Herbert Marcuse fue un icono del pensamiento crítico post 1968. Profesor de Angela Davis, sus fotografías rodeado de jóvenes estudiantes en los campus de San Diego, Berlín o París forman parte del imaginario de los sesenta. No fué en modo alguno un gurú de movimiento partisano alguno. Su pensamiento pretendía quebrar el conformismo reinante tras la segunda guerra mundial y ofrecer nuevas formas de racionalidad y sensibilidad. Sus aportaciones desde los años treinta alcanzaron su punto culminante en 1964 con su obra El Hombre Unidimensional. Para entonces, todos los miembros de su generación, Adorno, Horkheimer, habían desechado toda esperanza de un cambio social. Primero las turbulencias de la República de Weimar, después la catarsis del nazismo en Alemania aupado por la clase obrera, teóricamente sujeto revolucionario, y por último la asimililación de la sociedad de masas de postguerra. Marcuse se resistió al pesimismo y se embarcó en investigar qué había ocurrido para semejante involución. La suya fue una revisión del marxismo ortodoxo y su fetichización de las fuerzas productivas. Pero añadió a su análisis el carácter psicológico que el sistema acababa imponiendo en las personas. Los movimientos contestatarios de los sesenta supusieron para él un aliado inesperado. Marcuse saludó en esas movilizaciones en distintas partes del mundo su negativa a adaptarse a la gris cotidaneidad del trabajo y el consumo y, sobre todo, por su búsqueda de una nueva forma de buena vida.
Aquella Nueva Izquierda emergente, muy parecida a la que asoma en algunos países europeos y latinoamericanos hoy 50 después, supuso más para el septuagenario Marcuse de lo que Marcuse supuso para aquella. Marcuse centraba sus esperanzas en establecer un nuevo principio de realidad, unas «nuevas necesidades» y un «nuevo ser humano» más anclado en un eros liberador.
Como apunta Jordi Maiso, hoy ya no cabría pensar, como creía Marcuse, que el desarrollo tecnológico y productivo del capitalismo podría superar la miseria, la tristeza y el miedo. Mas bien al contrario, estas parecen ser hoy constantes en la vida actual administrada. Lejos de luchar contra un mundo y vida degradante, las protestas no aspiran sino a intentar salvaguardar la posibilidad de vivir en él. Hoy las protestas no se dirigen contra el trabajo alineante, la nuclearización, sino que demanadan empleo, sanidad y pensiones, como reclama la Nueva Izquierda.
A pesar de las matizaciones que después de 50 años merecen las apreciaciones de Marcuse, sus aportaciones están más vivas que nunca. El libro Filosofía Radical, con prólogo de Jordi Maiso, recoge diferentes conversaciones de Marcuse con personalidades como Habermas, Popper, Dutschke, Silvia Bovenschen y Marianne Schuller. Se trata de un brillante intento de rescatar a un Marcuse enviado por la posmodernidad al bahúl del olvido. Por otro lado, estas extensas cinco conversaciones son casi clases magistrales diez años después del fugaz 68 mundial.
Herbert Marcuse nació en 1898. Sirvió como soldado en la Primera Guerra Mundial y participó en la revolución alemana de 1918. Después de doctorarse en Brisgovia, volvió a Berlín donde se casó. En Friburgo continuó sus estudios de filosofía con Husserl y Heidegger. En Frankfurt funda el Instituto de Investigación Social junto a Max Horkheimer, Theodor W Adorno, y Erich Fromm. Con ellos, Marcuse desarrolla la Teoría Crítica entre 1930 y 1940. Durante el régimen nazi emigra a Suiza donde en Ginebra dirige la sucursal del Instituto. En 1952 se traslada a los Estados Unidos. Sería durante casi dos décadas docente en las universidades de Columbia, Harvard y San Diego.
Para 1964, el avance de las sociedades industriales parece inexorable. Un consenso total parece latir en su interior. Las clases sociales pretenden una distribución de la sobreproducción, sin cuestionar por tanto el sistema que la sustenta. La inteligentsia se maravilla de que los diferentes estratos sociales disfrutan de los mismos bienes en lo que es una democratización igualitaria de consumidores.
Marcuse encuentra sin embargo que este sistema crea falsas necesidades, engrasando una cadena de producción y consumo, apoyado por los medios de comunicación masiva, la publicidad y el sistema industrial. Este sistema llevaría a la persona a convertirse en «unidimensional», plano, donde le son privadas sus dimensiones críticas y de disenso frente a lo establecido por «consenso» en la sociedad.
Este consenso requiere de la activa participación de la clase trabajadora. Es entoces cuando Marcuse considera caído definitivamente el postulado marxista de que las personas trabajadoras eran el sujeto revolucionario de la historia. Y la perspectiva de acción es entonces más necesariamente libertaria, «despertar y organizar la solidaridad en tanto que necesidad biológica para mantenerse unidos contra la brutalidad y la explotación humanas».
La modernidad ha convertido, de un lado, a la cultura en un fetiche mercantil, y de otro, la conciencia individual cosificada por los productos tecnológicos que se insertan en la propia vida cotidiana de la persona. A 50 años vista, cualquier vagón de metro de cualquier ciudad a cualquier hora. Decenas de personas consultando su teléfono móvil camino al trabajo o las compras: la información del día, la realidad del mundo. La autonomía y la espontaneidad se extinguen. ¿Dónde está el interés general?
«Hablando con sinceridad: yo no creo que en una situación dada sea imposible determinar, determinar en general, cuál es el interés general. Eso me parece ideología de la clase dominante. Me parece que es perfectamente posible determinar qué es el inetrés general (…) me parece que es verdaderamente una forma de represión aferrarse a que el interés general no puede determinarse en general. (…) Podemos, de un lado, decir que lo socialmente racional consiste en que sea posible una formación de la voluntad sin dominación. De otro lado, está la cuestión de cómo será posible que los individuos, aquellos que participan en este proceso, elijan también lo bueno, es decir, lo que es bueno para la generalidad. Y entonces están también los grandes trucos rousseaunianos: primero, el educational dictatorship, más o menos; segundo, el trick to be froced to be free, pues aunque no vea que se ha equivocado, a ese hay que obligarle a hacerse cargo de lo que está bien. No hemos salido de aquí».
Mientras que Marx centraba su análisis en la liberación del hombre en el ámbito laboral sin cuestionar la necesidad del trabajo, Marcuse se pregunta cómo puede liberarse el individuo del trabajo e incorporar una nueva vida basada en el Eros y no la producción. Marcuse, frente a Marx describe el concepto de “alienación” desde el punto de vista de la consciencia humana, ya que es esta la que utiliza el sistema para coaccionar a la sociedad, reduciendo la rebelión y el disenso individuales. Las revueltas de 1968 en buena parte del planeta hacen emerger una nueva izquierda que incorpora en un primer momento las reflexiones marcusianas. Pronto se decantará hacia un reformismo social institucionalizado.
«La Nueva Izquierda no ha fracasado, quienes han fracasado han sido sus partidarios que han huído de la política (…) Hasta qué punto los partidos de masas autoritaria y burocráticamente centralizados pueden seguir siendo todavía los órganos adecuados de la lucha de clases en este periodo».
«La clase dominante tuvo una conciencia mucho mejor y más exacta de la importancia del movimiento del 68. Había un peligro retardado y se dio prisa en echar agua a la pólvora. Bajo la presión de una represión reforzada en los Estados Unidos, Francia y en la república federal el movimiento se desintegró, pero en la desintegración las ideas del movimiento se difundieron a otras capas de la población. Quedó constatado el colapso de la ética del trabajo que había imperado hasta entonces: «Ganarás el pan con el sudor de tu frente«.
El feminismo
«La erotización de las relaciones laborales, de las relaciones sociales en general, es impensable en nuestra sociedad. Si se plantease esa alta meta, la emancipación de la mujer, el movimiento de las mujeres. Marcuse reclama una feminización de las relaciones sociales, en la configuración de la vida, del rechazo a tanta agresión, crueldad, rendimiento como vía emancipatoria. «la mujer está cada vez más en el mundo de la producción. A la vista de esta evolución (y de otras)¿podemos mantener todavía esa existencia resistencial?» Marcuse responde que sí aunque deja la duda: «¿En la medida en que la mujer está integrada y uncida al proceso productivo, sus cualidades femeninas desaparecen, se reducen, quedan eliminadas?» Si no hay un más allá que la equiparación de derechos que en su trasverso es una equiparación de esclavitudes, «entonces hay algo que no marcha».
La erotización que reclamaba Marcuse hace 50 años, puede que esté sobre representada en casi todos los ámbitos de nuestra vida y especialmente en el medio productivo. Este funciona hoy con co-working, human coaching, retiros de productividad o incluso espacios para el relax en las propias factorías hig tech. La erotización impregna desde el marketing de consumo, al márketing político.
Filosofía Radical.Conversaciones con Marcuse acerca al filósofo a nuestra época y lugar. Aunque en la facultad de ciencias sociales y de la comunicación donde estudié hace más de veinte años se hablaba tangencialmente de la escuela de Frankfurt, fue a posteriori cuando me encontré con Marcuse. Su lectura alumbra hoy una vívida vigencia y ciertos «desfases» de sus deseos de emancipación, lejos de dejar anticuado su análisis confirman la tesis de la unidimensión individual y colectiva de nuestros días.
«Bajo el gobierno de una totalidad represiva, la libertad se puede convertir en un poderoso instrumento de dominación».
«La dominación tiene su propia estética y la dominación democrática tiene su estética democrática».
«Cuanto más importante el intelectual, más compasivo será con los gobernantes».
«Sólo gracias a aquellos sin esperanza nos es dada la esperanza».
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