En los días siguientes a los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid, el equipo de asesores del ya expresidente José María Aznar borró todo archivo y rastro de las gestiones que el presidente y sus ministros hicieron en las horas siguientes a los atentados. No hay evidencia de una sola llamada, de una sola conversación. Ni un dictamen, una reunión, una orden, un cablegrama. La nada. Es el vacío legado de la levedad en el arte de gobernar. Podemos imaginar a José María Aznar correr por las almenas del Palacio de La Moncloa, como Ricardo III huyendo y aniquilando cualquier testimonio póstumo. En el bochorno inculpatorio entre las 7:27 horas del 11 de marzo de 2004 y las postrimerias de las primeras horas el día 15, cuando el partido del presidente Aznar perdió las elecciones, nadie de entre sus ministros, de sus asesores ni sus confidentes versallescos recomendó a José María Aznar leer detenidamente a Maquiavelo y su Príncipe. Si es conveniente al Príncipe, escribía el florentino, es precisa la mentira; más si es, al contrario, es preferible la verdad. José María Aznar eligió obstinarse en una mentira, atribuir la responsabilidad de los atentados a los terroristas equivocados, ETA, en vez descargar la autoría en los verdaderos y hacerles a ellos, y solo a ellos, responsables de la matanza que dejó 193 muertos y 2.000 heridos. El miedo de que el pueblo viera una relación causa efecto entre el apoyo de Aznar a la invasión de Irak y los atentados, cubrió a Aznar de una culpa que solo él se atribuyó.
Acostumbrado a los beneficiosos métodos de la posverdad lisonjera que tan buenos resultados le dio en 2002, Aznar creyó a fe ciega en la rueda nietzscheana de la historia. Al igual que Ricardo III, acabó ofreciendo su reino por un solo caballo en el que huir por el campo de la verdad alternativa. En eso, Aznar es un precursor de la posmodernidad de Estado.
La editorial Debate publica La Llamada, la crónica del director de El País, Ignacio Ceberio, sobre lo que ocurrió dentro y fuera de la redacción de ese periódico y la llamada del presidente Aznar asegurando con la más absoluta certeza que los autores de la masacre en Madrid eran terroristas de ETA. Ignacio Ceberio aceptó por buena la versión del presidente, embriagado por el derecho consuetudinario entre poder y prensa. Hace Ceberio mea culpa de su decisión, porque esta no iba a ponerle en evidencia, sino que sería una piedra arrojadiza del propio Aznar para justificar su contumaz estrategia de la autoría de ETA.
A las pocas horas de los atentados, la policía, la Guardia civil y los Tedax tenían claro que el explosivo utilizado era Goma Dos Eco, de fabricación española y no Titadyne, la utilizada por ETA. La prematura sospecha de ETA estuvo justificada durante las primeras horas. Aznar ha elaborado dos lanzas en ristre para sostener y no enmendar sus falsedades: que los medios también atribuyeron, entre ellos El País, a ETA el atentado; que emitieron noticias erróneas, aunque en la dirección que luego se desvelaría correcta. Y el fin de los atentados era provocar la derrota de su partido en las elecciones. Los errores de los medios y la actitud de algunos de ellos, ya díscola con la versión empecinada del gobierno al día siguiente, son la argumentación de Aznar para engrosar a esos medios en la conspiración contra su real persona como hombre de Estado.
La crónica de Ceberio tiene la virtud de no esconder errores ni la predisposición de dar por buena siempre la versión de Estado. Aquí aparece un inmenso cráter abierto hace 22 años. Las armas de destrucción masiva, el uranio empobrecido comprado por Irak, la necesidad de invadir Irak para instalar una democracia. Astillas argumentales caídas de madera falsa, cortada ex profeso para calentar opiniones públicas. Relatos mañosos sin un solo dato fehaciente, pero cargados de espectacularidad moral.
Un ejemplo ultra contemporáneo. El 20 de marzo en la cadena SER el ministro de Transportes Oscar Puente, del PSOE, asegura al periodista Aimar Bretos, que puede fiarse de su juicio porque también es abogado. La presidenta de Madrid Isabel Díaz Ayuso, por vivir en el piso de su pareja, se habría beneficiado “a título lucrativo” porque el propietario de ese piso, su pareja, ha admitido la posible comisión de evasión de impuestos y falsificación documental. El periodista le pregunta, sorprendido: ¿tiene usted pruebas? El ministro responde con capa y desaire: “se las estoy diciendo, igual que la sentencia que condenó al PP a título lucrativo”. El Partido Popular fue condenado por la trama Gürtel porque recibió donaciones a cambio de comisiones de una trama paralela del partido. Isabel Díaz ayuso, como bien sabe el señor ministro no ha obtenido del piso donde vive como invitada el menor céntimo, hasta donde nadie ha podido demostrar. Pero el ministro tiene la osadía de utilizar un medio de comunicación que no reprende sus gravísimas acusaciones, para imputar la comisión de un delito a un tercero y salir al de 30 minutos de entrevista con un ramo de rosas.
El público quiere escuchar que el rival político es un delincuente. Los medios son los que se encargan voluntaria y cada vez más voluntariamente de poner los imaginativos cargos. Es lo que llevaron a cabo desde el 11 de marzo de 2004 los medios que sostuvieron durante casi dos décadas la autoría de ETA con la connivencia de las fuerzas de seguridad y los islamistas para derribar el gobierno de Aznar. El 50% de los votantes del PP así lo cree a día de hoy.
Todo el espectro político, de derecha a izquierda alternativa sostiene sus relatos temporales sobre artefactos comunicativos de 24 horas de duración y cápsulas de posverdad de duración algo más longeva. Los medios de comunicación, partícipes también de la guerra de guerrillas partidista, no tienen más remedio que asistir al lodazal en sus propio terreno otrora comprometido con una cierta idea orwelliana de la creencia en los hechos y la separación de estos con su valoración. La cooptación del populismo político y la pseudopinión tanto de la política como de la Comunicación debilita sin solución las sociedades modernas. Estas se infantilizan, pero sus líderes, sobreviven con sus laureles intactos.