Empiezo por un final: “la catástrofe no es lo que viene sino lo que hay, nos situamos en el momento de derrumbe de una civilización”. Lo dice el comité invisible, colectivo que ha redactado La Insurrección que viene.
Cuando se publicó en Francia, varias personas fueron detenidas por el mero hecho de tener un ejemplar de este libro en su casa. Lo más inédito es que se les aplicó en el país de los derechos del hombre y del ciudadano, la ley antiterrorista. La República tuvo el empeño de hacerlo porque podrían encarnar una manera de mantener en la misma existencia actos y pensamientos. Algo que, por lo general, no se perdona.
Inquietud de una época en la que el modo de gobierno predominante consiste precisamente en la gestión de situaciones de crisis. Puede que el poder tenga claro que a lo que se tiene que enfrentar no es ni a una crisis más ni a una sucesión de problemas crónicos, de desajustes más o menos esperados, sino a un peligro singular que no sea gestionable.
¿Estamos en lo que Keynes afirmó cuando se refirió a que el sistema económico es capaz de permanecer por un largo periodo de tiempo sin ninguna tendencia a su recuperación ni a su colapso completo? Si la batalla griega no se ha decidido en la calle, a pesar de que la policía estaba visiblemente desbordada, es porque su neutralización se ha realizado en otra parte. Sarkozy declaró en 2008 que la crisis financiera corresponde “al final de un mundo”. Pero resulta conocido que las situaciones de crisis son igualmente ocasiones para que se reestructure el poder. La crisis es una manera de gobernar.
Ante esto ¿Qué hacer?, pregunta leninista que exige una respuesta no desarrollista. Hay mucho de absurdo en un sistema en el que se es al mismo tiempo el consumidor más voraz y el yo más productivo. Donde los humanos somos “capital y recursos humanos”. Medios que sirven para conseguir lo que se pretende. La primera colonización es la del lenguaje, hablamos en el lenguaje de la economía. Incluso los ligues aumentan la productividad: “las empresas más creativas son también aquellas en las que las relaciones íntimas son más numerosas”, teoriza un filósofo, director del departamento de recursos humanos de una empresa. Y así todo ubicado en los incrementos de productividad donde la mecanización, la automatización y la digitalización han progresado tanto que han reducido a casi nada la cantidad de trabajo vivo necesario para la concepción de cada mercancía. Vivimos la paradoja de una sociedad de trabajadores sin trabajo.
El Comité invisible nos ofrece a la imaginación cosas que no están tan lejos de ejecutarse con sólidos argumentos: “trabajar hoy en día, está menos ligado a la necesidad económica de producir mercancías que a la necesidad política de producir consumidores y productores”. Potencia razonadora que demuestran en todos los temas tratados: familia, arquitectura y urbanismo, seguridad – “las intervenciones no buscan tanto establecer el orden y la paz, como la prosecución de un proyecto de seguridad que ya está en marcha”-; transporte – “la multiplicación de los medios de transporte y comunicación nos arrancan sin cesar del aquí y del ahora mediante la tentación de estar siempre en otro lugar” -; ecología – “la ecología es la nueva moral del capital”-; el hambre – “la mayor hambruna conocida hasta entonces en la zona tropical (1876-1879) coincidió con una sequía mundial, pero sobre todo con el apogeo de la colonización. La destrucción de los mundos campesino y las prácticas de subsidencia había provocado la desaparición de los medios para hacer frente a las penurias. Más documentado está el libro de Martín Caparros “El hambre” en Anagrama -.
Cuando las democracias son entidades que se sacrifican como contenido para sobrevivir como forma, puede parecer poco, pero no es baladí imaginarse por dónde comienza una insurrección. “no hay que indignarse. No sirve protestar legalmente. No hay que comprometerse con la última impostura asociativa. La catástrofe no es lo que viene, sino lo que hay. Nosotros nos situamos en un movimiento de derrumbe de una civilización. Es ahí donde hay que tomar partido”, dice esta tendencia a la subversión que recibe el soplido de todas aquellas herejías y movimientos proto anarquistas que intentando traspasar los límites de la ortodoxia religiosa encontraron en el milenarismo una tabla de salvación desesperada. (leer en Pos del Milenio, de Norman Cohn, en Pepitas de Calabaza).
Si Fuocault levantase la cabeza “no todo lo que proviene del poder es malo”, la teleología del Comité Invisible se mosquearía y le volvería a echar chiribitas en su tumba.