Casi ningún reportero tiene la oportunidad de ver salir el misil que impactará cerca de donde se encuentra. Es la certeza máxima de la crónica. A diferencia de otros muchos lugares de guerra donde es difícil saber de dónde proceden los proyectiles, Samuel Aranda sabía que en la playa de Gaza ese día de cenitud vaporosa los proyectiles procedían de una patrullera israelí. Y fotografió sus estragos, un puente derruido, y el crimen, los cadáveres de dos pequeños palestinos de apenas 6 años. Mandó las fotografías a la agencia France Press para la que trabajaba con dos pies de apenas dos líneas describiendo lo que con sus propios ojos había visto. Y entonces, todo dejó de existir.
Las autoridades israelíes interceptaron el envío y France Press, enfrentada con el demasiado observador empleado decidió despedirlo. Samuel Aranda considera que su despido fue una buena noticia. Su bolsillo lo iba a lamentar, pero no él. Quedó liberado desde entonces de un periodismo gráfico estereotipado y una obscena preverdad fijada como la de esa playa de Gaza minutos antes de un crimen que será reescrito: Israel comunicaría en las horas siguientes que han sido bombas colocadas por Hamás en la playa las que causaron la muerte de los niños palestinos.
El enfoque de Samuel se dirigió a buscar narraciones donde el periodismo solo produce clichés. Fotografió a las comunidades indias víctimas de una represa, a la población libanesa que ningún medio cubría en la anteúltima guerra del país.
Su mirada despertó el interés de solo un medio convencional, The New York Times. Para este sinuoso pillastre gráfico de Santa Coloma de Gramanet, esta es una buena noticia para el bolsillo, pero muy mala para lo que queda de periodismo en otros lugares.
Y sucedió que una fotografía marcadamente narrativa de Samuel que el periódico tampoco otorgó especial importancia ganara el World Press Photo en 2012. Una madre yemení con burka y guantes de cirujano cobija en su seno a un hijo de 18 años herido en una mezquita en ruinas.
El trabajo de Aranda ya era reconocido de antes. En 2006, su trabajo sobre emigrantes africanos que intentan llegar a Europa recibió el Premio Nacional de Fotografía de España. En 2015 recibió el premio Nikon Photography por su cobertura de la crisis del ébola, y en 2016 el Ortega y Gasset por la crisis de los refugiados.
El último trabajo de Samuel Aranda es un compendio fotográfico auspiciado por la Fundación Vila Casas. Territori es una exposición en la que Aranda explora lo que ha sido y es su pueblo natal, Santa coloma de Gramanet. Ha sido editada en libro por la Fundación.