Los tiempos modernos están marcados por un juego de espejos en el que no solo ha caído la política, sino también lo político. La comunicación digital ha desocupado la reflexión, el debate. La ortodoxa brevedad del mensaje lo vuelve populista, y expande el maniqueísmo polarizador. La mirada posmoderna, con su relativismo estético y moral, encuentra tierra fértil en esa crispación de redes sociales y medios de comunicación 2.0. Pero también en los ambientes académicos, las artes y las ciencias sociales.
La ultramoralización acusatoria – «nosotros contra ellos» – suprime el debate de ideas en la colectividad y da otro zarpazo a las humanidades que van desapareciendo de escuelas, universidades y medios de comunicación. Naomi Klein, en su último libro, Doppelganger (traducido por Ana Pedrero Verge, y publicado por Paidós, 2024, 424 páginas) explica que ese «nosotros frente a ellos», con su conspiracionismo alto oleico, se ha establecido entre la nueva izquierda y la derecha nueva alternativa. Hace un juego espejos entre ambas sin cruzar jamás la imagen de cada cual a su vez cada vez más distorsionada. Una recoge y recicla argumentos abandonados por la otra. Izquierda y derecha parecen denostar hechos e ideas sobre las que debatir, y prefieren manufacturar adecuadamente las emociones.
La nueva izquierda y la derecha nueva ofrecen a la gente traicionada y vulnerable chivos expiatorios en una época, la nuestra, de grandes quiebras espirituales y materiales. Uno de los aspectos que Klein trata en su libro es la deriva autoritaria de la izquierda. En una entrevista con el diario El País (21/1/24) describe la pasión censora de la izquierda, «esa vigilancia del discurso y la crueldad que despliega cuando alguien se pasa de la raya. podríamos hablar de la cultura de la cancelación, si no fuera un concepto tan cargado. No tengo duda de que a veces incorpora un cierto elemento de matonismo que tiende a alejar y descartar a cualquiera que se pase de la raya. No soy la única persona en la izquierda a la que eso le preocupa. La gente de harta de de sentirse vigilada . Puede que a esos jóvenes la izquierda les resulte asfixiante, un lugar en el que un error puede hacer que tus amigos se vuelvan contra ti, y que crean que la derecha es ese ámbito en el que es posible estar en desacuerdo, aunque no sea verdad. En ambos lados del espejo hay control, pero creo que la derecha aprovecha mejor esa estrategia para sumar gente a su causa. Ojalá en la izquierda pensáramos más en cómo engordar nuestras filas en lugar de hacerlas más pequeñas y puritanas».
El 21 de enero de 2024 se cumplieron 100 años de la muerte de Lenin, el teórico del Estado que culminó el control absoluto de un imperio decadente y lo convirtió en un Estado total y aún más poderoso que el imperio zarista. Este año de 2024 es también el centenario, por igual del estalinismo que sucedió a Lenin al frente del imperio soviético. ¿Tiene la izquierda hoy a Lenin y a Stalin como referentes? ¿A Marx? ¿A la Rusia de Putin que pretende ofrecerse como polo enfrentado al capitalismo occidental? ¿Es federalista? ¿Es cooperativista? ¿Ha resuelto los dilemas que la escindieron en la I Internacional entre Marx y Bakunin – la conquista del Estado frente a la emancipación colectiva federada -?
¿Tiene la izquierda un proyecto altermundista? ¿Ofrece una alternativa a los pilares de occidente: el desarrollo en la producción, el expansionismo urbano, la mercantilización, el Estado, el trabajo, el bienestar en función de la renta? Si tomamos como ejemplo a Podemos, partido de la nueva izquierda española con diez años de existencia, el debate de ideas brilla por su ausencia. El objetivo de la conquista del Estado ha eclipsado todo lo demás. El balance de su gestión como partido en el gobierno durante los últimos cuatro años deja un pobre resultado y un miríada de razzias internas. El proyecto de partido, habiendo renunciado a ser movimiento hace 10 años, parece haber entrado en una fase de agotamiento girando sobre una reducción de sí mismo, teniendo como objetivo obtener representación para poder mantenerse de la asignación pública frente a una absorción del partido Sumar salido de sus propias entrañas pero nutrido de todos los damnificados internos.
El diagnóstico de Naomi Klein acerca de la imperiosa necesidad de la izquierda de rearmarse de ideas y desembarazarse de su autoritarismo y soberbia parece totalmente acertado.