La sandía fresca que me estoy comiendo es posible que la sacara de la tierra ardiente de Murcia Eleazar Benjamín Blandón Herrera. Pero no lo sé. Las certezas son virutas de realidad que se juntan solo cuando sopla el viento de la impertinencia y entonces se rompe el silencio. Los hechos son que unos desconocidos para mí, pero no para Eleazar Benjamín Blandón Herrera, lo tiraron de una furgoneta frente a las puertas de urgencias del hospital en la localidad murciana de Lorca. Al de poco, Eleazar Benjamín fallecía a causa de la extenuación a la que puede llegar un hombre con la fortaleza de 42 años de vida. La única persona que llora su muerte es su mujer a 4.525 kilómetros, en el municipio nicaragüense de Jinotega y el niño que no conoció a su padre.
Eleazar Benjamín Blandón Herrera se hizo pocas horas de morir una fotografía en el lugar donde trabajando cayó exhausto. Había hecho esos 4.525 kilómetros en busca de un salario. Para acabar macabramente en un campo de trabajo del municipio de Puerto Lumbreras. Allí, a 45 grados de temperatura sin un lugar de sombra en sus once horas de jornada, en un lugar de nombre Lumbreras, este hombre dejó de ver la luz.
La fotografía colgada en Facebook que hizo Eleazar Benjamin, como todas, esconde por sus esquinas mensajes que la acompañan. Son como polillas del significado. Despiertan en crisálida en la mala conciencia cuando me estoy cenando horas después de la muerte de Eleazar Benjamín una sandía que quizá él levantó con sus manos cansadas días antes bajo el sol mortal.
Los datos son esos. Eleazar Benjamin y yo, o Eleazar Benjamín y tú. Mi postre y el tuyo y el del un país que busca la cegadora luz para tumbarse en otro sol diferente al que quedó tendido Eleazar Benjamin, un sol de salario holgado. De mientras se habla que la gente con síntomas de virus puedan presentarse en hospitales como el de la localidad de Lorca para hacerse la prueba del coronavirus.