Sidnead, hija del sol, rayo catárquico en la tormenta. Prodigio solitario, joven abandonada, dolorosa evanescencia torturada. Descalza María Magdalena soportando el filo cortante de tu propia cruz. Prodigiosa voz de metálico violín, cuerdas apasionadas. Manos acariciando un bebé negro. Mater dolorosa frente al ataúd de tu hijo. Inglaterra no es la tierra mítica de Madame George y las rosas /Es el hogar de la policía que mata a los niños negros en ciclomotores /Y amo a mi niño y por eso abandono esta tierra, cantabas hace treinta años (Black boys on mopeds). La luz del tiempo convexa tu fragilidad de la que resurge una estruendosa fuerza solsticia. Comprendí tu astral y voluminoso viaje, esa irredente búsqueda de los márgenes, como un desespero sin paracaídas. El amor, creo que se trata del maldito amor, de la maldita furia como una corteza de espinas.
Los críticos y los académicos llevan décadas buscando tu porqué. Aún no han descubierto que buscabas solo un poco de perdón. Con qué talud de ausencias construir tu refugio. En ti se refugiaban todos los odios que solo tú recibías. Y que existían. Eras imposible: religiosa en el sotavento de lo posible. Cargabas con esa cruz creyendo que sus lacerantes espinas sangrarían al fin si fuera posible tu necesitada paz y ataraxia. Sidnead, toda tú eras tiempo otoñal: desde tus aún jóvenes manos hasta la caída de las hojas nacidas de tus propias ramas.
Nadie, Sidnead va a reivindicar tu derrota. En estos días, todo son lapidarias actas notariales.
Confunden tu respeto con tus magníficas cifras de ventas. No osan mentar el ruido mental de tu realidad. Tampoco que eras una poeta. Que si tus canciones. Pero tu poesía, dirás desde donde estés. Has muerto a las puertas de la madurez. No podías más. Sobrevivir a tu hijo muerto electrificó el campo vital soportable. Quizá hayas leído a Chantal Maillard. Celebro tu paz, y te hubiera deseado el crepúsculo de Safo en su exilio de Léucade.
Los voceros de la ortodoxia y las últimas sacerdotisas ungidas de lo femenino no llegan a tu coda poética. Mira que lo intentaste, incrustándote en cada cliché que cada vez más te cercaba.
Supongo que en ti se cremaron las ortodoxias insulares a las que consiguieron nadar náufragos como tú: católicos, punkies, nacionalistas, musulmanes, folkies, feministas. Dónde más buscar un solo abrazo.
No eres mi heroína. En tu hipérbole he visto el corsé manido y opresivo. Solo por eso, he de celebrar tu pericia, también tu sensibilidad. El artefacto que intentabas construir y te construía te devoró, pero al mismo tiempo nos alimentaba en otra dirección. Entraba también en mis entrañas, pero con el depurado decanto de tu prosa parca y lírica. Te ofrezco un beso, Sidnead O´Connor.