Hibridando muescas
celestes
en el crepúsculo púrpura inesperado.
Imaginándote por primera vez
en el recodo de aquel nubasco,
o el coordinado remolino de gaviotas
en el cementerio antes de tu llegada.
Aunando los haces extintos
de toda tu materia.
Artesanando la rompiente de
tu sonrisa un viernes a la tarde
en el plenilunio del barrio
cuando tenías mis años.
Desmigando la ingravidez
de las tardes que me quedan
sin ti.
Quebrando los hilos del aire,
ahora en cuarzos de lamento.
Embalsamando todas tus voces
con el graznido de las aves perdidas.
Decantando el pesado mineral del dolor
extraído de tus vacías entrañas;
renaciendo, siempre
en los borbotones de la posibilidad inaudita.
Agarrando el quicio del llanto
cuando al tercer día de tu marcha
también el cielo rompe a llorar con
rabia prestada.
Explorando la alquimia punzante
de tu nuevo misterio material.
Doblando como corolas tus
prendas doloridas de no poder
ceñirte.
Emulgiendo el canto funesto
de los gorriones ansiosos y
furibundos que
ya no quieren adentrarse en tu cocina.
Tus párpados ya apagados
en la noche oceánica universal.
Barloventos infinitos
refugiando todas tus naves ardientes.
Astros como peonzas cansadas
hacen girar ahora tu silencio.
Dos gaviotas fulgean tu
descanso; mi espera
de conchas desechas y
lisiadas olas iracundas.