En 1951, bajo los efectos de la droga Bourroughs mató a su mujer de un disparo en la cabeza. Tras el suceso acaecido en Mexico, el escritor se dió a la fuga, y acabó refugiándose en Tanger. Antes, en los años 40, se había sumergido en el mundo de la delincuencia, droga y literatura. Entra en contacto con Allen Ginsberg, que también anda experimentando con los ácidos lisérgicos. De esta contigüidad, al primero le salió EL Almuerzo Desnudo, y al segundo Aullido.
Cuando yo comencé a leer estos libros en los años 80, no los pude terminar. Por entonces era tan pacato y seco como los cactus del desierto. Luego me puse hasta arriba de poetas malditos y escritores de dosis excitantes. Así metí la semilla del siablo en mi casa. Yo, tan puritano, criado por una tía de misa diaria, rosario y visita al convento de los Oblatos. Me gustó su lectura y no necesité de vomipurgativos ni antivenáreas. Empecé a sentir un hormigueo en las manos, un agradable acelerón, y leí, leí….
Hasta que llegó el nuevo milenio y trece años más, entonces me he enfrascado en Las cartas De la Ayahuasca, escritas por Bourroughs en 1953, ahora recopiladas por Anagrama, que añade una breve nota de Ginsberg, escrita tres años después de los hechos narrados.
Las cartas de la Ayahuasca es la correspondencia entre dos hombres que buscan en su percepción un acto creativo, no un mero reflejo de la realidad. Lo hacen con un método tan antiguo como lo es la alteración de la conciencia por medio de las drogas. Además están los consejos de Bourroghs sobre las técnicas de pintura del siglo XX – el collage y Cut Up – para que un dubitativo Ginsberg encuentre el método de escritura que más tarde le convertirá en referente contracultural. En estas cartas se encuentra el continuo rozamiento de dos hombres que vivian el viaje, la transgesión y la literatura en sus carnes. Eso y la experimentación con el peyote y la ayahuasca.
De esta manera sé que si una mujer está presente durante la fase de preparación, la ayahuasca se estropea al instante y que cualquiera que la beba se envenenará o se volverá loco. De tan bien contado como está, me lo creí, y como en la salita también lee Anabel, le dije que se marchara. Me mandó a la mierda. «No sé, el viejo rollo de que las mujeres son seres sucios y en ciertas circunstancias hasta venenosos«, escribe Bourroughs en la página 46, la misma que yo me filtré en emulsión vehicular hacia la hoja verdadera de propiedades alucinógenas y telepáticas.
Ya he dicho que bajo los efectos de al droga, Bourroughs mató a su mujer, ¿Qué ocurrió? Quizá en su percepción todo se volvió ductil y maleable, blando y fusible, de color azul, como esas ráfajas que veía en sus tomas. Quizá no, acaso creyó que el metal pesado de la bala era la pluma de un ave que acariciaría la cabeza de su mujer. Ya ven, confundir y desvariar puede ser el fruto del plomo y la literatura. La lectura, igual que la droga, es un viaje en el espacio y en el tiempo.
Ya he terminado el libro. La salita parece sacudirse y vibrar, ¿Estoy participando de un nivel de conciencia alterdado y superior, o es el habitual portazo de la vecina cuando entra y sale de su casa?
Cuando Carlos Castaneda escribió Las enseñanzas de Don Juan en 1968, y sus libros ligados a la psicodelia, Bourroghs y Ginsberg ya estaban hasta el culo de peyote y ayahuasca. Me he acordado de esto último porque Castaneda es un autor que leí en los años 70, entonces muy en moda, y mientras me levantaba para ir a la cocina a prepararme una manzanilla.