
Claudia recuerda aquella casa en Londres. Había sido reformada, y la escalera, a pesar de la moqueta, crujía. Había imaginado que subir la escalera la permitiría huir de la fiesta. Pero resonaba con sus espamos por toda la casa. Al llegar al quinto escalón, decidió sentarse y en la pared a su lado vio una foto de carné rota con la mitad de una mujer ampliada y enmarcada como si fuera una obra de arte. ¿A dónde te crees que ibas? se preguntó. La finalidad del arte, escribió James Baldwin hace mucho tiempo antes, es revelar las preguntas ocultas en las respuestas. Claudia sospechaba que se refería a la afirmación de Dostoyevski: tenemos todas las respuestas, lo que no sabemos son las preguntas. Pero en su diario, Claudia traza de lo que sucedió después la ruta de los acontecimientos como si fueran un haz de preguntas. Un haz violento. Eres de piel negra cuando te miras, Claudia, en los espejos de todos los colores. Eres de piel negra, se responde Claudia, cuando la preguntas vienen de personas de todos los colores.
Un hombre, un novelista con rostro de cielo inglés, anota ella, lleno de variaciones, siempre alerta, en constante cambio, nublándose solo para despejarse un poco, se quedó parado frente a Claudia. Su cabeza apoyada frente a la pared donde estaba la fotografía de la cara de la mujer. Empezaron a hablar de los recientes disturbios de Hackney. Claudia decidió perderse en su rostro. En sus ojos afloraba una apacible intimidad. Los disturbios, dijo él, eran similares a los que hubo tras el apaleamiento de Rodney King en Los Angeles, también años atrás.
los distubios de Hackney, Claudia lo recuerda, comenzaron a finales del verano de 2011. Mark Duggan, un hombre negro, marido, padre y supuesto camello, fue asesinado a tiros por agentes de la brigada Tridente de Scotland Yard, una unidad que se ocupa de crímenes por arma de fuego en las comunidades negras. Como los distubios y saqueos continuaban tras el asesinato, los funcionarios del gobierno calificaron el estallido de violencia como «oportunista», «criminalidad pura». En los televisores regurgitaban las imágenes de gente saqueando tiendas. Ni siquiera un responso televisivo para un hombre negro desarmado abatido a tiros.
En los Estados Unidos, la paliza de varios policías a Rodney King, grabada en vídeos, eclipsó a todas las imágenes posibles. Si existiera, se atrevió a decir Claudia, un vídeo de Duggan siendo ejecutado, puede que hubiera menos ambigüedad sobre qué originó los disturbios.
¿Va a escribir sobre Doggan?, preguntó el hombre. ¿Por qué no lo hace usted? ¿Yo? responde con irritación.
El haz de preguntas de nuevo. ¿Cómo de difícil es para un cuerpo sentir la injusticia destinada a otro? Las tensiones, los reconocimientos, las decepciones y los fracasos que explotaron en los disturbios, ¿son demasiado ajenos?
Un cuerpo negro, piensas Claudia, un haz acumulado de similares repeticiones. Otras tantas veces ha ocurrido. Porque antes de Rodney King había ocurrido, sí, tantas y tantas veces. En calidad de cuerpo negro en los estados Unidos no tenías, dices, más remedio que reaccionar si pretendías seguir aferrándote a la histooria de que aquel había sido un hecho «ilegitimamente normal», y solo, por tanto, una metedura de pata oficial.
Tantas veces el azar de la repetición, tantos otros cuerpos negros, con sus muertes, palizas, sus cárceles, en el azar del tiempo, desarmados sin más arma que su negro cuerpo, su rabia negra. la paliza a Rodney King cortó, dices, el suministro de aire del cuerpo político estadounidense en virtud de la oleada excesiva y descarada de racismo y manipulación de la justicia que siguieron a la paliza.
El cuerpo de este hombre hecho de cielo inglés siente tristeza por Duggan en cuanto, piensas Claudia, hombre negro. No existe en él la urgencia que nace de la avalancha de transigencias, muertes y estados de ánimo específicos de un perfil en el que te despiertas, Claudia, y te acuestas cda día. No hay simutaneidad entre el cielo inglés y el cuerpo al que se la ha ordenado descansar en paz.
Te asalta Claudia, pero no es a tí, sino al cielo de todos los cielos que no son negros, el haz devueltos de preguntas. Uno podría sentirse incómodo ante el cuerpo negro de Duggan muerto. El dolor, gritas al cielo inglés, se establece de las relaciones vivas con sujetos a lo largo del tiempo, y no con cualquier sujeto en abstracto. Tu cuerpo y el del cielo inglés se mueven igualmente por la misma vida, pero de forma tan tan diferente. Con los ojos bien abiertos como haces de luz, consideras lo que este hombre y tú, dos artistas de edad mediana en una casa en Londres que vale más de un millón de libras, compartís con Duggan. Mark Duggan, eres parte de la miseria. Parece, piensas Claudia, que tu nuevo amigo cielo inglés no escribirá sobre Duggan ni los disturbios de Londres. Aún así, sigues Claudia, buscando en su rostro porque hay algo que encontrar, una respuesta que cuestionar.
Claudia Rankine es una poeta estadounidense. Desde una perspectiva bienpensante, es una ciudadana norteamericana. Por eso su libro Ciudadana publicado por Pepitas de calabaza ahora en castellano es más que un feroz poemario que desvertebra el racismo no solo en los Estados Unidos. En la epidermis social hay un lenguaje prejuicioso, violento, que no se ha disipado en norteamérica y que en el resto de Occidente repunta con la formación de urbes políglotas y multiculturales. Rankine no responde al prejuicio con el alud de la corrección política. Solo deshilvana los días cotidianos, haciéendolos pedazos de preguntas. Lo que queda es lo que se vive desde un cuerpo negro.
El policía que en la calle San Francisco de Bilbao dice a dos magrebeis «pareceís imbéciles», es el mismo que un tiempo antes para a Claudia en la autopista. El cargo por el que se decide es conducción temeraria. Le toma las huellas, la dijeron qye se desnudara. la ordenaron que se visitiera; que se fuera, a pie. Sigue sin ser ese tipo, pero encaja en ese tipo porque solo hay un tipo que encaja con la descripción.
Ciudadana es un acto de liberación lírica del peso de existir, una obra de una profundidad oceánica, un jaro de agua densa para nuestros ojos cansados de no ver.
y aún así un mumdo empieza un rabioso acto de borrado:
¿quién te crees que eres, que me dices yo?
Tú nada
Tú nadie.
Tú.