
Mahsa dejó de tener 22 años en la celda donde fue golpeada. La Gasht-e Ershad, policía de la moral del país, niega que se maltrate a mujeres en las comisarías, incluso en las clandestinas. Fue un 13 de septiembre de 2022 para el país y el mundo. En Teherán, un espeso aire abotarga el día llenándolo de una incertidumbre sempiterna.
En el hospital a donde trasladaron a Mahsa en estado crítico agentes de la Gasht-e Ershad horas antes de morir, el atardecer se respiraba como el ocaso de un tiempo caduco y anestesiado. Los partes emitidos y controlados por los superiores de la Gasht-e Ershad después sobre la defunción de Mahsa son confusos. Un ataque al corazón o un derrame cerebral. Solo se sabe de cierto que la joven de 22 años fue trasladada al hospital desde una comisaría. Hecho innegable. Los propios policías reconocen el hecho que provocó el hecho: el motivo del arresto de la joven fue la violación del código civil de portar en lugar público un velo que cubra el cabello, el cuello y el pecho de la mujer ciudadana.
Dos días después, la muerte Mahsa Amini el 16 de diciembre voló como un lázaro global desde el hospital a los rincones emocionales de millones de lugares en el mundo.
La familia preguntó a las autoridades la causa de la sangre que presentaba Masha en la inferior de su cráneo, detrás del cuello y orejas. En las horas siguientes a la noticia de la muerte, las calles de Teherán fertilizan un rumor de ira al calor de la indignación. Las protestas fueron reprimidas como exige la moral que rige Irán. El régimen iraní admitió a fines de noviembre que la represión había causado la muerte de al menos 300 personas. La crisis toma una dimensión generacional: la activista Farideh Moradkhani, detenida desde el 23 de noviembre por calificar al gobierno de “régimen homicida y asesino de niños”, es sobrina del ayatolá Ali Jamenei.
El Sanedrín gerontocrático del régimen se sostiene apoyándose en el bastón de la dureza. Los diputados corean en noviembre consignas de agradecimiento a la policía mientras se suceden las protestas por la muerte de Masha en diferentes ciudades del país. Se multiplican las alabanzas y eslóganes de los parlamentarios: «Gracias, gracias, fuerza policial», «La sangre que corre por nuestras venas es un regalo para nuestro líder», «Muerte a Israel, muerte a EE.UU.», «¡Muerte a los sediciosos!», según informaba la agencia iraní, ICANA.
En los días siguientes a las protestas, comienzan a sucederse los ahorcamientos a los condenados por participar en ellas, acusados de violentar o lastimar a los agentes encargados de la muerte reconocida de 300 personas. Un jugador de futbol de la selección iraní tiene fecha para ejecución por participar en una de las manifestaciones contra la muerte de Masha Amini. El jueves, siete de enero de 2023 ahorcaron al tercer manifestante condenado.
La conmoción por la represión después de la muerte de Masha se trasladó a todo el mundo. Desde allí, en una paradoja torrentosa, también se impusieron los respectivos funcionarios de una policía de la moral que, desde una postura liberal o izquierdista, no quisieron enaltecer los ánimos. Para un buen conjunto de creadores de opinión en los países occidentales, el derecho de Masha a no portar velo en su país teocrático, les sitúa en un lugar político muy incómodo. Han defendido que las mujeres musulmanas en las sociedades occidentales tienen el mismo derecho que Masha negaba como imposición religiosa. Por eso su silencio ante los 300 cadáveres y tres ejecutados en Irán. Reivindicar el derecho de Masha a no llevar velo, es a sus ojos, contravenir el derecho de las mujeres musulmanas a portar velo en las sociedades occidentales. Pero lo que subyace es un dilema esencial que ni los partidarios recalcitrantes de las morales monoteístas ni los seculares fieles de las sacristías liberales y de izquierdas quieren que se haga claro: la legitimidad de un proyecto social sujeto a las prohibiciones extraídas del Islam o de los libros sagrados.
El 7 de enero se cumplieron ocho años de la matanza en París de doce caricaturistas, periodistas y escoltas de la revista Charlie Hebdo a manos de los hermanos Said y Cherif Kouachi. En su huida clamaron haber vengado a Alá por la ofensa de las caricaturas del Islam publicadas el 7 de enero de 2006.
El significado político y simbólico de la masacre contra los caricaturistas de Charlie Hebdo evidencia que existe un terrorismo religioso, producto y a su vez motor a la búsqueda en las sociedades laicas en pos de archipiélagos teocráticos. Y esto sucedía, y sucede, en el país de la revolución que privilegió la libertad de expresión, de crítica, y por tanto de sátira, como uno de los derechos fundamentales de toda persona.
Los supervivientes de la revista Charlie Hebdo consideran que Francia y Occidente en general ha cedido espacio al integrismo religioso en sus propias fronteras culturales y morales. La prueba es contundente. Casi todo el espectro cultural y político del país consideró que la revista debía haber autocensurado la publicación de las caricaturas sobre el islam radical. También que la religión islámica tiene el derecho a sentirse ofendida y resarcida por el pecado de la blasfemia (ilustrar a Mahoma o cuestionar los preceptos religiosos). La matanza de los blasfemos caricaturistas de Charlie Hebdo es el culmen de una petición de pena capital que los imanes europeos, árabes y persas vienen instigando desde mucho antes: la fatwa contra Salman Rushdie el 14 de febrero de 1989 y el asesinato del cineasta Van Gogh en Ámsterdam el 2 de noviembre de 2004 son el preámbulo del terrorismo religioso.
Richard Malka, abogado de la revista Charlie Hebdo en el juicio contra los autores y los colaboradores de la matanza del 7 de enero de 2016, alerta de la condescendencia hacia el islam en Francia. El islamismo liderado por imanes próximos a los hermanos musulmanes ha conseguido crear guetos teocráticos y culturales donde el islam no se somete, como las otras religiones, al código civil ni penal de la República. La operación internacional organizada sobre las viñetas por los imanes tenía como objetivo hacer ceder a las sociedades laicas espacios de impunidad religiosa.
Volvamos a Irán. Hablemos de Sarasadat Jademalsharieh. A sus 25 años, esta ajedrecista iraní ocupa el puesto 27 del ranking mundial femenino. Sarasadat ha cometido el mismo delito que Mahsa Amini. En el campeonato mundial de partidas rápidas y relámpago celebrado en Almaty (Kazajistán) jugó sin velo, en lo que entiende como un apoyo a los manifestantes que han perdido la vida en Irán desde la muerte de Amini. Sarasadat Jademalsharieh ha pedido asilo en España pues tiene la seguridad de que ella, su pareja y su hijo sufrirán represalias una vez vuelva a Irán.