
Son cuatro adolescentes de dieciséis y diecisiete años riendo mientras graban cómo golpean a un quinto, Antonio, también de dieciséis años que huye sin remedio en su silla de ruedas de los golpes. Antonio tiene parálisis cerebral y coincide con sus cuatro agresores en la clase de tecnología. Precisamente sus mofas tienen que ver con esto o con Darwin, al que parece no han leído, porque mientras le agarran del cuello para golpearlo, alguien le grita a Antonio que “evolucione”. Es entonces cuando otro le pone un cigarro encendido en la cara. Antonio trata de esquivar los golpes en el cuello con sus brazos en alto. Las risas suenan en arpegios oscuros resonando encabritadamente en el aula vacía.
Ese vacío del aula lo es de algo mucho mayor. Del instituto donde tiene lugar la agresión grabada por los adolescentes. Es el instituto Torres Quevedo de Santander. Ocurrió hace más de veinte días. El vacío era inmenso antes de la agresión. Antonio no dijo nada en casa ni en el instituto.
Todo se descubrió cuando al de unos días, los agresores subieron el vídeo a internet y lo enviaron a varios conocidos, entre ellos al móvil del propio Antonio. Fue su madre quien lo descubrió. El silencio de Antonio tiene una explicación atroz: el vacío. No quería denunciar a nadie para no quedarse sin amigos en el instituto. Este temor está lleno de significados.
La madre de Antonio trató de romper ese vacío que es la gelatina del abuso. Fue en vano. El instituto castigó a los cuatro agresores con cinco días de suspensión. Al sexto, para escarnio de la madre y para la resignada vida de Antonio, los agresores volvieron a compartir clase con el agredido.
El instituto, reitero la minúscula, le ha comunicado a la madre de Antonio que si no desea que Antonio coincida con sus agresores, puede llevarle a otro Instituto, esta vez con mayúscula. El consejero de Educación de Cantabria, Sergio Silva declaró a Antena3, que no le preocupaba la proximidad entre agresores y agredido, sino que se produjera entre ellos una nueva “interrelación”.
La noticia del martirio de Antonio está llena de acontecimientos. Todos ellos, para los periódicos, poco dignos de ser llevados a portadas o convertidos en extensa crónica. A pesar de que la Fiscalía ha abierto causa. A pesar de que, y este es otro accidente que viene al auxilio de la importancia de lo ocurrido, esta última semana mucho se ha hablado de la mente de un padre asesino de sus hijos, el señor José Bretón.
¿Qué quieren ser de mayores los agresores de Antonio? ¿Vemos, como sociedad, a personas como Antonio también a través de los ojos de sus agresores unas veces, y otras con una fingida conmiseración? ¿Sus padres respaldan a sus hijos como buenos padres ante la adversidad de tener a una persona ralentizando la clase a causa de su discapacidad?
Si es cierto el apoyo que han mostrado los alumnos del instituto, otra vez con minúsculas, pidiendo la expulsión de los agresores, ¿por qué Antonio guardaba silente las vejaciones sufridas?
A los agresores les queda uno y dos años para ser mayores de edad. Para tener plenos derechos, entre ellos el de formar familia. ¿Qué es antes, la crueldad o el crimen? ¿Quién se lleva el mérito de la forja de estas cuatro personalidades, el instituto o sus familias?
La remilgada postura del instituto Torres Quevedo es la insidia personificada. Pero es fiel, como un espejo igual de sucio y rayado, a la imagen de la sociedad ante su pusilanimidad. Hay que dejarlo pasar. Hasta que dentro de veinte años o menos se haga una serie sobre alguno de ellos o sobre los cuatro si siguen con su sociedad y con vida. Entonces la sociedad y los medios que ahora relegan la importancia de lo sucedido, se fascinarán por el tamaño de su última crueldad. Serán Bretones tardíos que crecieron con palmaditas traviesas en sus espaldas de adolescentes y jóvenes Bretones. Fíjense cómo es de puñetero el tiempo: unos padres creen que su hijo es sólo un gilipollas contemporáneo dentro de lo normal, y de repente están escuchándole oír una sentencia de ingreso en prisión por homicidio con dolo .
Pero si la culpa es del tiempo, no es menor la responsabilidad del espacio, esos lugares como la familia y el instituto, al parecer fugaces e inservibles. Luego están las leyes de la dinámica, es decir, y lo dice un libertario descreído, la de cuatro ostias bien ofrecidas sobre todo en el espacio, para truncar la perversidad que comete el tiempo. Porque esta crueldad está cargada de futuro.