Cuando se lee la biografía de Susan Sontag (1933 – 2004) La Conciencia Uncida a la Carne, publicada por Mondadori, también conocida como la escritora del compromiso, figura legendaria por su desbordante inteligencia y su personalísimo estilo y cuyo verdadero nombre es Susan Rosenblatt, lo primero que viene a la mente es el poema de Henley ( 1849 – 1903) :
No importa cuán estrecho sea el portal,
Cuan cargada de castigos la sentencia,
Soy el amo de mi destino,
Soy el capitán de mi alma.
En efecto, esta mujer singular en todos los aspectos trató, por todos los medios, de ser dueña de su destino, pues una vez nacida asumió que todo dependería de ella. Hija de Jack Rosenblatt y Mildred Jacobsen (judíos estadounidenses) durante toda su vida batalló por afirmarse hasta convertirse desde muy joven en un ejemplo sugeridor, lo que consiguió de modo espectacular.
Como dice su hijo en el prólogo del libro, “en los primeros años de la década de los noventa mi madre consideró con desgana el plan de escribir su autobiografía” Desgana simplemente porque no le gustaba escribir sobre sí. “Nunca he estado convencida de que mis gustos, mi fortuna e infortunios tengan un carácter particularmente ejemplar”. Para su hijo, además, su madre no fué más que una estudiante durante toda su vida. De manera universal todos los que han sido, son, algo en este mundo, lógicamente han de pasar por esa realidad.
En su libro a mi juicio los temas fundamentales y no necesariamente por ese orden son el sexo, el amor, su omnipresente madre, la literatura, el cine, el temible cáncer, el ego, la culpa y todo lo que una mente inquieta puede reflejar de cuanto le rodea en su no demasiado larga existencia.
Esta obra recoge montones de definiciones válidas para la vida y en algunas ocasiones tan brillantes que deslumbran. Cuando habla del amor = la sensación intensa de estar en forma. La tv es el factor más insensibilizador de la sensibilidad moderna. Muerte = estar del todo inmerso en la propia cabeza. Vida= el mundo. “Una relación de iguales no está vinculada a papeles.”
No deja de subrayar que sigue la actualidad del periodo comprendido en el libro muy de cerca, pero al estilo de su época, con un compromiso real para denunciar los abusos del poder y anunciar con todas sus fuerzas la posibilidad de un mundo más justo y equitativo, aunque eso suponga en algunos momentos una lucha sin tregua en todos los frentes a su alcance.
Se manifiesta sin complejos, ni circunloquios, y sin tener que recurrir a Howard Zinn podemos llegar a concluir en sus palabras que “Los Estados Unidos han sido fundados sobre el genocidio”, que siempre llevó sobre si misma el estigma de que su madre nunca la quiso, o que parió con inmenso dolor a su hijo David ( le puso el nombre por la estatua de Miguel Ángel) tan querido, fruto de su relación iniciada cuando era estudiante y tenía solamente diecisiete años con el sociólogo y critico cultural Philip Rieff.
Atrevida como pocas, siempre tuvo ciertos complejos insuperables que no se esforzó en disimular de ninguna manera (“llevo pantalones para ocultar mis gruesa piernas”), con afirmaciones divertidas contempladas desde la realidad actual como querer tener un diccionario tan grande como un elefante. O consideraciones amargas: “la pobreza de mi escritura. Es magra, frase a frase. Demasiado arquitectónica.” “Creo que soy poco atractiva, antipática, porque estoy incompleta”.
Un tanto depresiva, parece que todos sus amores dejan un poso amargo. Tanto los hombres y mujeres que fueron parte importante de su vida en general no estuvieron a su juicio a la altura de las circunstancias por diferentes razones. Ella que creía en el amor y se enamoró en multitud de ocasiones tuvo que afirmar jocosamente: “Hombres mezquinos e inteligentes y mujeres bobas, parecen ser mi sino”. No obstante tampoco está demasiado satisfecha de sí misma como lo evidencia hablando en referencia a su amante Irene: “me he quedado con una vida sexual absolutamente paralizada- me rechazó porque no era buena en la cama .”
Según todos los indicios, para ella cuya única meta en la vida era la exaltación, el gozo, no pudo disfrutar tan poco en su rol de madre, y en alguna biografía se le reprochan las largas ausencias de la convivencia con su hijo e incluso una especie de dejación de su responsabilidad como tal. Desprecia el psicoanálisis aun viviéndolo de cerca y utilizándolo si es necesario personal y profesionalmente. Finalmente sucumbió ante el cáncer en 2004 después de haberlo superado en dos ocasiones. Susan Sontag, persona fuera de lo común.