En la madrugada del 3 de marzo, las sombras que se avalanzaron sobre Berta Cáceres debieron haberse encontrado con los guardas. Pero no había guardas – ¿por orden de quién? y ahí también hay sombras-. Así que quienes irrumpieron en su humilde casa en La Esperanza, a 200 kilómetros de la capital de Honduras, tuvieron todo el tiempo del mundo, mientras a Berta Cáceres, la luchadora medioambientalista de 43 años, le quedaba tan poco, apenas unas horas para cumplir 44. El incordio de Berta Cáceres tiene letras mayores: el Banco Mundial y la constructora de represas más grande del mundo tuvieron que desisitir en 2013 de un magnífico proyecto; desde entonces estaba entablada una batalla para aparcar otros proyectos en el estado hondureño de Santa Bárbara.
El peligro estaba desde hacía tiempo rondando a Berta. Es un peligro añejo, de siempre, un peligro asociado a los cerros, planicies, cumbres, tierras frondosas, bosques ignotos de toda Honduras. Que Berta conocía y todos conocían porque es un peligro que ha costado alzamientos, razzias y masacres. Que era un peligro que conocía la Comisión Interamericana de Derechos Humanos: ésta había ordenado al estado hondureño ofrecer protección a Berta Cáceres.Y los protagonistas, desde hace dos siglos, son siempre los mismos. El Estado hondureño alega que Berta Cáceres cambió inesperadamente de residencia. Esa es la inespesperada respuesta que, al parecer, era esperada por los asesinos. El Estado asegura que el motivo de los asesinos era el robo. En La Esperanza saben que no.
Berta Cáceres fue coordinadora del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras, la COPINH. La suya y la de muchas más se había centrado en la defensa del río Gualcarque y su cuenca, en el departamento de Santa Bárbara, donde una compañía pretende construir una represa hidroeléctrica que desecaría las tierras de los indígenas lenca. Berta era lenca.
Según la policía, los asesinos de Berta entraron por la parte de atrás de sucasa y la descerrajaron dos tiros certeros.
– Todos sabemos que es mentira, que la mataron por su lucha en la protección del ambiente
Dice Carlos H. Reyes, un militante obrero, a la agencia France Press. Para toda Esperanza esta es la versión verdadera de un crimen que llevaba tiempo anunciado. Menos para Berta, que había pedido que la presencia policial junto a su residencia habitual fuera más exporádica. Como relata el diario El Faro, desde el golpe de estado contra el expresidente Manuel Zelaya, en 2009, se han asesinado a más de un centenar de campesinos que luchan por la tierra en una batalla contra terratenientes en el Bajo Aguán; a más de 100 activistas de derechos humanos; a decenas de abogados y fiscales; y a más de 30 periodistas.

Para salir de las sombras que rodean al estado hondureño, el ministro de Seguridad, Julián Pacheco, adelantaba días después que había sido detenido el guardia de la colonia donde fue asesinada Berta Cáceres. Pero en 2013, la fiscalía emprendió contra la activista una campaña de acoso: tenencia ilegal de armas. Ella arguyó ante los tribunales que la propia policia había puesto en su automovil un revolver para incriminarla.
– Me siguen. Me amenazan con matarme. Amenazan a mi familia
Dijo Berta nada más recibir un premio a su lucha. Las sombras ya estaban acechándola.
Carlos H. Reyes señala al gobierno «de facto» de Roberto Michelletti. La lucha de Berta no se quedó en la cuenca Gualcarque y quienes cojan su testigo tampoco se quedarán ahí. La incomodidad de Berta es la de un páis entero. Después del golpe de Estado de 2009, Berta y todo el Copinh se sumaron a las movilizaciones de decenas de miles de personas exigiendo la vuelta del destituido gobernante Zelaya.
– Pedimos justicia, que se descubra a los verdaderos asesinos, no a los gatos (que dispararon). El gobierno es el responsable por esa gran indefensión que deja a los crímenes en la impunidad
dice a El Faro desde La Esperanza, Berta Flores, madre de Berta.