El día previo al 23 de Febrero tuvo lugar en Madrid una Marea Naranja. La gente indignada se reunió ese sábado para protestar ante el ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad situado junto al Palace. Corearon principalmente que “los servicios sociales no se venden, se defienden”. Exigían más ayuda pública, a la vez que denunciaban el desmantelamiento de los servicios sociales en tiempos de crisis. Precisamente, cuando más se necesitan.
En la misma fecha y coincidiendo con que febrero marca el fin de la temporada de caza, otra manifestación mostró la indignación que todavía provoca la utilización de galgos, podencos y otras razas caninas para cazar. Aseguraban que se trata del último vestigio de tal forma de maltrato animal en Europa. El relumbrón de algunas de los asistentas, capitaneadas entre otras por la escritora Rosa Montero y la actriz Lluvia Rojo, con el humorista Millán Salcedo para completando el trio, lograron convertir en noticia a los escasos asistentes.
Con aire un tanto festivo en la ciudad de Valencia, en Castellón y otros lugares no reflejados en la prensa, la gente salió a la calle ese mismo sábado en distendidas manifestaciones para denunciar la indignación que produce el fracking. Aprovecharon para difundir las consecuencias medioambientales que esta forma de extracción provoca para nuestro planeta.
En Pamplona al grito de “Que devuelvan lo robado” alrededor de 35.000 personas, según los organizadores, configuraron la marea que salió el sábado a la tarde a las calles para mostrar hasta qué grado llega la indignación general contra sus políticos robones. Pedían dimisiones a gogó de corruptos y corruptas. El valor estratégico asignado por el estado al Viejo Reyno, les sirve como coartada para no dimitir y ni tan siquiera convocar elecciones. La irritación popular navarra va en continuo aumento al comprobar con qué argumento tan simple se atornillan los corruptos a sus poltronas.
Sobre este mar de indignación callejera, el portavoz de guardia del partido en el poder, y casualmente uno de los políticos señalados por el dedo de la corrupción, exaltaba alegría. La hasta ese momento denostada agencia de calificación Moody´s Corporation, recalificaba los bonos del endeudado Reino de España de Baa3 a Baa2. Dos puntos por encima del bono basura. No importaba que Moody´s Corporation avalara esa nimia mejora de la nota en la introducción de una indignante reforma laboral que elimina los derechos de los trabajadores. Tampoco importó que para conseguir pasar a la nueva categoría de casi basura, el gobierno del PP se viera en la necesidad de sacar dinero de los bolsillos de los pensionistas y elevar la jubilación a los 67 años. Con sus inoportunas declaraciones, el popular Carlos Floriano añadía el contrapunto que la marea de indignación necesitaba.
El día siguiente amaneció soleado en Madrid. Era domingo. Un año más un nuevo 23F en el que la prensa continua con la tradición de añadir suposiciones al Tejerazo. Diríase que con tanta readecuación del relato del 23F, esta fecha se parece cada vez más al 28 de diciembre. Desde la inicial venta de la “consolidación de la democracia” y la “importante figura del rey” de los primeros años, se está derivando hacia la sospecha de la “implicación del Borbón” o la chapuza nacional en la que se llegó a instruir a la tropa para que disparara contra los linotipistas “si fuera necesario” a fin de parar las rotativas. 33 años después, cada vez se hace más evidente que aquello no pasó de una asonada llevada a cabo por una panda de milicos decimonónicos concluida cual mediocre sainete que dejó en evidencia a la casta militar.
A las 12 del mediodía del domingo 23F de 2014 estaba convocada una manifestación desde la Plaza Sol hasta el Palace Hotel. En realidad hasta las Cortes, pero todo el mundo sabía que no se pasaría de la Plaza de Neptuno. A estos indignados se les convocaba como Marea Ciudadana. Las redes quemaron cartuchos apelando a unirse en tan simbólica fecha.
La presencia de los expulsados trabajadores de la embotelladora de Coca Cola le da a la manifestación un aire de Marea Roja agregándole algo de la chispa de vida. Por la identificación cromática, la profusión de camisetas rojas portadas por los trabajadores de Coca Cola, dan a la protesta un aire de Comisiones Obreras. Por su machacona repetición, el boicot a la referida gaseosa oscura parece constituir el principal lema de la marcha. Desde las alturas el helicóptero policial vigila la Marea Ciudadana.
Solo las banderas preconstitucionales, es decir las banderas republicanas ondean indignadas al viento. A excepción de un pequeño grupo de jóvenes que reivindica la Goma2, esta marea la conforman mayormente veteranos luchadores, reivindicando con cansina voz ideales perdidos. Ellos mayormente con pelo cano o calva, ellas con raíces recién teñidas. Verlos detrás de la pancarta de “no pasarán” evoca más un paseo dominical colectivo compartiendo el tibio sol de invierno y desempolvando pasadas reivindicaciones, que la pujanza juvenil nacida en la Plaza Sol un no muy lejano mes de mayo.
Un bien organizado luchador pasea un gran collage de acera a acera, conformado por recortes y eslóganes de la humillación reciente. Micrófono al cuello denuncia el grado de sumisión al que está llegando la población. Su discurso lo agradece la audiencia cual agua sobre secano.
Poco ruido para tanto chorizo. Limitada asistencia que toca meta frente al Starbucks Café de los bajos del Palace Hotel. En la plaza un rudimentario templete en el que esperan con petos rojos los de la Comisión del Respeto, que no son otros que los empleados despedidos de Coca Cola. Hasta ayer ejemplares trabajadores, hoy sorprendidos por el apoyo recibido de colectivos que cuando cobraban regularmente su sueldo, despreciaban.
Pocos policías y sin equipo antidisturbios protegen los últimos doscientos metros hasta las Cortes. Poco esfuerzo para tan poco peligro. Los periodistas que esperaron largamente para grabar algo de acción con la que llenar sus noticieros, se van defraudados. Ni tan siquiera un pequeño altercado frente a las vallas colocadas para cerrar la Carrera de San Jerónimo. Coca Cola es un importante anunciante, por lo que los medios de comunicación obran como si los empleados de la embotelladora no estuvieran en la marcha.
Los discursos abundan en conceptos ya gastados. El capitalismo, la necesidad de que alguien cree trabajo bien remunerado para todas y todos, y llamadas a la unidad de acción para que los del gobierno nos teman. Nada nuevo. Caducas recetas para enfrentar problemas de nuevo cuño. Limitada capacidad de respuesta para canalizar la indignación que el fin de semana del 23F salió a las calles en muchas ciudades.
Después de ver esto va a ser difícil explicar a los europeos que en un estado con un 26% de desempleo, centenares de miles de personas que en 2014 perderán los últimos subsidios, corrupción generalizada desde el monarca hasta abajo, robo de derechos laborales y ciudadanos, hambre y empobrecimiento general, todavía no exista un movimiento lo suficientemente estructurado como para movilizar a la indignada población y por el momento solo salgan a la calle a protestar los de siempre.