Quienes habían sobrevivido hasta entonces al bombardeo escapaban en cualquir dirección y volaban por los aires o se quedaban quietos esperando que una bomba se llevase todos los problemas y el miedo y la mierda del fondo de sus pantalones : al observarlos, yo comprendí que no tendría el coraje de acabar con todo de una vez y constaté o supe por primera vez que yo era un cobarde, como el Soldado desconocido, como Wolkowski o como O´Brien y que esa era la razón por la que me encontraba aún matando y muriendo, perpelejo pero todavía vivo.
La heroicidad es un cliché que otorga el Estado al recluta; la responsabilidad cívica es otro que concede la administración a cada persona para convertirlo en buen contribuyente, cumplidor del civismo reglado, en fín, ciudadano. La persona es algo diferente, más digna: es cobarde. Cobarde frente a la barbarie guerrera del Estado, frente a la llamada Justicia y su castigo. El panfletillo incasificable de Patricio Pron «Nosotros caminiamos en sueños», es todo lo que no aparenta ser: un relato, en ejercicio literario, de la cobardía. Una bomba lanzada en la guerra de Las Malvinas entre Argentina y Gran Bretaña queda suspendida en el aire sobre la cabeza de los soldados argentinos. La suya es un guerra sin enemigo.
Obtendremos la victoria con el pecho de nuestros soldados, brama el plenipotenciario presidente.
«¡ La justicia es Carlos Marx tratando de violar a nuestra patria! ¿Quiere usted que Carlos Marx viole a nuestra patria? Que le hunda su pene mugriento? Mi amigo, la justicia en nuestro país consiste en tener las cárceles vacías»
Recogiendo el absurdo profundísimo de Valle Inclán, los hermanos Marx, Patricio Pron encubre con sus inocentes y dúctiles milicos de cañón:
«El Capitán Mayor había ordenado realizar una incursión en las líneas enemigas, pero un rato después y de forma independiente, el antiguo Principal Mayor que ahora era sólo Sargento Capitán había enviado a unos soldados a que colocass alambre de espino frente a nuestras trincheras; la mayor parte de los involucrados en la incursión habían muerto al regresar y encontrarse con las alambradas: algunos habían intentado cortarlas con las manos, otros habían tratado de superarlas por arriba, otros habían muerto tratando de excavar un túnel y algunos habían sido rematados por orden del Capitán Mayor porque sus gritos podían alertar al enemigo (…) ¡Vended cara vuestra derrota!, les había exigido el Capitán Mayor desde las trincheras, pero alguien le había respondido: «¿Quién va a comprar una derrota y además cara?»
Cierto es que Patricio Pron salda cuentas con las maestras patrióticas que mentían, los padres asustados que mentían, la prensa imbécil que mentía en La Argentina. Pero si acaso sus personajes, rebaño, no somos todos, mal obedeciendo ordinariamiente a un orden absurdo:
«El hospital de campaña se ha construido gracias a la venta de sobrantes de alubias. No podemos darle a la tropa alubias. El capitán Mayor manda sacrificar los caballos para hacer carne fresca. Se compraron hace poco para contrarestrar la mala impresión de no tener tanques. (…) Adquirimos los caballos vendiendo sobrantes de harina. De inmediato hemos agrandado el patrimonio individual de los miembros de la cooperativa vendiéndole caballos a nuestro amado presidente para que los cediera al alto mando, de modo que cada recluta se beneficia de cinco céntimos en su participación».
¿No es esta la rutinaria dinámica de lo que se mal denomina crisis y que ejecuta el ejército milico que somos nosotros cada día? Los sabios generales, los sargentos técnicos que surgen por doquier, los cabos especialistas. Todos con sus órdenes para un orden más general. Y el ejército de mandados, con su cobardía como placa va hacia la guerra sin enemigo.