Pocos europeos, asiáticos, americanos y africanos saben que al menos uno de sus más importantes derechos, el de recibir y emitir información veraz, se juega en buena parte en un pequeño país insignificante hasta ahora, pero puede que significativo a partir del 17 de febrero. La República de Ecuador decidió dar asilo provisional al acosado portavoz de Wikileaks Julian Assange en su embajada en Londres. esta embajada se ha convertido en la metáfora de un mundo que ha puesto sus roles y valores patas arriba: Suecia, antigua adaliz del asilo a perseguidos, es ahora el país que reclama la entrega de Assange bajo una requisición tan oscura como las que sufrían los asilados que recogió durante décadas; los adalides de la primera enmienda y el racionalismo empírico parecen tomar el té juntos en la trastienda de su civilizada moral; un pequeño país centroamericano los ha hecho suyos. David contra Goliat a la orilla del Tamesis.
El exilio de Assange en el pequeño trozo de tierra ecuatoriana situado en el exclusivo barrio de Kensington comienza un 19 de junio de 2012. El ministro de asuntos exteriores ecuatoriano, Ricardo Patiño, viene desde entonces amagando con la posibilidad de que el gobierno de la República del Ecuador lleve ante los tribunales internacionales – ONU, Tribunal de La Haya – el derecho de asilo para Assange.
Fruto o no del monzón de cambio al menos en los poderes que parece correr por la América Latina, Ecuador se mira en el espejo, y su reflejo también se mira en Europa. Y puede que por el mapa de la República del Ecuador corran las cordilleras de las libertades europeas, desquebrajadas por un misterio tectónico aún no descifrado ni corregido en el seno de sus pueblos mismos.