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 › En carrusel › Experiencias › Un 11-S chileno 46 años después en Venezuela

Un 11-S chileno 46 años después en Venezuela

Elsa Volga 11 marzo, 2019     Comment Closed    

Las calles de Caracas se cubren del hollín etéreo y violento que atenazaba las de Santiago de Chile hace 46 años. Un golpe al acecho desde hace meses, quién sabe si décadas, las recorre proveniente de la América del norte. Del norte le viene, como la inmensa falla de San Andrés,una inexorable fuerza violenta que ha dictado cómo los americanos de abajo tenían que vivir. Son innumerables los golpes militares, las asonadas, las razzias en el subcontinente bajo el pétreo tutelaje del americano del norte. El 11 de septiembre de 1973 yo tenía dos años y veinticinco días de vida. Salvador Allende llevaba tres años al frente del primer gobierno de izquierdas del siglo XX en Chile. La clase terrateniente y la alta burguesía maniobraron desde el primer momento para crear el caos económico y recuperar el país. Es ya conocido que el gobierno norteamericano conspiraba con militares chilenos en la preparación escalonada de un golpe. Venezuela es desde la llegada al poder de Hugo Chavez el país más fuerte económicamente con un gobierno «equivocado», según las palabras de Henry Kissinger para referirse al Chile de 1970. Asistimos desde hace unos años en Venezuela al mismo plan que a partir del golpe chileno reorganizó todo el cono sur americano. En plena era de twitter y redes sociales, asistimos a un golpe norteamericano de lo más vintage. Aunque tiene una esquina rota: el ejército venezolano se mantiene fiel al poder constituído.

Fue a mediados de los noventa cuando en las pantallas de España los culebrones venezolanos – «Cristal», «Abigaíl» y previamente «Los ricos también lloran» – invadieron la modorra de la sobremesa. Blancos terratenientes sorteaban sus romances mientras las criadas mulatas somatizaban las penas de sus señoritos. Además de las deficiencias dramáticas, un regusto clasista abotargaba, actualizando al siglo XXI y a latinoamérica la segregación de «Lo que el viento se llevó». Pero no era una dramatización. Aquella era la Venezuela real. O mejor dicho la Venezuela que gobernaba Venezuela. Era la del señor blanco, terrateniente o gran propietario, gestor de los recursos del país, residente en urbanizaciones con seguridad privada, con nacionalidad norteamericana en nuemerosos casos. Esa es la Venezuela que, salida de los culebrones, protagoniza, como podemos ver también en las pantallas, los culebrones de las manifestaciones anti Maduro en Caracas. Los mulatos de las barriadas en los cerros, los jornaleros, los sirvientes y la gente del común vivir con lo puesto eran ese pueblo incapaz por sus lementales pasiones de gobernarse a sí mismo y aún menos defender los intereses del país que eran, por supuesto, los de la clase dirigente criolla. Así sucedía hasta que llegó el mulato Chavez a joder la fiesta de la Venezuela «Chantal«.

De repente, algunas cosas, no todas, cambiaron. Por ejemplo el control del petróleo. El gobierno nacionalizó las empresas extractoras, pero no controla toda la intrincada red de distribución y transporte del país, en manos privadas. Con los beneficios de la exportación del petróleo, Chavez desarrolló un plan socialdemócrata que no iba más allá de los servicios sociales elementales de ciertas democracias europeas. Pero para un país latinoamericano eso es ir demasiado lejos. Los altísimos índices de analfabetismo, malnutrición y pobreza severa bajaron radicalmente. Se instauró una seguridad social y se equipararon pensiones a hombres y mujeres. La diversa y enorme capa social que aupó a Chavez al poder presiona a su partido para que mantenga lo conseguido y desarrolle más reformas necesarias. Si antes la palabra igualdad no existía en el léxico venezolano, la revolución maldecida y demonizada ha sido hacer de esa palabra una esperanza de realidad.

Buena parte de la oposición lo ha comprendido. La postura «radical» la representa Guaidó y su partido Voluntad Popular, fundado por Leopoldo López, hoy en arresto domiciliario. Guaidó está en permanente contacto con la llamada «diáspora venezolana» en Estados Unidos. Sus miembros tienen contactos en las altas esferas del Departamento de Estado, en la Agencia Para El Desarrollo Internacional y en el poder legislativo, donde cuentan con el indisimulado apoyo del senador por Florida, Marco Rubio. Voluntad Popular cuenta con 14 de 167 senadores en la Asamblea Nacional. Es por tanto una minoría dentro de la oposición y dentro del país.

Con dos cámaras legislativas en disputa, la Asamblea Nacional en manos de la oposición y La Asamble Nacional Constituyente en manos del gobierno, Venezuela se ve cercada por el embargo económico decretado por EEUU, los look outs patronales dentro del país que controal la distribución y el transporte y la zona de libre comercio creada por Colombia en su frontera que ha hecho que los precios de casi todos los productos de primera necesidad en Venezuela vean su precio zarandeado. Es, sin duda, la tormenta perfecta. Pero no termina de fructificar. El ejército no ha sido seducido. La oposición no ha mantenido la cohesión y no ha calado en una población entre la que Maduro cuenta aún con un férreo apoyo.

Pero el culebrón venezolano continúa. En directo, un golpe se para en las calles de Caracas. De mientras los cables no paran de circular entre despachos del norte y el sur.

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