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Robert Crumb: el loco entre la contracultura de mercado

César Valdés 9 septiembre, 2014     1 comentario    

En la galería Modernism de San Francisco, las obras de Robert Crumb,  icono del cómic underground en los 60 y posteriores,  se venden a precio prohibito. El autor libertario que no acepta que se le pague demasiado a cambio de salvaguardar la libertad, ve su obra colocada en los salones chic de arte y tendencias. Y no es menos paradoja que su obra under se exhiba en un local modern. Crumb está al margen, exiliado en Francia. Con la pretendida rebeldía contracultural integrada en objeto de consumo y culto, Crumb parece exiliarse de su propia imagen: para decepción de buscadores de fetiches y mitos, se desmitifica como personaje, mantiene un no menos punto crítico en su obra y se desembaraza de posiciones políticamente correctas en torno a la contracultura, el arte, el feminismo, y la democracia europea. El mercado industrial ha converttido todo en un sucedáneo al nivel de la cutrez de los cómics de Marvel, dice. Estas y otras reflexiones han sido publicadas por primera vez en castellano en un estupendo tomo de Gallo Nero.

Para quienes conozcan  la obra de Crumb, estas entrevistas y cómics publicados por Gallo Nero resultarán jugosas. Para quienes no, serán aún más interesantes. Crumb desmitifica su aureola, sitúa las cuestiones las más de las veces en el mercantilismo cultural que mueve la cultura y habla de un público, incluso el underground, auto condescendiente. Pudo haberse convertirdo en un gris diseñador publicitario a principios de los 60. Pero no encajaba en esa clase media de profesiones liberales que no hace otra cosa que endeudarse: «tienes tus facturas, tu casa, tu familia. Y no te haces de oro como dibujante publicitario. Te dejas la piel trabajando para pagar las facturas«.

Esos princpios de lo 60 en USA son una falla tectónica de valores que sirve como engrasante de un nueva industria revestida de imagen progre. «Playboy: el próspero hedonismo estadounidense», «sexo para el hombre intelectual», supone una burla de los valores rancios que tenían sujetos como los padres de Crumb.

LSD y otras recetas oficiales

¿Nos pensábamos que en la ansiolítica Norteamérica el LSD era algo lumpen? Robert Crumb accedió al ácido a través de una receta que le prescribió un psiquiatra. Tal era el excedente de producto interior narcótico. Entre el tráfico oficial y el ilegal a raiz de su popularidad, el LSD es el vino sacramental de una generación.  ¿Qué es lo que es tan popular de Crumb? «En su momento fue que representaba las ideas de mucha gente que tenía en la cabeza sobre la vida, y también a mucha gente que tomaba LSD y estaba colocada todo el rato. Veían algo en mis tiras que coincidía con esas ideas. Ahora ya no conecta tanto con la imaginación de la mayoría de la gente».

Crumb desmitifica la irrupción del LSD entre la juventud norteamericana como si hubiera sido maravillosamente fortuita. Cabe sospechar que fué el resultado de un salto, puede que meridianamente erróneo por su uso, de la propia máquina tecno química norteamericana. Las generaciones anteriores a la de Crumb vivían con las drogas de laboratorio en su vida cotidiana. Su madre se enganchó a las anfetaminas en los 50, porque en esa época se las prescribían a todas las madres embarazadas que podían pagar las recetas. Se vislumbra que Crumb creció en el seno de una narco sociedad vigilada al modo de los guardianes de psiquiátrico por los médicos y sus recetarios. Los apologistas del LSD pueden encontrar a Crumb un desertor pragmático cuando afirma que deja fluir su incosnciente sin el uso de drogas.

Contracultura

¿Los cómics underground se han convertido en una idea pasada de moda? ¿Siguen siendo válidas las ideas que una vez fueron radicales? «la idea de completa libertad sigue siendo válida. Sigue siendo la única manera de hacer cómics en los que no se entrometan editores y editoriales. Ya no hay demasiado público y es muy difícil conseguir distribuirlas. Toda la red de distribución se ha vuelto muy conservadora y aburrida».

Un montón de renacuajos salidos de familias de ranas locas con ganas de libertad confluyeron en el mismo estanque. Croa croa croa. «La única vez que empecé a sentir que quizá formaba parte de la cultura fue a finales de los 60 con el movimiento hippie. Tampoco conectaba tanto (…) porque había cosas que me parecían estúpidas, pero el sentimiento general era que las cosas estaban cambiando». Pero al mismo tiempo surge el dilema: ¿contra qué cultura se rebela la contracultura? de inmediato ese sentir común de libertad es conviertido en moda de consumo, cool. «La gente hace lo que está de moda o lo que cree que está de moda. Es raro encontrar a alguien que deje aflorar el subconsciente, porque a la gente eso le asusta». La contracultura tomó su propia forma que a su vez generó un público deseoso y complacido; Crumb lamenta y critica su actitud de  «hacer la pelota al público«. Parece emerger aquí la máxima mínima de Orwell y el imprescindible deber de contar a la gente lo que esta no desea escuchar … o disfrutar.

«No acepto que me paguen mucho así pudo hacer lo que me gusta. Tomé esa decisión. Lo prefiero así»; «En tanto que soy sincero con lo que ocurre en mi inconsciente, no creo que deba reprimirme e intentar dirigirme hacia algun lugar que considere poíticamente correcto».

La cultura popular es para Robert Crumb un caleidoscopio donde observar el encanto de la nueva y la establecida clase media de EEUU y del mundo entero: «Las formas artísticas de la cultura popular te muestran lo que está pasando bajo la superficie. Te lo muestran hasta los cómics de mierda de Marvel (…) es lo que hace el comportamiento de la clase media tan fascinante de estudiar. Ahí puedes ver esa locura colectiva».

 «Podeis coger este puto país y metéroslo por el culo»

Vade retro Bush padre hijo y espíritu. Si ocho años bajo el reaganismo bacterológico eran demasiado, los de Bush padre fueron el no va más del sopor. Emigración a la Francia. Crumb vive desde principios de los noventa en una villa gala. Cual Hesiodo. Pero a la galia que soporta una cultura cimentada por su «excepcionalidad» patria, Crumb le diagnostica el mal espongiforme común: «La cosa principal que hará que Francia se vuelva más violenta es la degradación provocada por la absorción de toda la cultura por parte de las empresas. Esto empuja a la gente a la alienación y a la degradación«. Y la violencia en Francia crece hora a hora.

Censura, gusto y democracia

«Yo no juzgaría o condenaría una obra simplemente por ser misógina, racista o cualquier otra cosa. La juzgaría o la condenaría dependiendo de que fuera  sincera y veraz y real o por el contrario si intentara complacer a un mercado que se piensa está ahí fuera«.

 ¿Las representaciones del sexo en los medios pueden afectar a la gente, igual que puedan afectarle cuarenta años de adoctrinamiento por parte de Playboy? «Creo que todo lo que sea propaganda o intentar complacer a la gente no te hace ningún bien. Están intentando hacerles el juego a las debilidades de la gente y tratando de debilitar al vecino de al lado en el mercado competitivo. Pero no es nada especial, podrías decir lo mismo de los cereales del desayuno con gran cantidad de azúcar«

Sobre la «utilidad» de su obra: «Mi obra y otras pertenecientes al cómic underground manifiestan una expresión muy personal. No es para entretener a las masas, pero quizá algunas personas puedan sacar algo».

Feminismo

Siempre las mujeres, fetiche temático ¿Es la visión de Crumb sobre las mujeres machista? «La lucha masculina por el poder y la agresión masculina causan la mayor parte de los problemas del mundo. Pero no había sitio en su cosmología para ningún hombre que hubiera sido derrotado en la lucha y hubiese quedado aislado y rechazado. (…) Creo que gran parte de mi hostilidad hacia las mujeres tiene que ver con eso, con la frabia que me  da ver cómo veneraban el poder masculino cuando yo era adolescente». el impulso original de la imagen femenina hippie  fue el de volver a la imagen de criadora descalza: quñedate en tu tipi,  decóralo bien, bonito y haz buena comida. Pero tu encantadora pareja, el marido, o el viejo, o lo que sea, no trabaja. Los tíos hippies no daban un plao al agua. Eran totalmente irresponsables. Las mujeres estaban al final hasta las narices  de eso. Las mujeres dijeron: «a la mierda todo, ahora voy a ser libre yo también» (…) ciertamente, no hundió la cudadela del capitalismo n el estado empresarial. Fue una de las muchas olas que la golpearon suavemente con total sutilidad». Fin de lo políticamente correcto. Robert Crumb, entrevistas y cómics. Editorial Gallo Nero.

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Autor: César Valdés

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