
La carta que el 24 de abril el presidente de España, Pedro Sánchez, me dirigió, en tanto que bisoña, súbdita y ciudadana, comienza con un oxímoron propio. “No suele ser habitual que me dirija a usted a través de una carta”. No es a mí a quién se dirige el apuesto presidente, en aprietos de imagen por la investigación de su esposa por parte de un juez. El presidente quiere que yo y tantos millones como yo nos dirijamos a él. Es indicativo el recurso a evitar los tiempos simples y en presente – es – por los compuestos y aparatosos – “no suele ser habitual” -. Porque la maniobra a la que apela el presidente es aparatosa de entrada. El presidente describe la falsedad de las informaciones que dos medios han vertido sobre la esposa del presidente, y sobre las que el juez ha decidido armar su investigación. Prosigue avanzando que su esposa colaborará con la justicia, es decir con el juez, si bien deja caer que este no lo hará con la justicia. La verdad, deja claro el presidente, es que no hay delito alguno cometido por su mujer, y que esta ya ha puesto demanda contra esos dos medios por falsedad.
Hasta aquí, nada que los súbditos españoles no sepan del cenagoso discurrir de la política. Y es aquí donde Pedro Sánchez, requiere de lectores como yo. La malevolencia del mal que hacia su persona dirige la perfidia de las descalificaciones, las críticas y ahora las denuncias contra su esposa, debe ser combatido con un apoyo sin fisuras al propio presidente. La democracia en España está en juego. Pero también el amor, profundo que siente por su esposa, ahora mancillada con el oprobio de la duda y la ignominia, cualidades estas solo pertenecientes a la derecha y ultraderechas en España.
Y el presidente, dirigiéndose a lo más palpitante que puede habitar en cada lector de esta carta, es decir al amor por el amor marital y a la democracia en España, nos interpela a que no le dejemos rendirse ante el desánimo. Se va a dar unos días hasta el lunes 29, cesando su agenda – la paz en Oriente Próximo, la presidencia de la UE, la reconstrucción de la socialdemocracia en el Occidente avanzado, incluso la erradicación del hambre y la migración en el Ter Mundo quedan, con este terrible parón, en suspenso – ¿Podemos los súbditos de España, pese a nuestra preadolescencia política y nuestra emoción ramplona pero posmoderna permitirnos semejante debacle? ¿No estaría justificada un ayuno nacional, una procesión penitencial a La Moncloa desde los más recónditos lugares de la geografía mundial para ofrecer el aliento que ahora le falta al presidente del gobierno? ¿no estaría justificado incluso donar el salario de un mes de cada español para hacer frente a los gastos judiciales de la esposa del querido y apuesto presidente del gobierno? “Necesito parar y reflexionar [por este orden]. Me urge responderme a la pregunta de si merece la pena, pese al fango que la derecha [sic] y la ultraderecha pretenden convertir la política. Si debo continuar al frente del gobierno o renunciar a este alto honor. A pesar de la caricatura que la derecha y la extrema derecha política y mediática han tratado de hacer de mí, nunca he tenido apego al cargo. Sí lo tengo al compromiso político y al servicio público”. Quien no se enjugue las lágrimas con temblor infantil ante estas palabras, es que no tiene ni alma ni sangre democrática.
De vivir entre nosotros Stefan Zweig hubiera incluido el trémulo pasar de estos días en su obra Diez momentos estelares de la humanidad. Puede que el 29 de abril todos los españoles, párvulos políticos pero aguerridos a la libertad que nos abren los dirigentes, nos quedemos sin guardería a la que acudir.