Entrada de El Corte Inglés.
Mientras permanezco erguida en las escaleras mecánicas, en posición de transposición de una planta a otra de El Corte Inglés, una voz se dirige al corazón de mis neuronas
– Recuerde mantener la distancia de seguridad para hacer más segura su experiencia de compra.
Mi experiencia tiene la densidad de esa voz sedosa que sale por los altavoces. Mi experiencia cobra el color algodonado de los focos y se adapta como una gata en su canasta a la temperatura de su luz. Mi experiencia se ha desatendido de los hechos y las decisiones: de qué material estaba hecho esa blusa luminosa; aquellas botas de invierno de cuero clarividente; cuántas calorías tenían las galletas de mantequilla creo que danesas. Mi experiencia son mis sentimientos, transportados una y otra en la escalera mecánica, corriendo de pasillo en pasillo de cada planta, retozando en cada balda recién orientada en el ángulo más indescifrable. Los sentimientos son el acto reflejo de mí misma.
Pero cuando cruzo la acera y al pasar por un cartel medio descolorido
– Experimenta la democracia. Vota por ti.
Me estremezco. Mis sentimientos otra vez. Alguien besa mis labios. Son los labios de un bebé. Alguien le ha golpeado. Sus labios me saben a sangre. Todo mi ser es una erupción de ira. Sin momento concreto. Mi yo es un continuo que trata de desollar esa violencia. Agito mis brazos tratando de mecer en mis manos el bebé en cada segundo y salvarlo de sus predadores. Están en cada titular de periódico, enmascarados en las secuencias de televisión. Y ahora que lo pienso quizá en algunas de las marcas que he revisado horas antes en las baldas y pasillos del centro comercial.
Las fronteras son diáfanas entre mi yo sintiendo el presente y mi otra yo arañando el miedo que aún sale de mi pasado. Entre la que grita y elige gritando cada segundo con ese labio partido del bebé en mis labios acartonados y la mujer que racionaliza su presente, no hay distancia. Una ha devorado la carne y las vísceras sentimentales de la otra. Todo es incognoscible y el ahora es una multitud de altares con el cáliz vertido de las conspiraciones divinas. Todo es sentimiento hirviendo con sal gruesa la tierra ya infértil de las llanuras de los hechos y la información.
El autobús 3115 se ha quedado parado en la intersección de la Avenida de Montevideo con la calle Autonomía. Un camión de transportes se ha empotrado contra un vehículo. Una mujer asoma con el cuerpo seccionado en los entresijos metálicos retorcidos, como durmiendo. En el asiento de atrás un bebé con los labios ensangrentados expira alzando sus bracitos al cielo.