El secuestro y asesinato de tres jóvenes israelíes ha proporcionado a Benjamin Netanyahu el pretexto ideal para intervenir de nuevo en Gaza. De momento, la Operación Margen Defensivo (en hebreo, Tsuq Eitan, que significa Precipicio Sólido) ha causado la muerte a 165 palestinos y graves heridas en algo más de un millar. Las cifras no cesan de aumentar y crecerán en las próximas semanas. Entre los fallecidos, hay 30 niños, 17 mujeres y 12 ancianos. La mitad de los heridos son niños (221) y mujeres (225). Entre las víctimas de la barbarie yo incluiría a Mohamed Abu Kher, un adolescente de 16 años al que el pasado 2 de julio unos extremistas judíos quemaron vivo en un bosque de Jerusalén. Con insuperable cinismo, Netanyahu ha responsabilizado a Hamás de las víctimas inocentes, acusando a la organización islámica de utilizar a los civiles como escudos humanos. Es el pretexto habitual de las guerras de agresión para justificar su violencia sobre poblaciones indefensas. Hitler afirmó que la Operación Barbarroja, lanzada el 22 de junio de 1941, era una maniobra preventiva para salvar a Europa de una invasión inminente de la Unión Soviética. En la última década, Israel ha asesinado a 2.000 palestinos en operaciones preventivas, mientras continuaba con su política de expansión en Cisjordania y Jerusalén, y sometía a la Franja de Gaza a inhumanas restricciones para convertir la zona en un lugar inhabitable. Desde el triunfo de Hamás en las elecciones de 2006, Israel ha mantenido un bloqueo intermitente que afecta a mercancías, alimentos, materias primas, carburantes, medicamentos, suministros de electricidad, agua y material de construcción. Esta política incluye cortes de energía que han dañado el funcionamiento de hospitales e infraestructuras de saneamiento. Las restricciones alimenticias explican que cerca del 33% de los niños y niñas de Gaza sufran malnutrición crónica. Israel explota la Shoah como pretexto para su política de genocidio y limpieza étnica en Gaza y Cisjordania. Por desgracia, esa forma de proceder está reavivando la llama del antisemitismo. Sin el apoyo de Estados Unidos, Israel sería un Estado paria.
OPERACIÓN MARGEN DEFENSIVO
“En las últimas 36 hora horas hemos destruido más de lo que destruimos en toda la Operación Pilar Defensivo”, han declarado las Fuerzas de Defensa de Israel (Tsahal), alardeando de su eficacia. Sin embargo, no se puede hablar de guerra en un sentido convencional, pues el potencial militar de los palestinos es irrisorio. Los 250 cohetes lanzados desde Gaza en los últimos días por las Brigadas Azedín al Kasam solo han provocado heridas por esquirlas, si bien es cierto que su capacidad se ha incrementando, alcanzando el norte de Israel. Según el ejército israelí, algunos proyectiles se han quedado a 40 kilómetros de Haifa y otros han impactado en Jerusalén y cerca de las instalaciones nucleares de Dimona. Las sirenas antiaéreas han sonado en Tel Aviv, pero gracias al sistema defensivo Cúpula de Hierro se han neutralizado los cohetes. Se considera a Hamás una organización terrorista, pero la violencia es inevitable cuando 1’8 millones de palestinos viven en 360 kilómetros cuadrados, soportando un paro que supera el 65% y una pobreza que afecta al 90% de la población. Desde la victoria electoral de Hamás, la Franja de Gaza se ha convertido en una gigantesca cárcel al aire libre, que evoca los guetos judíos en las ciudades europeas ocupadas por la Alemania nazi. El historiador, escritor y profesor jubilado israelí Avner Cohen aseguró en un reportaje publicado por The Wall Street Journal el 24 de enero de 2009 que Israel financió a Hamás en sus inicios, pues consideró que era buena alternativa para debilitar a la OLP. No es posible corroborar las revelaciones de Avner Cohen o las hipótesis del profesor e historiador judío Zeev Sternell, que ha aventurado operaciones parecidas, pero muchos indicios apuntan que se repitió la historia de los muyahidines armados y entrenados por Estados Unidos para combatir a la Unión Soviética en Afganistán o del Inkatha Freedom Party, el partido zulú que obtuvo ayuda militar del gobierno racista de Sudáfrica para luchar contra su viejo rival, el Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela. Netanyahu ha movilizado a 40.000 reservistas, que podrían combatir con las tropas ya desplegadas. No descarta la invasión de Gaza. Mientras tanto, el portavoz de las Brigadas de Azedín al Kasam ha manifestado unas condiciones para el alto el fuego que no parecen irracionales ni desorbitadas: “Pedimos el fin de la agresión en Jerusalén y Cisjordania, el fin de la agresión contra la Franja de Gaza, la liberación de los prisioneros del intercambio por [el soldado Gilad] Shalit que han vuelto a ser detenidos, y el compromiso con todos los términos del alto el fuego alcanzado en 2012 tras la operación Pilar Defensivo”. Mahmud Abbas ha tardado en reaccionar, pero al final se ha expresado con contundencia: “Es un genocidio, matar a familias enteras es un genocidio perpetrado por Israel contra nuestro pueblo”. Netanyahu, un político sin escrúpulos y salpicado por la sombra de la corrupción, había mantenido recientemente un pulso con su ministro de Relaciones Exteriores, el ultra Avigdor Lieberman, otro político enredado en tramas de corrupción que se ha mostrado partidario de bombardear con armas nucleares Teherán, la presa de Aswan y Beirut. Lieberman reivindica que los árabes asentados en Israel pierdan su derecho de ciudadanía y considera que el problema palestino se resolvería bombardeando los centros comerciales, bancos y gasolineras de Cisjordania y Gaza: “No dejar piedra sobre piedra… destruir todo”. Lieberman es el líder del partido Israel Beitenu (Nuestra Casa Israel) que gobierna con el Likud y nunca ha ocultado su descontento con la política excesivamente indulgente de Netanyahu, incapaz de tratar a los palestinos con la necesaria mano dura. Netanyahu, maestro de la intriga política, intenta asegurar su mayoría en la Knéset con una demostración de fuerza, sin importarle que las bombas no discriminen entre civiles y combatientes. El asesinato de Gilad Shaar, Neftalí Fraenkel y Eyal Yifrah (los tres jóvenes israelíes con edades comprendidas entre los 16 y los 19 años que aparecieron tiroteados después de ser secuestrados mientras realizaban autostop en la Cisjordania ocupada), se ha convertido en una baza política de primer orden.
Netanyahu no ha querido perder la oportunidad de mostrar a la sociedad israelí su determinación a la hora de adoptar cruentas represalias. Además, necesitaba neutralizar la reconciliación de Hamás con Al Fatah, que el pasado junio cumplieron la promesa de componer un gobierno de unidad, después de reconciliarse meses atrás, superando la disputas que entre 2006 y 2007 desembocaron en un enfrentamiento armado, con un coste de 600 vidas. La OLP aceptó la integración de Hamás en la coalición y se acordó convocar elecciones legislativas conjuntas en la Franja de Gaza y Cisjordania. Los 17 ministros del Gobierno de acuerdo nacional juraron sus cargos en la Mukata de Ramala, con la presencia de Mahmud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y líder de Al Fatah. Abbas, también conocido por su apodo Abu Mazen, manifestó: “Es el fin de la escisión del pueblo palestino que ha hecho un daño catastrófico a nuestros objetivos”. Al mismo tiempo, anunció que se celebrarían elecciones a principios de 2015 y que se respetarían los acuerdos firmados con Israel. Ismail Haniyah, líder de Hamás, celebró la “histórica unidad palestina”, pero se negó a cambiar su política: “Nunca reconoceremos a Israel. El nuevo Gobierno de reconciliación no provocará la renuncia a la lucha armada”. Se ha dicho que Hamás pactó porque había perdido el apoyo de Egipto, después del golpe militar que acabó con el gobierno islamista de Mohamed Morsi, ingeniero y líder del Partido Libertad y Justicia fundado por los Hermanos Musulmanes. Morsi fue el primer presidente elegido democráticamente en la historia de Egipto, pero el 3 de julio de 2013 el general Abdelfatah Al-Sisi, comandante en jefe del Ejército desde la Revolución de 2011 y Ministro de Defensa, le derrocó e inició una escalada represiva que incluyó varias masacres (casi 600 manifestantes abatidos por las fuerzas antidisturbios) y macro-juicios que hasta ahora se han saldado con dos sentencias históricas. El mismo juez ha dictado 529 sentencias de muerte en un proceso y 683 en otro, incumpliendo todas las garantías legales. En Oriente Medio, ningún tribunal había actuado con tanta dureza. Morsi se encuentra en Borg El Arab, una prisión de alta seguridad en mitad del desierto, acumulando cargos por su actitud desafiante contra la justicia y el gobierno militar. Después del encarcelamiento de Morsi, las nuevas autoridades destruyeron la mayoría de los túneles de contrabando entre el Sinaí y Gaza, lo cual debilitó a Hamás y forzó las negociaciones con Al Fatah. Cuando se produjo la reconciliación entre las dos fuerzas palestinas, Netanyahu declaró: “Hoy, Abu Mazen ha dicho sí al terror y no a la paz. Es la continuación de su política de rechazo a la paz”.
LA NAKBA
No está de más recordar que el Estado de Israel se construyó sobre una operación de limpieza étnica apenas conocida y que se ha excluido de los libros de texto de los niños y niñas israelíes por decisión gubernamental. Para el pueblo palestino, la presunta guerra de independencia de 1948 constituyó una catástrofe, que representó la expulsión de sus hogares de algo más de 700.000 personas. Esta tragedia se denomina Nakba y constituye un crimen contra la humanidad. El 10 de marzo de 1948 un grupo de once hombres (viejos líderes sionistas y jóvenes oficiales de la Haganá o el Irgún) se reunieron a primera hora de la mañana en la desaparecida “Casa Roja” de Tel Aviv para organizar la expulsión sistemática de la población palestina de amplias áreas del futuro Estado de Israel, que se crearía el 14 de mayo de ese mismo año. Por la tarde, se enviaron las órdenes a las diferentes unidades militares, detallando los métodos que permitirían cumplir el objetivo fijado: asedio y bombardeo de las aldeas palestinas, expulsión de la población civil, incendio y demolición de las casas particulares, propiedades, bienes y comercios, colocación de minas entre los escombros para evitar el regreso de sus habitantes. Se tardó seis meses en completar la misión. El balance es desolador: 711.000 palestinos expulsados de sus hogares, 531 aldeas destruidas, once barrios urbanos despejados de árabes, al menos 24 masacres, que incluyeron violaciones, torturas y fusilamientos en masa. Según la Cruz Roja Internacional, la masacre de Deir Yassin le costó la vida a 254 civiles, casi todos ancianos, mujeres y niños. Sucedió algo semejante en al-Damaymah, con un centenar de víctimas. Los pueblos de Eilaboun, Saliha, y Farradiya enarbolaron banderas blancas, pero las milicias judías penetraron en el interior, violando a las mujeres y fusilando a los hombres en edad militar, basándose en que cualquier niño o anciano capaz de sostener un arma podía ser un combatiente. No se trata de excesos cometidos al calor de una guerra colonial, sino órdenes directas de David Ben-Gurión, que sería Primer Ministro de Israel entre 1948 y 1954. En un informe elaborado en 1949 por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel, se valoró el problema de los refugiados palestinos en términos puramente darwinistas, que recuerdan los planteamientos de los nazis para justificar el exterminio de judíos, gitanos, eslavos y presuntos asociales: “Los más aptos y flexibles sobrevivirán de acuerdo con el proceso de selección natural. El resto simplemente morirán. Algunos persistirán, pero la mayoría se convertirán en basura humana, la escoria de la tierra y se hundirán en los niveles más bajos del mundo árabe” (Archivos del Estado de Israel, Ministerio de Asuntos Exteriores, nº 2444/19). Años más tarde, Menájem Beguín, Primer Ministro entre 1977 y 1983, declaró: “No hubiera existido el Estado de Israel sin Deir Yassin”. No es un comentario sorprendente en los labios del antiguo líder del Irgún y el máximo responsable del atentado contra el Hotel Rey David, que causó la muerte de 91 personas -17 judíos- el 22 de julio de 1946. El objetivo era destruir los documentos incautados por los ingleses, después de invadir la Agencia Judía y, de paso, destruir el cuartel general del ejército y el gobierno civil británicos.
La Nakba solo fue la continuación de las campañas de hostigamiento de las milicias sionistas contra la población palestina durante los últimos años del mandato británico. Antes del 15 de mayo, 250.000 árabes abandonaron su lugar de residencia, huyendo de los atentados y los actos de sabotaje, que incluyeron el envenenamiento de los suministros de agua con tifus. El millón y medio de palestinos que actualmente gozan de ciudadanía israelí representan casi el 20% de la población y, dada la baja tasa de natalidad de los judíos y el alto número de nacimientos en las familias árabes, esa cifra podría subir hasta un 25% en 2025. Esa perspectiva despierta miedo y rechazo entre los judíos. Cerca del 70%, desearía su traslado forzoso a Jordania, Siria, Gaza o Cisjordania. Conviene recordar que los judíos sufrieron varios pogromos cuando los ingleses aún gobernaban Palestina. Los disturbios de Jaffa, la matanza de Hebrón, la masacre de Safed o la masacre de Tiberíades acontecieron entre 1920 y 1939, costando la vida a más de 400 judíos, casi siempre ancianos, mujeres y niños. Amin al-Husayni, Gran Muftí de Jerusalén, instigó el odio hacia los judíos y promovió las matanzas. El Gran Muftí se entrevistó con Hitler en noviembre de 1941, pidiéndole que bombardeara Tel Aviv y exterminara a los judíos del norte de África que en ese momento se hallaban bajo la autoridad de la Francia de Vichy y la Italia fascista. Al-Husayni fue uno de los arquitectos del Holocausto, pues durante su estancia en Berlín sugirió que el genocidio se organizara de una forma sistemática y masiva. Además, aconsejó que fueran asesinados los 400.000 judíos alemanes que el Tercer Reich había previsto deportar a Palestina. Su recomendación tuvo éxito. Los judíos alemanes acabaron sus días en campos de exterminio, sin llegar a pisar Eretz Israel.
UN ESTADO BINACIONAL, LAICO Y DEMOCRÁTICO
¿Cómo resolver el actual conflicto entre judíos y palestinos? En primer lugar, quiero dejar muy claro que repudió las tesis racistas y antisemitas. La Carta Fundacional de Hamás (18 de agosto de 1998) afirma en su Preámbulo: “Israel existiría, y continuará existiendo, hasta que el Islam lo destruya, de la misma manera que destruyó a otros en el pasado”. Más adelante, leemos: “El Día del Juicio no llegará hasta que los musulmanes no luchen contra los judíos y les den muerte”. Mahmud Ahmadineyad, Presidente de la República Islámica de Irán entre 2005 y 2013, ha repetido varias veces la frase del ayatolá Jomeini: “El Estado de Israel debe ser borrado del mapa”. Después de sufrir persecuciones y matanzas durante siglos, es comprensible que el pueblo judío reivindicara el derecho a constituirse como nación en un estado libre y soberano. A estas alturas, apostar por la destrucción de Israel es una aberración moral, pues condenaría a seis millones de judíos a vivir como parias, expuestos a soportar nuevas masacres. En segundo lugar, considero que la Shoah no puede convertirse en el pretexto para continuar con las políticas de limpieza étnica en Cisjordania y genocidio progresivo en la Franja de Gaza. Acusar de antisemitismo a los que denuncian al Estado de Israel por sus crímenes contra el pueblo palestino, constituye un acto de cinismo que solo contribuye a alimentar los prejuicios antisemitas. El victimismo del Estado de Israel solo es una obscena forma de manipulación, que no logra ocultar el carácter racista y militarista de una sociedad cada vez más intolerante y con escasa capacidad de autocrítica. Pienso que la única resolución ética y justa del conflicto ha sido formulada –entre otros- por el historiador Ilan Pappé y el activista Michel Warschawski, ambos israelíes. Israel no debería ser un Estado judío, sino un Estado binacional y laico que integrara con los mismos derechos a árabes y judíos en los territorios de la Palestina histórica. Warschawski afirma que es necesario abandonar el dogma de “un Estado, una cultura, un pueblo” para construir un “Estado plural, donde vayan de la mano una ciudadanía compartida y el reconocimiento de identidades colectivas diversas”. En ese proceso, la minoría árabe de Israel puede desempeñar un papel esencial: “El Estado sigue siendo un Estado judío, con prácticas y estructuras discriminatorias, pero la minoría palestina ha pasado de una situación de atomización e invisibilidad a ser una minoría nacional que reivindica la igualdad ciudadana en un país que pretende ser judío pero también democrático”. El director de cine israelí Haim Bresheeth también es partidario de un Estado binacional, laico y democrático. En su opinión, Cisjordania y la Franja de Gaza son auténticos bantustanes, semejantes a los de la Sudáfrica del apartheid. Bresheeth opina que sería necesario someter a Israel a un boicot económico y cultural para acabar con esta situación.
¿UNA OPERACIÓN DE BANDERA FALSA?
Hamás niega haber asesinado a los tres jóvenes israelíes secuestrados en la Cisjordania ocupada. Algunos apuntan que se trata de una Operación de Bandera Falsa. Es una hipótesis arriesgada, pero hay muchos cabos sueltos: ¿por qué unos adolescentes hacían autostop en la zona C de Cisjordania, un escenario de guerra con grandes riesgos? ¿cómo pudo producirse un secuestro en una zona altamente militarizada con múltiples controles del Tsahal y el Shin Bet? ¿por qué se subieron los jóvenes a un coche conducido por un palestino –según la versión oficial-, cuando está prohibido que los palestinos circulen por ese lugar?, ¿no es más probable que el conductor fuera judío? Las autoridades israelíes han informado que se utilizó un Hyundai, pero si es así, ¿no tendría que circular con matrícula israelí (de color plata, blanco y verde) y en ningún caso amarilla (el color asignado a los matrículas palestinas)? No es posible averiguarlo, pues el coche fue pasto de las llamas supuestamente para eliminar pruebas e indicios. Cuando Hamás ha realizado un secuestro, siempre ha exigido el canje de presos palestinos para liberar al rehén y, en las actuales circunstancias, una acción de este tipo solo contribuye a malograr una nueva etapa basada en un gobierno conjunto con Al Fatah. Solo un arrebato de locura puede explicar una iniciativa tan absurda y perjudicial. Díez días antes del secuestro, Tamir Pardo, jefe del Mossad, declaró al periódico israelí Haaretz: “¿Qué sucedería si –dentro de una semana- fuesen secuestrados tres jóvenes de 14 años en una de las colonias?” Esa predicción se cumplió con una exactitud inverosímil. ¿Simple casualidad? Una clarividencia tan asombrosa contrasta con las cinco horas que tardó en intervenir la policía israelí, después de recibir una presunta llamada de auxilio desde el interior del coche donde viajaban los adolescentes. En la grabación presentada por los militares, Gilald Shaar exclama a los pocos minutos de iniciar el trayecto: “Estoy secuestrado”. Las autoridades no atribuyeron credibilidad a la llamada y ni siquiera investigaron su procedencia, algo extraño cuando la ley establece severas sanciones para los mayores de doce años que realicen falsas llamadas a los servicios de seguridad. El desinterés inicial se convirtió poco después en una gigantesca movilización. Durante quince días, miles de soldados israelíes rastrearon la zona, pero los cadáveres solo habían sido semienterrados en una zona de terrazas agrícolas de la aldea de Beit Kahil, en el área de Khirbet Aranava, que se encuentra en la periferia norte de Hebrón. De inmediato, Netanyahu responsabilizó a Hamás y anunció un castigo ejemplar. El 18 de junio el diario gratuito Israel Today publicaba: “Responsables de Naciones Unidas y de las autoridades palestinas observan que Israel podría haber montado la historia de los tres jóvenes secuestrados por Hamás. […] No hay pruebas claras de que los tres colonos israelíes hayan sido secuestrados. Mientras más tiempo pasa van apareciendo más análisis que consideran que es otra operación de bandera falsa realizada por los israelíes. Eso recuerda la divisa del Mossad: ‘Haz la guerra engañando al enemigo’. Cuando analizamos los indicios disponibles podemos comprobar que el ‘secuestro’ proporciona a Israel una oportunidad para golpear brutalmente a los jefes y los civiles palestinos”. Algunos analistas han apuntado que “cada vez que el gobierno israelí se mete en un callejón sin salida [esta vez los desencuentros entre Netanyahu y Lieberman, la reconciliación de Hamás y Al Fatah y ciertos conflictos con la diplomacia estadounidense], sus enemigos acuden al rescate para sacarlo de dificultades” (Kevin Barrett, sitio web norteamericano Veterans Today). “Es una marca de fábrica: en cuanto Estados Unidos presiona a Israel para que abandone las colonias o detenga la construcción de nuevas colonias… estalla alguna bomba”. El diario suizo Zürcher Tagesanzeiger afirma: “…el secuestro de los tres jóvenes se produjo en el momento más propicio para Israel, según el experto en Oriente Medio Pascal de Crousaz. Y no aporta nada a Hamás”. Incluso la emisora de radio alemana Deutschlandfunk planteó una incómoda pregunta al embajador israelí: “No hay pruebas y es evidente que no existe ninguna pista clara… ¿y a pesar de eso ya se sabe que fue Hamás?”
Puede parece inverosímil que el Mossad organice un secuestro y asesine a tres jóvenes judíos o que tal vez todo se trate de un simple montaje, sin víctimas reales. En la Red Voltaire, Gerhard Wisnewski apunta: “Es posible que los servicios secretos israelíes se hayan limitado a montar un suceso mediático, o sea solamente una farsa sin víctimas. Varios testigos han considerado que la ceremonia fúnebre más parecía una simple puesta en escena dada la falta de lágrimas y que los ataúdes parecían estar vacíos” (11-06-04). Solo son teorías, pero algo marcha mal en Israel cuando Avraham Burg, ex presidente del parlamento israelí, protestó hace años contra las agresivas campañas militares de Ariel Sharon, afirmando: “Israel ha entrado en un proceso de decadencia moral. Un F-16 ataca un edificio en el que viven inocentes y los oficiales dicen que no les quita el sueño. Estamos carcomidos. Yo no puedo olvidar que en nuestro gobierno hay tres tipos de ministros. Unos quieren la guerra con Siria; otros, con el conjunto del mundo árabe, y los terceros, la guerra sin más”. Para los gobiernos, la guerra nunca es un problema cuando hay en juego intereses políticos o económicos. En Cisjordania, las colonias judías controlan las zonas más fértiles y los recursos hídricos, mientras los palestinos sobreviven a duras penas en tierras improductivas, cercados por carreteras que les aíslan e incomunican, pues la ley prohíbe que circulen por ellas. En las aguas de la Franja de Gaza se ha descubierto petróleo y yacimientos submarinos de gas. Los pescadores palestinos soportan restricciones que les impiden alejarse más de tres o seis millas, con el pretexto de que una distancia mayor facilitaría el tráfico de armas. El aeropuerto internacional que se inauguró en Gaza en 1998 se encuentra fuera de servicio desde septiembre de 2000, cuando el ejército israelí destruyó sus pistas de aterrizaje e instalaciones como castigo a la segunda Intifada. Está claro que Israel no escatima medios para forzar la emigración de los palestinos hacia otros países o mantenerlos en una situación de impotencia semejante a la de cualquier pueblo nativo confinado en una reserva. Si es necesario romper huevos para hacer esta tortilla, se asume el coste, como hizo Boris Yeltsin en 1999, cuando una serie de atentados contra edificios de apartamentos en las ciudades rusas de Buynaksk, Moscú y Volgodonsk causaron 307 muertos y 1.700 heridos. Se atribuyeron los atentados a la milicia islamista liderada por Ibn al-Khattab y Shamil Basáyev, pero ambos negaron toda responsabilidad en las explosiones, alegando que luchaban contra el ejército ruso y no contra mujeres y niños. Los atentados sirvieron de pretexto para iniciar la segunda guerra de Chechenia y facilitar el ascenso al poder de Vladimir Putin. De inmediato, surgieron las sospechas de que el FSB –sucesor del KGB- había organizado una operación de bandera falsa. El diputado Yuri Shchekochikhin presentó dos mociones para iniciar una investigación parlamentaria, pero la Duma rechazó la iniciativa. Una comisión pública independiente dirigida por el diputado Serguéi Kovaliov interpeló al gobierno, pero éste se negó a responder a sus preguntas. Dos miembros de la comisión –Sergei Yushenkov y Yuri Shchekochikhin- serían asesinados años más tarde, corriendo la misma suerte de Anna Politkóvskaya, asesinada el 7 de octubre de 2006 por denunciar las violaciones masivas de los derechos humanos en la guerra de Chechenia.
NO MATARÁS
Dos tercios de las víctimas de la Operación Margen Defensivo son civiles. Las bombas han alcanzado incluso a un centro para discapacitados del norte de la Franja de Gaza, matando a dos jóvenes e hiriendo de extrema gravedad a otros cinco. El goteo de víctimas inocentes continuará hasta que Israel decida que es suficiente. No se descarta una invasión terrestre, pero el Tsahal sabe que sufriría muchas bajas y una nueva ocupación solo podría mantenerse con una política represiva a gran escala. El pueblo judío necesita un hogar, pero el precio de este anhelo no puede ser la destrucción de otro pueblo. Es imposible mirar el futuro con esperanza, pero sin esperanza no hay futuro. En este caso, solo encuentro un poco de esperanza en una frase del filósofo judío Emmanuel Lévinas: “El rostro es lo que no se puede matar o, al menos, eso cuyo sentido consiste en decir: No matarás”. Si la sociedad israelí mira al rostro de los palestinos y descubre su humanidad, tal vez se atreva a exigir a su gobierno que deje de matarlos con bombas arrojadas desde cuatro mil metros de altura.