Business, caviar y cócteles de 9.000 euros. La City londinense encarna el alma del Occidente financiero, el capitalismo con flema volátil. No es la capital de un imperio propio, sino la carísima colonia de uno ajeno, aunque se lleva los dividendos en cifras de nueve dígitos. El Londres del siglo XX se protege del golpe del modernismo recurriendo a símbolos antaño eternos, pero ahora casi clandestinos: la reina, un liberalismo post victoriano, una nación caleidoscópica… el té de la tarde. Todo eso es un bono basura. Londres abre sus puertas a los oligarcas de Rusia, a los de Arabia Saudita, Nigeria, y a los multimillonarios chinos. Los clanes del Este se reparten la joya financiera del imperio británico que se pliega a sus pies.
La metáfora de tal servilismo: el denodado esfuerzo del primer ministro Boris Johnson para conseguir que su amigo y oligarca cercano a Putin, Alexander Lebedev, obtuviera el título de lord en 2020. Lebedev es propietario de los diarios The Evening Standard y The Independent. Tiene en nómina afectiva a personalidades simbólicos del país. En su mansión cerca de Hampton Court, un castillo italiano del siglo XII valorado en 20 millones de libras, han descansado Sir Elton John, Sir Ian McKellen, Stephen Fry, Boris Johnson, y el magnate de los medios Rupert Murdoch. En Londres residen 60 billonarios oligarcas rusos.
El bufete de abogados Carter-Fuck insiste tras la agresión rusa a Ucrania que ya no asesorará a nadie «asociado con el régimen de Putin». La revista Private Eye ha destacado el trabajo de la abogada de alto caché Geraldine Proudler con turbios clientes rusos. Proudler estaba en la junta directiva de la izquierdista fundación The Guardian. El gigante de la contabilidad KPMG ha cortado sus negocios en Rusia y Bielorrusia en respuesta a la guerra en Ucrania, pero sigue tratando con otros regímenes atroces.
El panorama mediático británico abre portadas, informativos de la BBC, columnas en revistas conservadoras y liberal de izquierdas, como esta de The Independent el 21 de enero de 2022:
«OTRO día, de nuevo una espiral de alarma totalmente inventada de Occidente sobre una inminente invasión rusa de Ucrania. No hay justificación alguna para tal guerra, y hay escasa evidencia de que Putin o cualquier persona en el Kremlin o cerca de él tenga algo por el estilo en mente».
Quien esto escribe es Mary Dejevsky, y el diario propiedad, como ya hemos dicho antes, del oligarca afincado en Londres, Alexander Lebedev. Dejevsky es presentada en la prensa británica como una “experta independiente” en temas relacionados con Rusia, una voz autorizada solicitada en multitud de medios, de derecha, centro e izquierda. En realidad, es una admiradora confesa del embriagador carácter de Putin que ella ha podido comprobar puesto que desde 2004 ha sido invitada al Valdai Discussion Club que el Kremlin organiza en Sochi todos los años con periodistas y académicos occidentales “comprensivos” con Rusia. En 2021 recibió el premio Valdai por sus ‘contribuciones sobresalientes para explicar y promover la comprensión’ rusa en Gran bretaña. En su columna, Mary Dejevsky continúa preguntándose: “¿Por qué entonces, hay tantos tan convencidos de que Putin se está preparando para invadir Ucrania, si no este mes, entonces seguramente el próximo? Una razón puede ser simplemente la larga historia de incomprensión occidental de lo que es Putin».
La cortina de desinformación lleva como en la cola de un cometa la coda victimista de la Gran Rusia: el gran imperio ha sido maltratado y necesita de Occidente su esperable pusilanimidad ante la conquista de Ucrania como parte del “espacio vital” de Rusia. Las primeras imágenes de bombardeos a civiles en las principales ciudades ucranianas desmoronan el ardid de Mary Dejevsky, que va virando ante la masacre y los intereses de su contratador que anuncia que no tiene ya relaciones con el Kremlin. El 8 de marzo, Mary Dejevsky escribe en la revista The Spectator, propiedad de los editores del conservador The Daily Telegraph: «El presunto legado de Vladimir Putin, de estabilidad, previsibilidad y niveles de vida enormemente mejorados para la gran mayoría de los rusos, se está desvaneciendo». Cambio de rumbo. Londongrado ha perdido la señal del Kremlin. Y los escribas saltan del barco que zozobra.
De mientras los cerca de 3.000 millones de libras en cuentas bancarias, además de un patrimonio inmobiliario aún superior en posesión de los 6.000 rusos en Londres revolotea por la gran ciudad, abrigando el gélido otoño londinense. Un grupo de jóvenes ocupó durante unas horas la mansión del oligarca Oleg Deripaska en el número 5 de Belgrave Square. Descubrieron estupefactos que la mansión tiene 200 habitaciones de casi 100 metros cuadrados cada una. Suficiente para albergar a 200 familias ucranianas.