
Fue un crimen de lesa humanidad que sirvió para aleccionar a las mujeres de todo un país. Tres jóvenes desaparecidas forzosamente, torturadas y asesinadas en la noche el 13 de noviembre de 1992 en los alrededores del pueblo valenciano de Alcasser. Miriam, Toñi y Desireé hacían libremente, como en otras ocasiones, autoestop para dirigirse, como buena parte de la juventud de la comarca, a una discoteca cercana. El esclarecimiento del crimen tomó un giro sorprendente: se volvió contra las jóvenes asesinadas y tuvo los efectos de un correctivo social para varias generaciones de mujeres. Las jóvenes habían sido «imprudentes», y a partir de entonces todas las demás deberían tener claro las consecuencias de la libertad de ir solas, sin protección masculina, por la noche. Las jóvenes vieron sus cuerpos doblemente urgados. Ni la sociedad española ni el cuerpo de forenses, sociólogos, periodistas o juristas se pregúntó por qué era posible un crimen semejante ni las causas que lo hacían posible. La académica Nerea Barjola ha hecho, dos décadas después, un minucioso análisis forense del crimen principal, el sexismo. Reconstruye todos sus filamentos, gruesos unos, e imperceptibles otros. Y permite descifrarlos en los cotidianos crímenes contra las mujeres hoy en día. Su trabajo está condensado en el libro que ha editado Virus, Microfísica sexista del poder.
Desde el crimen de Alcasser en 1992 hasta la violación de una mujer en los san fermines de 2016 subyace en la sociedad española un código social que quiere a las mujeres en su sitio. El relato de los crímenes contra las mujeres en España durante las últimas décadas ha hecho de los asesinos monstruos, con lo que han quedado invisibles las causas que hacen posible sus crímenes. Nerea Barjola hace de forense social. Parte de la premisa de que los crímenes contra las mujeres, como el de las tres jóvenes de Alcasser, no son una cuestión de «mala suerte», sino un castigo a la transgresión de las mujeres de ocupar espacios – la noche, la fiesta, entre otros – de manera transgresora: solas. Barjola se propone descubrir en el crimen la naturaleza de un régimen sexista. «Las mujeres de cualquier clase o raza tienen que basarse en construcciones culturales existentes para contar sus verdades». El discurso imperante y el total de los relatos y las sentencias que se hacen de los crímenes acaba modificando la conducta de las mujeres. Si en Alcasser las jóvenes habían conquistado ir solas en la noche haciendo autostop, a partir de entonces ya era mejor quedarse en casa. Volver a hacer autoestop era «ya sabes lo que puede pasar». Cada agresión sucedida es una lección. Y Nerea Barjola ha indagado en todos esos lenguajes, los relatos sobre el peligro sexual, hasta descubrir el automatismo por el que funciona la tortura sexual como un pilar del orden.
Nerea Barjola coge de Giorgio Agamben dos conceptos que ayudan a desvelar los códigos que funcionan en las agresiones a las mujeres. El primero es Nuda vida, un concepto recogido del derecho romano, que se aplicaba a quienes tras haber cometido un delito, su cuerpo y vida pertenecían al soberano. El segundo, es el estado de excepción, en donde el orden jurídico queda suspendido, y esto permite que la vida humana sea tratada como nuda vida. Pilar Barjola localiza en el crimen de Alcasser que el estado de excepción se da en esos lugares – esas horas, esos sitios – en los que los derechos de la mujer son resignificados. La nuda vida de las jóvenes estaría en la casa La Romana donde fueron asesinadas. Fue allí donde se logró readaptar una nueva disciplina para el resto de mujeres. Las nuevas generaciones de mujeres, señala Barjola, toman conciencia de su nuda vida y de los espacios en los que entran a formar parte del «peligro». «Las mujeres, en ausencia de compañía y protección masculina y en tierra de nadie son de cualquiera o, lo que es lo mismo, de todos«.
Finales de abril de 2018. El juicio contra «la manada» de hombres que violaron a una joven en las mundialmente famosas fiestas de San Fermín en 2016 ha dejado a las claras los patrones de censura sexual. Las mujeres son interrogadas acerca de su «verdadera» resistencia o de la «provocación» al agresor. Los juicios, dentro y fuera de la sala, banalizan la agresión sexual y deslizan la explicación hacia el peligro sexual. Y el relato del peligro sexual se convierte en una tecnología de control del cuerpo de las mujeres.
Si el crimen de Alcasser dejó libre al «hombre malo», en el de la manada no pocas voces reclaman, además de los propios jueces, la falta de culpabilidad total de los agresores. En ambos casos el cuerpo de las mujeres ha quedado como público. Los mismos significados que permiten que el cuerpo de unas jóvenes quede reducido a nuda vida en un espacio que se convierte en tierra de nadie.
Nerea Barjola reivindica la necesidad de convertir el crimen sexual en un hito de reivindicación. Revertir la violencia contra sí misma. Apropiar los relatos. Como las mujeres de todo el mundo hicieran con la muerte de 146 mujeres asesinadas en una fábrica textil Cotton en Nueva York y que dio origen al 8 de marzo; o con el 25 N, día internacional contra la violencia a las mujeres, en conmemoración de las hermanas Mirabal, asesinadas por la dictadura de Trujillo.
Nerea Barjola sentencia: «Me niego a seguir invisibilizando dentro de lo excepcional el asesinato de Miríam, Toñi y Desireé. Rechazo que su asesinato se ubique en los márgenes patriarcales del terror sexual. Es momento de situarlo en términos políticos, y como tal, conferirles – a ellas – nombramienro, enunciado y dignidad: fue un crimen sexista. Y esto lo cambia todo. Su cuerpo es político, su asesinato es político. y la respuesta ha de situarse en los mismos términos».