Te sigo queriendo, pensé. Miro la cara de tonto que tienes con esa estúpida barba a franjas, y pienso que eres el hombre más guapo que he conocido. Todavía te encuentro interesante, aunque en este momento seas tan aburrido como el programa de Martin Agronsky. Pero algún día se acabará todo eso. Y entre tanto voy aguantando. No soy ninguna belleza, voy entrando en años, tengo el dinero suficiente para vivir sesenta días, me aborrece estar sola, y no soporto la idea del divorcio. Pero moriría antes de quedarme aquí sentada pensando qué hacer para que vuelvas a quererme, antes moriría que pasar otros cinco minutos registrando tus cajones, sin saber dónde estarás, figurándome la próxima traición y preguntándome si mi pobre cuerpo maduro y marchito, con cicatrices de cesáreas, volverá a excitarte de nuevo alguna vez. No puedo compadecerme de mi misma, no aguanto sentirme como una víctima. No soporto empezar sin esperanza. No puedo quedarme aquí sentada con toda esta rabia que me hace sufrir y llorar.
Esta es Nora Ephron y este retazo es de su primera y magistral novela Se acabó el pastel (Anagrama) escrita en 1983. Desternillante obra, muy superior a Woody Allen e incluso a Groucho Marx, juntos, Ephron esconde en una comedia de difícil altura literaria, las más oscuras y trágicas consecuencias que en una persona, en este caso en una mujer entregada, pueden causar la traición y la crueldad emocional, el desamparo, la fragilidad del sueño ceniciento de esposa liberal con esposo romántico. El rol de ama de casa y madre entran en una implosión de vaciedad. Todo para lo que habías sido preparada, salta hacia un campo gravitatorio absolutamente cruel. Tienes un niño de pocos años; estás embarazada de siete meses; tu marido tiene una relación con otra persona desde hace meses. Y como la ama, te abandona. Pero quiere que no le abandones tú a él.
Mi madre me regaló un juego de mantas de matrimonio tres años antes de que conociera al hombre que fue mi primer marido. Su hija, que en este caso era yo, debía estar preparada para ese momento. Las mantas eran una especie de stock options desde aquel día, para cuando me casara. Daba igual con quién. Para qué. Yo debía casarme. Esas mantas representaban la peregrinación de los israelitas en el desierto. Yo era ese pueblo errante y su destino era el matrimonio. Mis escarceos sexuales y amorosos, que no pasaban de ser píos la mayor de las veces, no eran una laica concesión que mis padres toleraban esperando mi preparación última para el matrimonio.
Nora Ephron está de moda en la actualidad editorial. En español se han editado cuatro de sus obras. Hay más material que sospecho las editoriales que ahora la publican no se van a atrever a publicar: sus fracasos. Aunque alguno de ellos sea, en sus propias palabras – y hay que fiarse de su palabra – de alta calidad. Me refiero a alguno de sus guiones de teatro. Hasta tal atrevimiento no espero que lleguemos.
De cuantos libros están en las baldas de las librerías, yo destacaría las dos obras que ha publicado Anagrama: Se acabó el pastel y Ensalada loca. Ambas son anti cronológicas y ese salto de tiempo entre ellas ayuda a explicar a la autora como su mejor personaje, pero reflejo de otro personaje mayor, las mujeres de la generación del 50 del siglo XX. El por qué siendo de joven feminista y en camino de lo que llamamos ahora empoderamiento (1975) – Ensalada loca –, pasa a caer en las redes de la idealización del matrimonio como rol de la mujer moderna – Se acabó el pastel, 1983 – es de lo que tratan ambos libros. Aunque el segundo se publicó primero y conviene leerlo antes que el primero.
¿Por qué leer a Nora Ephron? Porque es una escritora con voz propia, con un humor y una destreza literaria sin igual, y porque desentraña con una habilidad asombrosa la capa de atosigantes abrigos y roles que la mujer contemporánea ha de vestir. Habrá quien aduzca que Ephron mira el mundo desde su posición de mujer perteneciente a la inteligentsia de la burguesía urbana norteamericana. Si, es cierto. Pero su feminismo está desprovisto de los tótems ideológicos y retóricos que entorpecieron el movimiento de la liberación de la mujer ya en los años 70. Y porque consigue vencerlos a base de mucho dolor, pero sobre todo mucho humor esparcido como sal diaria sobre ese dolor. Me refiero especialmente a la victimización feminista que lejos de convertirnos en sujetos nos disminuye hasta hacernos encajar en el molde de la constante sobreprotección por nuestra inmanente debilidad. En la cita que encabeza este texto y que forma parte de Se acabó el pastel, la protagonista gira como un tiovivo sobre lo que para ella es el fracaso más espantoso, el divorcio, la pérdida de su atractivo femenino, y la necesidad de volver, o recuperar a un marido que no ha parado de hacerla daño.
El rumbo hacia la superación toma en un primer momento un cariz de imposible supervivencia. En la balanza pesa más la debilidad de la mujer que la autosuficiente huida del hombre – una reflexión interior: al igual que la protagonista de Nora Ephron, me pregunto si el 100% de mis parejas no han sido también hombres ausentes –. Pero la brújula que orienta el camino de la liberación para Nora Ephron es el humor. Adopta la forma de novela, pero es una herramienta que lima los violentos dientes de sierra de lo cotidiano, reduce el traje de lo injusto hasta dejarlo en su absurda desnudez, e inocula la adrenalina vigorosa para valorarse como mujer.
En el resto de títulos que se publican de Nora Ephron, ambos en la editorial Libros del Asteroide (No me gusta mi cuello y No me acuerdo de nada), la autora repite los temas tratados en su primera novela y en la colección de ensayos. Bajo la apariencia de un retablo autobiográfico, expone algunas de sus reflexiones centrales: los roles que mujeres y hombres reciben asignados unas veces, los que interiorizan bajo una apariencia de valor significante otras , y los que aceptamos a regañadientes pretendiendo desembarazarnos de ellos más adelante y que acaban timonando nuestra vida interior.
En estos tiempos en los que enmascarado de reivindicación feminista se cuela mucha sensiblera de best seller al uso, la obra de Nora Ephron alcanza el objetivo de la literatura, hablarnos del yo y su contexto para hacernos mejores y más libres, lejos de la doctrina y los decálogos moral paternalistas.