Ricardo Arques fue un periodista humilde. Consiguió, sin proponérselo, algo inaudito: ser el referente para varias generaciones de aprendices periodistas. Firmó, junto al también periodista Melchor Miralles, la investigación más importante de la democracia española en el siglo XX. Fue la trama de los GAL, un grupo terrorista al servicio del Estado y el gobierno de Felipe González contra ETA. Como periodista contaba con inusitadas herramientas: destreza, constancia, honestidad … y la suerte, premio a las tres primeras. Así consiguió Ricardo Arques toparse con la que sería la gran fuente de su vida, al menos la más importante para él hasta ese momento y para nosotros. Su apodo era Garganta Profunda o Pedro. Un mercenario al servicio de los GAL que decidió contactar con el joven Arques cuando este trabajaba en el diario Deia y seguía los escasos, pero ya jugosos rastros que dejaban el subcomisario José Amedo y su adjunto el inspector Michel Domínguez como reclutadores del GAL.
Garganta Profunda era el apodo con el que 15 años antes dos jóvenes reporteros norteamericanos, Bob Woodward y Carl Bernstein, habían bautizado a la fuente que verificaba y orientaba su investigación. Trataban de desentrañar qué se escondía tras siete asaltantes, que portaban micrófonos y gran cantidad de dinero que habían irrumpido de madrugada en las oficinas del Partido demócrata, en el lujoso complejo del hotel Watergate. Los dos reporteros acabarían descubriendo que esos asaltantes pertenecían una selecta Gestapo dedicada a espiar, manipular información para perjudicar a los rivales y adversarios del mismísimo presidente Richard Nixon.
El Garganta Profunda o también Pedro, que de repente llama un día a la redacción a Ricardo Arques, es igual de importante. El caso GAL es solo en su cuantía más grave que aquella Gestapo que escondía el escándalo Watergate. El grupo terrorista GAL deja 27 personas asesinadas en el País Vasco francés entre 1983 y 1987. El gobierno de España quiere que estos asesinatos obliguen al gobierno francés a dejar de acoger a miembros huidos de ETA como refugiados. Y los entregue a España.
Los asesinatos del GAL en el País Vasco francés son un escándalo. No para todo el mundo. Amplios sectores de la cultura, la política y la academia aceptan el ojo por ojo entre el Estado y ETA. La organización terrorista ETA tiene una actividad extrema. La guerra sucia contra ETA viene de muy atrás. Nació en los últimos años del Franquismo y tuvo actividad bajo los gobiernos de la transición. Desde 1983, el mismo Estado de derecho recurre a ejecuciones, secuestros y atentados para conseguir el paso a la justicia española de supuestos terroristas – supuestos porque no hay juez que esté investigando sobre ellos –. Los primeros reportajes de Ricardo Arques vinculan los atentados del GAL con los pagos a sus mercenarios realizados a través de las tarjetas de crédito del subcomisario en Bilbao José Amedo Fouce. Los siguientes reportajes de Arques van a dar cuerpo a la estructura primaria del GAL. Subinspectores, responsables superiores de la Policía en Bilbao, delegados provinciales, secretarios de seguridad, hasta llegar al mismísimo ministro de interior, José Barrionuevo. Todos ellos serían condenados
El trabajo de Ricardo Arques junto a Melchor Miralles culmina con altibajos de todo tipo, amenazas y acusaciones de políticos e implicados en un esplendoroso libro reportaje que se convertirá en referencia del periodismo en España para siempre. Su título: Amedo: El Estado Contra ETA, publicado en 1989.
El joven Ricardo Arques Álvarez, nacido en el pesquero pueblo cántabro de Santoña. Es fácil detectar en su carácter el orgullo y la honestidad insufladas por el realismo mágico que vertebra el imponente Monte Buciero, las marismas exultantes nutriéndose de la trémula desembocadura del rio Asón.
Todos los que recuerdan en estas horas después de su fallecimiento a Ricardo Arques, destacan de él una cualidad que el maestro de periodistas Richard Kapucinsky considera esencial para llegar a ser un buen periodista: no ser cínico ni mala persona. El tocayo Ricardo es recordado como una buena persona. Leal y honesto con sus fuentes y con la verdad de los hechos y buena persona con sus compañeros y con quienes le rodeaban. Después de un periplo profesional en los diarios EL Mundo, El Día de Valladolid, Expresso de Ecuador, Ricardo colgó la pluma y dejó el periodismo. ¿Cómo era esto posible? Dentro de la noticia de este retiro anidaba otra historia: Ricardo terminaba 30 años de andadura en España y Latinoamérica y decidía regresar a su patria chica, Santoña, para estar con su madre Pituca Álvarez. Vuelta al terruño y la familia. El periodismo había dejado de ser su patria y su familia. Esta historia esconde una parábola sobre el propio devenir del periodismo cada vez más un instrumento al servicio partidista y de peligrosas capillas.
Cuando Ricardo publicaba sus crónicas sobre el GAL, en la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la Universidad del País Vasco, donde estudió, entraban cada año 600 alumnos. Los periodistas estaban bien considerados en las encuestas y su profesión consideraba como importante y útil socialmente. Hoy la profesión traviesa multitud de crisis; la principal de ellas es la de un desprestigio ganado a pulso. La carrera de ciencias de la Comunicación es de las peor valoradas por los estudiantes pre universitarios; las audiencias y venta de diarios y revistas de información cae con severa crudeza. La profesión es vista como una cohorte cada vez más reducida de cicateros al servicio de diferentes camarillas de poder.
Ricardo Arques Álvarez falleció en Santander el jueves 30 de mayo de 2024. Contaba 64 años.