. Y si mis días transcurrieron inmerso en la realidad de una lucha por la existencia dura y a veces triste, por las noches me adentraba en los libros como quien accedía a un territorio virgen y salvaje.

A los dieciséis años comencé a trabajar como peón de albañil durante mis veranos de estudiante para ayudar en casa, y entonces, con los primeros salarios, pude comprar algunos libros de poesía, leer La madre de Gorki ―que me dejó turbado varios meses― o El extranjero de Camus. La situación económica en casa nunca cambió. Decidí seguir estudiando en parte por inercia y en parte por continuar con aquellas lecturas, y llegué a la Universidad sin saber realmente qué demonios hacía yo allí. Mientras tanto, me empleaba como trabajador en una gasolinera de mi barrio, como mozo de almacén en un hipermercado, o haciendo reformas los fines de semana con mi padre, aprendiendo parte de un oficio que él realmente amaba. Creo que las tardes que más he disfrutado en mi vida fueron aquellas en las que junto a él construía una chimenea o chapábamos un baño. Desde entonces no he dejado de trabajar y eso, junto con aquellas lecturas, forjaron un profundo desprecio hacia quienes defienden el orden de cosas que sufrimos. Casi todo lo que he leído lo he hecho fuera de la Universidad, en los márgenes de ese mundo al que no pertenecía y que me aportaba bien poco. Sin casi buscarlo accedí dos veces a dar clases como profesor asociado en distintas universidades, y las dos veces lo dejé.

Cada mañana me levanto al amanecer para ir a trabajar a un albergue para personas sin hogar y lucho por no sucumbir a una dinámica perversa. No siempre lo consigo. Si sigo leyendo y escribiendo es porque considero que determinadas ideas sobre la justicia y la libertad deben seguir estando presentes para los tiempos que tendremos que afrontar, y sobre los que ―como me es imposible ocultar― no reservo una opinión muy optimista. Cada día, también, experimento el deterioro de las relaciones sociales y el sinsentido al que nos vemos abocados, y veo muy pocas salidas a la situación. Sufro por eso, desde hace tiempo, un estado de vital desesperanza.

Por todas estas cosas, cuando alguien me tacha de intelectual, una sensación de soledad y hastío se apodera de mí. Rara vez caigo en la tentación de tratar de defenderme. Sería en vano. Seguramente esté equivocado en muchos aspectos, pero ningún interés me mueve cuando escribo, si no es el de ser un testigo veraz de esta debacle. Como dijo una vez Abelardo Castillo «crear una pequeña flor es trabajo de siglos», y ni para eso sé si doy la talla. Guardar silencio se convierte en una tentación algunos días desoladores. Pero para escribir siempre hay demasiado tiempo o demasiado poco.

2

No recuerdo ahora quién dijo que el intelectual es aquel que lee con un lápiz en la mano. Yo añadiría que, sobre todo en nuestros tiempos, es alguien que constantemente debe explicar, casi disculpándose, por qué hace lo que hace. Alguien que, a ojos de una gran mayoría, dilapida su tiempo en actividades para las que no existe evidencia alguna de utilidad, y al que se le debe exigir que declare inmediatamente para qué sirve lo que hace. Ante esta reclamación son muy pocos los que aún pueden decir a nada sirve con la soltura de un Stephen Dedalus en el Retrato del artista adolescente. Pasan, además, por ser personas un poco ridículas. Quizá porque ya sea imposible decir algo así y, como sostenía Orwell, aunque queramos escapar a la política de nuestro tiempo, ella nos dará alcance a la vuelta de la esquina. Siendo así, «más vale tener una respuesta preparada», se dicen algunos. Y, por lo general, la encuentran pronto: una respuesta tranquilizadora que los devuelve al bando de aquellos que persiguen el progreso moral de la sociedad, la ilustración de los ciudadanos, la convivencia civilizada frente a la barbarie, y el buen gobierno de aquellos que nos gobiernan. Arrojadas las armas de la crítica al proceloso mar de la indolencia, el intelectual se convierte así en un divulgador de la fe mayoritaria en el Progreso. Sus palabras se llenan de futuro, sus obras destilan complacencia. En algún momento fueron ortodoxos de alguna fe (liberal, fascista, marxista o socialista), justificaron lo injustificable, y hablando por boca del destino histórico de la humanidad contribuyeron a someterla. Después algunos se refugiaron en el Lenguaje o en la Técnica, y otros declararon que no había Verdad alguna que buscar y que todo era posible dada la elasticidad admirable de su imaginación teórica.

Quizá por eso estén siempre bajo sospecha para el ambiguo sentido común de la época, y se tengan que defender como pueden de un mundo que ya no los necesita, y que ellos mismos han ayudado a crear. A veces tengo la tentación de estar de su parte, pero la mayor parte del tiempo soy incapaz de verlos como otra cosa que un síntoma del hundimiento generalizado que se da a nuestro alrededor. Tratan de salvaguardar un espacio privilegiado para su Cultura mientras la mayoría afila los colmillos para la cotidiana lucha por la supervivencia. Su posición es absurda, pero todavía creen que hay algo que pueden defender. Y, como las fuerzas a las que se enfrentan son abrumadoras, su conversión en propagandistas del mal menor acaba siendo, para ellos mismos, un acto de heroicidad.

No puedo estar de su parte, pero detesto también a aquellos que los impugnan por otros motivos: aquellos para los que la ignorancia es un síntoma de salud y buena adaptación al medio. Me encuentro así en una posición incómoda, como les ha sucedido a menudo a aquellos intelectuales que no aceptaron las prebendas de una posición que defender a cambio de su honestidad. Contrario a los partidarios del Progreso y enfrentado también a aquellos que ven en la barbarie los signos de una futura redención, no me ha quedado más remedio que la defensa de un juicio propio que se nutre de la tradición intelectual y aborrece de los compromisos que ésta ha asumido con tal de seguir contando algo en el complejo entramado de la vida administrada.

La paradójica situación del intelectual que no se identifica con su gremio es aquella en la que tiene que defender el derecho a no saber más y, al mismo tiempo, combatir a los más activos defensores de la sumisión presente, para los que la ignorancia es una primera victoria. Por tanto, debe ser intelectual y no. En cada momento en que la realidad presente es negada se abre un espacio de libertad, que se cierra de inmediato cuando la realización positiva corre al amparo de las verdades de siempre, las instituciones, la representación, el futuro, la igualdad, y un largo etcétera. El intelectual afirma la negación y niega la afirmación, no por ambigüedad moral o cobardía sino porque, como suele decirse, la verdad huye siempre del campo de batalla cuando es tomado por los vencedores.

Siempre leo con un lápiz en la mano y siempre he tenido que dar explicaciones por lo que hago, pero me he negado a buscar una posición que me permitiese hacer ambas cosas cómodamente. La inadaptación y cierta misantropía son, como sostiene Alfonso Berardinelli, rasgos característicos del intelectual de nuestro tiempo. La intransigencia debe ser otro, porque a medida que avanza la sociedad tecnológica mayores son los esfuerzos que debe realizar quien quiera gozar de cierta distancia frente a las formas de vida que se nos imponen. Por eso, ya no se trata tanto de defender la Cultura o la Ilustración, así con mayúsculas, sino de preservar la distancia necesaria o, al menos, las condiciones para que ésta se pueda dar. Quienes constantemente se empeñan en tender puentes olvidan a menudo que hay otros que más valiera dinamitar lo antes posible. Siempre hay un resto de opresión, de crueldad, imposible de erradicar. Hemos de tener muy presentes los costes a pagar por intentar borrar ese rastro. En un juego de luces y sombras es donde se desenvuelve nuestro precario conocimiento.

Sin categoría

 Entrada anterior

La palabra contraria de Erri De Luca

―24 marzo, 2015

Entrada siguiente 

Nosotros, el partido del diablo

―4 abril, 2015

Autor: Juanma Agulles

Artículos relacionados

Iñigo Elortegi ― 20 mayo, 2025 | Comment Closed

Franco y yo

Mi padre se afeita en el baño con la puerta abierta. La del salón también lo está. Mi madre y

Iñigo Elortegi ― 13 mayo, 2025 | Comment Closed

A dónde va el pobre anarquismo?

Iñigo Elortegi ― 2 mayo, 2025 | Comment Closed

Los paganos del apagón

Aurora Arredondo ― 27 abril, 2025 | Comment Closed

Fin de un Papado: ¿También de la fe?

Txefe Martinez Aristín ― 27 abril, 2025 | Comment Closed

Un caballo, un caballo!

Hervé Oui ― 21 abril, 2025 | Comment Closed

Noticias de lobos y caperucitas

Txefe Martinez Aristín ― 18 abril, 2025 | Comment Closed

Pueblos elegidos

César Valdés ― 15 abril, 2025 | Comment Closed

Leer un poco a un hombre recién muerto

Búsqueda

Hemeroteca

Temática

Lo más comentado

1

Podemos, el 15M al poder

― 31 mayo, 2014 | 29 comentarios

2

Cae un comando de políticos

― 27 octubre, 2014 | 28 comentarios

3

En la Villa de Martín Villa

― 18 noviembre, 2014 | 18 comentarios

4

Borbón SA: Así se hace negocio, Urdangarin mediante

― 12 agosto, 2014 | 14 comentarios

5

Gure Esku Dago, Castells y Fútbol Imperial

― 14 junio, 2014 | 10 comentarios

Qué es Hincapié

Conectados con el mundo

RSS What’s up with Truth Dig

Colabora con nosotros

.

RSS News from Center for Investigative Reporting

  • A Gun Deemed Too Dangerous for Cops, But Fine for Civilians 19 mayo, 2025 Ava Sasani and Champe Barton
  • Why Some Doctors Are Pushing to End Routine Drug Testing During Childbirth 2 abril, 2025 Shoshana Walter
  • Several Law Enforcement Agencies Have Stopped Reselling Guns 19 marzo, 2025 Champe Barton and Chris Hacker
Amigos de Hincapié

.

RSS Le dernier de Bakchich

  • Bitcoin plus de 111 000 $ – Bitcoinblog.de – Le blog pour Bitcoin et autres devises virtuelles 23 mayo, 2025 Gabriele Porto
  • Les États-Unis ont fait pression sur Kiev Over Minerals Deal «dans un film mafieux» – Official ukrainien – RT World News 23 mayo, 2025 Marie Fonso
  • Crevettes Alfredo 23 mayo, 2025 Caion Alves
Aviso legal

.

RSS Un Espía en el Congreso

  • «El problema de la vivienda es que no se libera suelo: alrededor de Majadahonda, Las Rozas o Torrelodones hay muchísimo terreno vacío» 28 abril, 2025
  • Rayo Majadahonda se pega otro «tiro en el pie» frente al Yaiza en el Cerro (0-0) pero sigue «vivo» en la ultima jornada  28 abril, 2025
  • Jesús Arribas (Rayo Majadahonda): «La palabra es «ilusión» por un objetivo que solo juntos podemos conseguir» 27 abril, 2025
Copyleft © 2016 — Revista Hincapie. Licencia Creative Commons
Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.