«La verdadera diferencia no está entre conservadores y revolucionarios, sino entre partidarios de la autoridad y partidarios de la libertad»
Para recuperar a George Orwell no es necesaria ninguna efeméride. Sin embargo llama la atención que en este año de 2020 en que se cumple el 70 aniversario de su muerte, solo se halla publicado un libro sobre el gran escritor. Norma editorial publica un cómic con la biografía del autor. Con guión de Pierre Christin e ilustrado por Sébastien Verdier, Orwell es un honesto compendio de la vida y el pensamiento de Orwell.
Decía Claude Roy que la verdadera división entre «derecha» e izquierda» reside en el privilegio que se otorgan o niegan los hombres de convertirse en «jefes». Orwell lo plasmó de manera soberbia en Rebelión en la granja. Simon Leys escribe que el estilo de Orwell es a la literatura un poco lo que el dibujo de línea a la pintura: su rigor, naturalidad y precisión son admirables, pero algunas veces se echa en falta una dimensión. George Orwell es un autor cada día más necesario. Las cuestiones políticas y morales que aborda en prácticamente todos sus ensayos periodísticos son sin duda entre nosotros tan actuales como hace 70 años. Solo tenemos que intercambiar los protagonistas coyuntareles de entonces y nuestra polarizada época postmoderna.
Los tres grandes temas del siglo XX fueron el imperialismo, el fascismo y el estalinismo. Sostener que dichas cuestiones solo tienen un interés histórico resultaría trivial. Hoy en nuestros días estas categorías tienen otras denominaciones pero siguen siendo las mismas. Al igual que en la época de Orwell los intelectuales de hoy se hayan comprometidos con cada una de esas estructuras de inhumanidad bien se llamen capitalismo, nuevas ideologías de derecha y de izquierda o la corrección política.
Lo que sorprende al leer los ensayos y artículos de Orwell es su clarividente independencia. Lo es cuando escribe sobre «la cuestión inglesa», los nacionalismos regionales y la integración europea. Cuando escribe sobre la importancia del lenguaje, anticipando la ola de conceptualismos posmodernos hoy vigentes o la burocratización política de los discursos. Orwell es independiente cuando reivindica una cultura popular. Esclarecedora es su preocupación por la verdad objetiva o verificable. Lo es cuando cuestiona lo que el progreso del colmillo de Bulldozer hace a los hábitats rurales o a los barrios urbanos donde al espíritu de comunidad le hacecha la nueva modernidad estética y urbana.
Orwell es un escritor político. «Lo que vi en España y lo que he visto desde entonces del funcionamiento de los partidos políticos de izquierda me ha provocado HORROR A LA POLÍTICA». Bernard Crick señala en la biografía que publicará ediciones del salmón que «si Orwell abogaba por la priorización de lo político sólo era a fín de mejorar la protección de los valores no políticos«. Cuando se aplicaba en plantar coles, en dar de comer a su cabra, en tomar una buena taza de té o en colocar estantes inestables con sus torpes manos, lo hacía por principios. Cuando escríbía en un diario de izquierda bienpensante y dedicaba provocadoramente un artículo a la pesca con caña o las costumbres del sapo común, quería recordar a sus lectores que lo corriente y aparentemente frívolo está muy por delante de lo político.
Fue en la guerra civil española donde Orwell descubrió la ferocidad de la política. Después de haber sido herido por una bala fascista, y apenas recuperado en la retaguardia, se vio acorralado por los estalinistas, más deseosos de aniquilar a sus aliados anarquistas que de defender la república. Desde entonces Orwell se planteó poner al descubierto la piel de melocotón del totalitarismo, bien de izquierdas como de derechas. En este punto, y por situarse en la izquierda más independiente, su mirada se dirige a desenmascarar la quinta columna totalitaria que había seducudo a la intelectualidad burguesa de izquierdas en Gran Bretaña.
Frente a la sed de poder del hombre político – o del partido – y del intelectual totalitario, Orwell opone la mentalidad del hombre corriente, que llama The common man o the ordinary people. Esta sería la gente indiferente al poder, que para existir ante sí misma, no necesita ejercer un dominio violento sobre sus semejantes. Los sentimientos humanos corrientes serían el amor, la amistad, la alegría de vivir, la risa, la curiosidad, el valor y la integridad. Estas definirían en la vida cotidiana la common decency, es decir, la practica de la ayuda mutua y la reciprocidad generosa que serían la condición indispensable para cualquier rebelión que aspire a ser justa.
Orwell no ha alcanzado la universalidad de otros artistas a los que si se les ha dispensado ese “sitio” como por ejemplo Kafka. Pero quizá ahí radique la fuerza principal de Orwell. Simon Leys en su imprescindible George Orwell o el horror a la política, editado por Acuarela&Machado, destacaba que “en la URSS, en China, en toda Europa del Este, los lectores clandestinos de Orwell no ha salido aún de su asombro por la sorprendente presciencia con la que éste consiguió hasta los más mínimos detalles de un fenómeno político que algunos de nuestros dirigentes ni siquiera han comenzado a comprender”. Vivir en un régimen totalitario es una experiencia orwelliana, pero vivir, a secas, es una experiencia kafkiana. Siendo la condición humana lo que es, Leys predice que en el siglo XXI y siguientes (en caso de que llegue a haberlos), se seguirá leyendo a Kafka, pero Orwell tendrá para nosotros una utilidad práctica más urgente e inmediata.
En múltiples aspectos de su filosofía, Orwell se acerca mucho a la sensibilidad anarquista. Sin embargo no fue un anarquista doctrinal o militante. En varias ocasiones se definió como un anarquista tory. Esta puede ser la mejor definición de su temperamento. El principal reproche de Orwell a las formas contemporáneas de anarquismo está más dirigido a su fascinación por la modernidad que a su proyecto de sociedad sin Estado.
La izquierda no mira a Orwell hoy en día sino para vengarse de él con la malidicencia de un falso colaboracionismo con el Foreign Office y la CIA (The Guardian, 1997, Le Monde Diplomatique, 2019 entre otros). La vieja izquierda no le perdonó sus errores y la nueva su acertada y aguda percepción del carácter totalitario desde una posición como socialista independiente. La derecha liberal, sin embargo, lleva un tiempo tratando de apropiárselo a su causa, releyéndolo pero con groseros saltos de página.
Cuando durante todo el siglo XX las ambiciones históricas de la izquierda (y más aún de la extrema izquierda) han podido volverse tan fácilmente contra los pueblos, cuando el “progresismo” y la “modernidad” se presentan como la verdad idealizada, quizá sea tiempo de abogar por un conservadurismo critico, pilar necesario para cualquier crítica radical de la modernidad y sus formas de vida sintética. Este fue, en todo caso, el mensaje de Orwell. A nosotros, dice Jean Claude Michéa, nos urge restituir a su idea de anarquismo conservador la dignidad filosófica que le corresponde en los diferentes combates de la nueva Resistencia.