Todos tenemos nuestros desiertos. Ponemos en ellos el espejismo que atraviesa las capas de aire por las que nos movemos. El diez de octubre es el día de los enfermos mentales. Hay un día para todo. No sé muy bien quién los pone ni qué provecho se saca. Llena programas de radio y televisión que tratan con tacto y delicado lenguaje este asunto tan espinoso. Incluso los rosales tienen espinas. Que el día se clave como una espina en nuestra atención. Vale, de eso se trata, cuanto mayor sea la espesura de la copa de un árbol mayor sombra dará. No sé si me entendéis, seguramente no, es lo que tiene el emplear metáforas. Pero no me resisto a emular a poetas locos (ahí están Alda Merini, L.M.Panero, Ezra Pound, etc.).
A otro poeta, como la copa de un pino, le han dado el alta en el psiquiátrico de Bermeo (lo llamaba la casa rosada de Tremensburgo), ahora está en una residencia sita en la parte alta de Bilbao. En el barrio de Begoña, donde la híspida torre de una basílica sirve para señalar la distancia entre los cielos llenos de mentiras y la necesidad de que éstas existan, para los espejismos.
Ignacio Landa sigue andando, no importa el lugar, con cuadernos y libros bajo el brazo. Sabe que los poemas tienen las puntas dobladas, lo que permite engancharlos en los cuadernos que lleva. Luego los lee con su letra de clave secreta.
El que sigue es uno de ellos.
Revenat (uno que vuelve)
Mi ciudad,
si es que lo fuera
más que cualquier otra
no existe.
O mejor, tiene mucha existencia,
sin embargo
yo querría verla cada día
con algo para los ojos ávidos,
gárgolas, trikitixas, anarquistas,
pamelas, cintas en los sombreros
desdeñosos de todo,
pero solo encuentro chaquetas guerreras
o anquilosadas, chubasqueros ceñidos,
ropa talar o elegancia abrigada
a los que tengo que adivinar mi anhelo,
no sé, tal vez Montevideo,
la veo así
lo cierto que de tanto mirarla
como creo que hay que mirarla
y lo demás es un cuento.