Jan Morris se ha casado dos veces, lo cual no es nada extraordinario. En las dos ocasiones, con la misma mujer, Elizabeth Tuckniss. Eso, en el mundo anglosajón, tampoco es raro. Pero lo realmente singular es que en la primera boda lo hizo como hombre y en la segunda, como mujer.
Morris ha viajado durante toda su vida, por todos los rincones del planeta. Esta extraordinaria relatora del mundo, de su arquitectura, su cultura, su identidad, sus hazañas y miserias, ha tenido siempre una sensibilidad fuera de lo común para dar con el alma del lugar que visitaba. Sin embargo, el periplo más intenso y decisivo fue el de encontrar su propio yo.
Jan nació en Inglaterra en 1926 como un hombre al que se bautizó con el nombre de James Humphrey. Su padre, galés, inculcó en él el amor por ese pequeño país arrinconado en una esquina sudoccidental de la mayor de las Islas Británicas.
Ya siendo pequeño, mientras escuchaba a su padre tocar piezas de Sibelius al piano sentado a sus pies, deseaba haber nacido en otro cuerpo. Así, explica que cuando cantaba en el coro de la catedral de Oxford sus oraciones acostumbraba a cerrarlas con una petición: “Y, por favor, Dios, déjame ser una niña. Amén”.
- fotografía extraída del blog de Patricia Ann Sinclair
Sus primeras experiencias homosexuales, nada satisfactorias, las tuvo durante los años de la enseñanza secundaria, en el Lancing College. En realidad, Morris no quería ser un hombre acostándose con hombres, sino otra cosa.
Desde muy joven se interesó por el periodismo, colaborando en las columnas de un periódico de Brístol. Sin embargo, la llegada de la Segunda Guerra Mundial quebró cualquier atisbo de estabilidad.
Formó parte del 9º de Lanceros y también del servicio de inteligencia británico, destinado a Palestina e Italia. Morris ya sabía que tenía más deseos de ser una mujer que un hombre. Acudía a psiquiatras que fracasaron en sus intentos de “curarla”. Ella lo que quería era una confirmación de su sexo real. Por eso siguió con atención la carrera del doctor Harry Benjamin, de Nueva York, el primero que enunció el término transexual y que proclamó que tal vez sería necesario alterar el cuerpo de algunas personas para que encajara con su mente y no al revés.
En el relato vivencial de la etapa militar de Morris no hay críticas severas. Es verdad que en ciertos momentos declaró que pasó momentos duros para ocultar su condición y deseos reales, pero por otra parte también se sintió, como pocas veces a lo largo de su vida, parte de un colectivo con el que identificarse. “Era como un espía en un cortés campo enemigo”, dijo.
Su permanencia en el ejército británico se prolongó hasta 1949, cuando volvió a la actividad intelectual. Estudió filología inglesa en la universidad de Oxford y retomó el contacto con los medios de comunicación. Sus crónicas de los años siguientes en The Times le valieron un puesto fijo en la plantilla, culminando en ser designado para cubrir uno de los eventos deportivos del siglo: la conquista del Everest.
En 1953, tras varios intentos fallidos, los británicos se apresuraban a hollar la cima de la montaña más alta del mundo. Ya los franceses habían coronado el primer ochomil, y varias naciones suspiraban por colocar su bandera en el punto más alto del planeta.
Morris tuvo una dura convivencia en el campamento base, pero no por un aspecto afeminado que camufló de manera inexpugnable, sino por el sentimiento clasista que tenían los míticos escaladores con quien no perteneciera a su casta.
El 29 de mayo Edmund Hillary y Tenzing Norgay llegaron a la cumbre. Se ha especulado con que se programó todo al milímetro para que la gesta montañera coincidiera con la coronación de la reina Isabel II en Londres. Morris deshace esa teoría absurda en su libro Coronation Everest, y explica que se llegó a la cima cuando se pudo y se comunicó el hecho también atendiendo a las posibilidades de la época y del lugar. De hecho, relata que telegrafió desde Namche Bazaar –la considerada capital del país sherpa– para comunicar la victoria sobre el Everest, pero que acto seguido apretó a correr y bajó en tiempo récord a Katmandú para repetir el cable, pues no estaba seguro de que la información hubiera llegado a Londres y no quería que ningún otro colega le pisara la exclusiva.
Tras este reportaje que le lanzó al estrellato periodístico, Morris entró en la plantilla de The Manchester Guardian y empezó a viajar por todo el mundo. Conoció y entrevistó a algunos de los líderes políticos más importantes del siglo xx. Ello no le impidió ser muy crítica consigo misma. Sobre su tarea en el periódico, dijo que “me dedicaba a deambular por el mundo como una romántica mientras otros hombres mejores que yo trabajaban como esclavos para escribir editoriales progresistas desde la oficina”. Y, décadas después de mantenerse alejada del periodismo formal, todavía contó una anécdota que, aun con su trazado melifluo, revela la severidad consigo misma: “En una ocasión, en Jartum, un ministro del interior sudanés me ofreció una sucinta definición de mis obligaciones como corresponsal. Según él, debía redactar buenas noticias emocionantes y atractivas que coincidieran en la medida de lo posible con la verdad. Seguí sus directrices casi al pie de la letra durante décadas”.
Tal vez por ello empezó a tomar conciencia de dos cosas fundamentales para su vida: debía empezar a dejar el mundo de los periódicos siguiendo los consejos del cachazudo Ernest Hemingway (“el periodismo es una de las más bellas profesiones del mundo… si se sabe dejarla a tiempo”) y también comenzar con el tratamiento de hormonas que borrarían su rastros masculinos y comenzarían a otorgarle uno más femenino.
Ese periodo profesional es fértil, con artículos memorables en revistas de calado intelectual como Rolling Stone o The New Yorker. Pero, sobre todo, aflora la gran escritora que es Morris con sus primeros libros memorables: Among the cities o Venecia.
Había sido también, la década de los 60, la de casarse en primeras nupcias con Elizabeth, que será, ya para siempre, su gran amiga, su mejor confidente. Tanto, que decide contarle las dudas sobre su masculinidad –en realidad, la certeza de que es una mujer– antes de la boda. Su compañera la entiende, lo acepta y no le importa lo que tenga que venir. De hecho, concebirán cinco hijos durante su primer matrimonio.
Mientras su fama crecía en el terreno profesional, las hormonas de estrógenos iban haciendo su trabajo en el cuerpo. En un pasaje muy divertido en su libro El enigma, cuenta como llegó a estar inscrito en dos clubes de Londres. En uno se le conocía como hombre y en otro como mujer. Nunca mezcló las citas, hasta bien entrada la década de los 80, cuando ya había mutado de nombre de pila y de género oficialmente. Y entonces, relata, los caballeros del Traveller’s Club fueron tan exquisitos que no hicieron aspaviento alguna al ver que James era en realidad Jan.
Ese momento de indefinición en que todavía tiene genitales masculinos pero ya ha desarrollado pechos y sus rasgos han cambiado, le generan algunas situaciones embarazosas, como cuando no sabe si pasar por el control de hombres o mujeres en el aeropuerto de Nueva York. Al final, decide asumir el reto con dignidad victoriana y sentido del humor. Le sucederá lo mismo en otras zonas del planeta. Un taxista de Fiyi no le pondrá una mano en la rodilla hasta que ella misma le aclare que es “una viuda inglesa rica”. Y él le replica: “Perfecto, justo lo que estaba buscando”.
Es también materia del volumen El enigma y de Un mundo escrito su abracadabrante operación de cambio de sexo en Casablanca (Marruecos), en 1972. Su primera valoración es que se había sometido a una “violación sangrienta”, pero años después, cuando repasó su vida, reconsideró la situación y aceptó que lo único que había sucedido es que “había pasado 35 años como hombre, diez entre dos aguas –cuando tomaba las hormonas que le eliminaron el vello corporal y le transformaron los rasgos faciales– y el resto de la vida como yo misma”.
Antes de la operación de sexo había sido moralmente obligada a divorciarse de Elizabeth. Ello fue duro, pero no tanto como el momento de enfrentarse a explicar a sus hijos que ya no era un hombre sino una mujer, y que, aun así, seguía siendo su padre. No fue tanta sorpresa, teniendo en cuenta los magníficos progenitores que tenían, que éstos reaccionaran con naturalidad y comprensión. Menos condescendencia hubo por parte de sus colegas y conocidos de Gran Bretaña, aunque eso le importó poco menos que un rábano.
En la última etapa profesional, los libros de Morris no han dejado de vista los viajes, pero han centrado su trama bien en la ficción bien en recrear periodísticamente hechos históricos clave como el caso Watergate, el ocaso del Imperio Británico en lugares como Hong Kong o las conversaciones de Camp David para la paz entre árabes e israelíes.
A medida que Jan Morris se iba convirtiendo en una venerable viejecita con menos capacidad para absorber el trote de ir de acá para allá por lugares y climas difíciles de encajar, fue volviendo sus ojos hacia la Gales que había idealizado gracias a las historias contadas por su padre. Su casa en Llanystumdwy es ahora el hogar familiar, pues en 2008 volvió a casarse con Elizabeth, su esposa, su confidente de toda la vida. De hecho, sus lazos son tan fuertes que incluso han escogido el prado en el que quieren ser enterradas cuando mueran, con la elección de un epitafio, en inglés y galés, que reza: “Aquí hay dos amigas, al final de una vida juntas”.
Si la vida de Jan Morris es absolutamente excepcional, no lo es menos el carácter de su esposa Elizabeth, una auténtica lección de amistad.
Afortunadamente, aunque Morris es octogenaria, sigue en activo, escribiendo y participando en eventos literarios que ocasionalmente la hacen salir de casa para lucir su coqueta figura. Ya en este siglo xxi recogió sus vivencias en Gales con un libro que aquí no se ha traducido, y sigue tan perspicaz y dulce en sus relatos aunque, como buena británica, aparezcan en sus textos las dosis justas de ironía y acidez.
TRAS LAS LETRAS DE MORRIS
El enigma. Ed. RBA, 2011. El viaje vital hasta convertirse en una mujer con todos los requisitos legales. Una biografía rápida y muy especial, donde Morris desvela el enigma que para ella representa vivir en un cuerpo con el que no se siente identificada.
Venecia. Ed. Península, 2002. El lugar que ha cautivado a Morris a lo largo de su vida y, probablemente, la ciudad más enigmática y plena de misterio del mundo relatada de forma amena desde todos sus ángulos. Impagable si se va a emprender un viaje allí.
Un mundo escrito, viajes 1950-2000. Ed. RBA, 2007. Medio siglo de las experiencias viajeras de Morris por todos los rincones del planeta, con sus sagaces y muy personales apreciaciones acerca de los lugares que va visitando. No renuncia a ser subjetiva y parcial.
Coronation Everest. Ed. Burford, 2000. En inglés. El reportaje que lanzó a la fama a Morris, en el que se relata la expedición británica que en 1953 coronó la cima del monte Everest por primera vez en la historia.
Among the cities. Ed. Penguin, 1986. En inglés. De Moscú a Sídney, de Toronto a Estambul, las ciudades vividas por Morris con su visión particular, siempre irónica y de una perspicacia difícilmente igualable.
·Jan Morris tiene una bibliografía extensa. Pueden encontrarse todos sus títulos en www.bookfinder.com.
ESCRITORAS DE VIAJES DEL SIGLO XX
Apenas un puñado de escritoras saltaron al Olimpo del género de viajes en el pasado siglo. Sin embargo, todas ellas –cada una en su estilo– alcanzan un alto nivel literario y de detalle en el relato:
–Aurora Bertrana. Viajó sola por lugares inéditos para una mujer en las décadas de 1920 y 1930, las remotas islas de la Polinesia –donde se instaló a vivir con un hombre que, según ella, “se había enamorado de mis piernas y otros accesorios”– y Marruecos. Su prosa es tan transgresora como su vida, y su visión del viaje, preclara. La mayor parte de su obra está editada en catalán, pero se encuentra en castellano Los paraísos oceánicos. “El autobús, esa herramienta destructora de tradiciones…”.
–Ana M. Briongos. Ha conectado con el Islam que más nos atemoriza (Afganistán e Irán) y lo ha descrito con sensibilidad y sin remilgos en obras tan emblemáticas como Un invierno en Kandahar, La cueva de Alí Babá o Negro sobre negro. También es notable su retrato de la India en ¡Esto es Calcuta! “De madrugada he oído el canto del muecín y me he levantado a mirar por la ventana. Las paredes de adobe de las casas de Kashan parecen de cobre con la luz del amanecer. Las montañas nevadas siempre presentes parecen muy cercanas y en las cúpulas y los minaretes las cigüeñas hacen guardia a la pata coja”.
–Agatha Christie Mallowan. Solo firmó un libro de no ficción agregando el apellido de su segundo marido. Fue Ven y díme cómo vives, en el que relata sus estancias en Mesopotamia ayudando en las expediciones de su esposo, el famoso arqueólogo Max Mallowan. La reina de la novela de misterio hace un relato tan preciso e irónico de la región que merece ser elevado a los altares de los libros de viajes. “¿Pero hay alguna manera de saber si es un buen chófer? Hamoudi ni siquiera piensa la respuesta. Un panadero es un hombre que pone pan en un horno y lo cuece. ¡Un chófer es un hombre que sube a un coche y lo conduce!”.
–Alexandra David-Néel. En 1924 Alexandra emprende un viaje a pie cruzando los altos collados del Himalaya para llegar a la ciudad prohibida de Lhasa, acompañada de su hijo adoptivo, el lama Yongden. Conocedora de las filosofías y las religiones orientales, disfrazada de peregrina, accede a un Tíbet en estado puro, anterior a la invasión china. Sus libros más apreciados son Místicos y magos del Tíbet, Viaje a Lhasa, Diario de viaje y A través de la China misteriosa. “He hecho la travesía del Himalaya de punta a punta, directamente del sur al norte. He llegado a los 5.000 metros de altitud e incluso un poco más arriba. ¿Debo decir que se trata de una empresa difícil? Sería exagerar, basta con gozar de buena salud y disponer del dinero necesario para los gastos, muy reducidos, del viaje”.
–Martha Gellhorn. Periodismo del que ya ha desaparecido el de esta norteamericana que se movió por los conflictos más apasionantes de su siglo, desde la guerra sino-japonesa a la revolución cubana. Descripciones precisas y sin adornos en su magistral libro Cinco viajes al infierno, aventuras conmigo y ese otro. El innominado era su amante, Ernest Hemingway. “Los negros han copiado nuestra payasada burocrática con entusiasmo, y la han magnificado. La paciencia es el primer requisito para los viajeros en África”.
–Ella Maillart. Una de las viajeras más míticas, única mujer en participar en las competiciones de vela de los Juegos Olímpicos de 1924 y que en las etapas convulsas de entreguerras cruzó Asia de cabo a rabo, de Turquía a China, a menudo clandestinamente, sin los salvoconductos que se requerían. Sus libros más bellos son La ruta cruel y Oasis prohibidos. “Me siento profundamente triste ante la idea de abandonar la vida fácil que he llevado, durante tanto tiempo, bajo los cielos de Asia”.
–Beryl Markham. Autora del espléndido Al oeste con la noche, en el que relata sus vuelos sobre África, esta adiestradora de caballos y aviadora redondea un diario de viajes de una belleza absolutamente indescriptible. Fue la primera mujer en cruzar el océano Atlántico volando de este a oeste sin escalas. “Un mapa en manos de un piloto es un testimonio de la fe de un hombre en otros hombres”.
–Freya Stark. El viaje desde Bagdad a los territorios asha donde moraba la mítica secta de los Asesinos, los fumadores de marihuana, escandalizó a quienes no sabían que Stark iba a emprender otras rutas intrépidas, siguiendo generalmente los pasos de los cuentos de las mil y una noches. Viajó mientras tuvo aliento y a los 81 años todavía escalaba en el Himalaya. Los Valles de los Asesinos y La ruta de Alejandro son dos de sus libros que se encuentran en castellano. “Un viaje por oriente sin un mal comienzo pecaría de excentricidad”.